Capítulo 4: Viviendo para las consecuencias (Parte IV).

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‹‹25 de Diciembre del año 2013 - 25/12/2013››

A la mañana siguiente, me desperté empapada en el sudor de la fiebre que había abandonado mi cuerpo, pero no me importaba. A mí costado, él se abrió un espacio en la cama la noche anterior, y me otorgó una noche feliz en mucho tiempo gracias a su mano sosteniendo la mía. Está demás decir que lo vi dormir embelesada hasta que escuché los pasos en el pasillo, y me dispuse a abrir antes de que alguien tocara y lo despertara.

Mi mamá se paró en el umbral, y antes de que pudiera preguntar por mi fiebre, puse un dedo sobre mi boca indicando que guardara silencio.

— Ssh — le indiqué, apuntando con la cabeza hacia el costado, y sus ojos sorprendidos se posaron en la cama.

Su boca se formó en una «O» mayúscula, y me miró con travesura.

— Tienes 10 años y ya pasaste la noche con un hombre — me pellizcó el brazo, sonriendo con picardía — Procura que te vea al despertar: si no te ve, lo más probable es que comience a gritar, y tu padre no sabe que él pasó la noche aquí — explicó, retomando su camino hacia el pasillo de regreso — Bajen a comer cuando despierte: el desayuno estará listo en 10 minutos — dicho eso, cerré la puerta.

Dándome la vuelta, lo miré dormir, encantada. Finalmente me sentía yo de nuevo. El vacío que por meses estuvo aplastándome, ya no estaba. Una paz enorme se había instalado en mi mente.

"Él está aquí, conmigo". La felicidad avasallante me invadió, y supe que ya no tenía de qué preocuparme.

Salí de mis pensamientos tras escucharlo murmurar entre dormido y despierto, y corrí a la cama a echarme junto a él cuando lo vi tantear el espacio vacío en el que estuve durmiendo hace media hora atrás.

Verlo despertar fue un regalo concedido por los Dioses, y yo me aseguré de recordar su rostro dormido por el resto de mi vida. Más cuando sus rasgados ojos marrones, tornasolados por el rayo de sol colándose por mi ventana, bañaba su rostro sonriente, y los hoyuelos ahuecando sus mejillas me quitaron el aire con más intensidad de la que estoy acostumbrada a admitir.

"Qué peligroso puede ser al despertarse".

— Buenos días — canturreó, cerrando los ojos nuevamente.

Tuve que cerrar la boca cuando, con voz ronca y apagada, me dio los «buenos días»: temí babear la almohada.

— Buenos días — mi voz salió casi sin aliento, incorporándome para que el enrojecimiento en mi cara pasara desapercibido en caso de ser vista.

— ¿Cómo está tu fiebre? — preguntó somnoliento, medio dormido.

— Ya se ha ido — contesté, procurando deslizarme hacia abajo para salir de la cama. Él se removió, y me giré lentamente. Tenía los brazos flexionados con las manos detrás de la nuca. La camiseta roja se le ajustaba a los bíceps, y el borde se le había levantado, permitiendo que mis ojos vagaran por aquel tramo de piel blanca que tan amablemente él le regaló a mis ojos, y que muy en contra de mi voluntad, tuve que desviar por respeto.

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