𝑮𝒖𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝑪𝒐𝒓𝒂𝒛𝒐𝒏𝒆𝒔 || 𝑮𝒂𝒍𝒍𝒚

V

"Armario"

RUIDOS AHOGADOS INTENTARON escapar de mi boca cuando la mano cayó sobre ella. Me moví con los brazos, pero pronto me los retorcieron tras la espalda.

—Tranquilízate, cara-shuck —dijo una voz que reconocí como la de Carl. Busqué por todos lados y me encontré rodeada por él y el resto de Constructores: Peter, Hank y Henry.

—Vamos —Henry me empujó aún más, obligándome a caminar con ellos.

Con todas mis fuerzas mordí la mano de Carl.

—¿A dónde me llevas? —grité justo antes de que un trapo me llenara la boca. Casi me atraganté con él.

—Solo estamos bromeando, no te preocupes.

Se rieron en voz baja y siguieron empujándome hacia la Finca. Me dio una sensación relajada. Todos los demás también estaban allí en caso de que intentaran hacer cosas sobrepasadas.

Aun así, me resistí. Les di patadas en las piernas con las mías e intenté escupir la tela. Una vez que le di una patada a Peter, él me dio un codazo en el estómago. Me quedé sin aire en los pulmones en apenas un segundo. Grité de dolor y me incliné hacia adelante.

—¡Tío, no sean tan duro! —le advirtió Hank—. Si quieres pasar desapercibido, será mejor que no dejes ninguna marca, shank.

Peter le ignoró y siguió caminando. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho por el miedo a lo que me harían. Me empujaron hacia la granja, así que nos quedamos en el pasillo. A la derecha había una puerta que conducía a donde todos dormían, a la izquierda otra puerta que conducía a una habitación diferente y frente a nosotros había un armario y unas escaleras.

Carl abrió la puerta del armario y le hizo un gesto con la cabeza a Henry. Me soltó las manos y me empujó hacia el armario. Me tambaleé y mis rodillas rasparon la madera vieja.

La puerta se cerró de golpe con un fuerte estruendo y los rápidos pasos de los Constructores se fueron desvaneciendo. Huyeron. La oscuridad más absoluta me rodeó.

No dudé en sacarme el asqueroso trapo de la boca y mirar a mi alrededor. Un olor a óxido y a viejo me llenaba la nariz, como si fuera polvo. Tosí y traté de sentir algo en la oscuridad. La tela suave de la ropa colgaba sobre mí y las paredes duras, pero agrietadas me rodeaban.

Respiré profundamente y sentí que el pequeño espacio me oprimía el pecho. Era como si no hubiera oxígeno en todo el armario. Golpeé la puerta con la esperanza de abrirla, pero no se movió ni un centímetro. La habían cerrado con llave. Esos idiotas...

—¡Hey! —grité—. ¡Ayuda!

Alguien debió haberse levantado, ¿no? ¿O se despertó con mis gritos? Seguí gritando, pidiendo ayuda, pero después de cada grito, tenía que respirar con dificultad, como si el armario se hiciera cada vez más pequeño. Eso era lo que sentía, al menos.

Y la oscuridad me asustó. Literalmente no podía ver nada. Todo lo que sabía era que en algún momento levanté las rodillas hacia el pecho y apoyé la cabeza en ellas.

No llores, no llores, no llores. Seguí repitiéndome mientras se formaban mis lágrimas. Entrar en pánico es lo peor que puedo hacer.

Pero mi pecho empezó a dolerme cuando alguien me apuñaló. Puse una mano sobre él y traté de gritar de nuevo, pero no salió ningún sonido. El espacio reducido me hizo sudar, humedeciéndome la frente.

Golpeé la puerta unas cuantas veces más, intentando hablar.

—¡A...ayuda! —Mi voz era temblorosa a causa del miedo y de pronto me di cuenta de que por lo visto tenía claustrofobia. ¡Genial!