Fluke no podía moverse.Ni un músculo.
Sólo atinó a estar parado, paralizado, mientras frente a él Ohm Thitiwat se acercaba al chico que era su actual amante.
Ohm Thitiwat, a quien no había visto durante casi cinco largos años, del que había sido amante alguna vez, en otra vida, otra existencia...
El lujoso ambiente del departamento de ropa de noche de la tienda desapareció, al igual que los años. Estaba de pie, una vez más, detrás del mostrador de la cara tienda de regalos, en el lobby del hotel del West End, mientras el hombre más fabuloso que jamás había visto se acercaba a él.
Había llegado hasta el mostrador y le había sonreido. Y en ese momento, ese irrepetible momento, había sentido hundirse su corazón como un pájaro bajando en picada de la rama más alta del árbol. Postrándose a sus pies en culto a su perfección masculina, su potencia sensual, sexual.
—¿Podría envolverme en papel de regalo un pañuelo? —Sus ojos le habían hecho un breve guiño y luego se movió hasta la cascada de los pañuelos de seda, que colgaban en exhibición, en el extremo del mostrador. Sus largos dedos se movieron con rapidez y a continuación seleccionó uno, estampado en colores de grises apagados y suaves rosados —Este, me parece — Lo sacó y lo puso sobre el mostrador, delante de Fluke. Lo miró con una ceja levantada.
—¿Por favor?
La petición lo había sacudido haciéndolo salir del aturdimiento total en que se encontraba. Se había quedado mirándolo, hipnotizado por su aspecto devastador. Alto, con un oscuro look mediterráneo, vestido con un traje de negocios color carbón que destacaba cada línea de su cuerpo delgado... y los ojos... oh, esos ojos que hacían que otra vez su corazón se precipitara, esta vez hasta las nubes, más allá del cielo...
—Sí, sí, por supuesto, señor —logró decir con voz repentinamente muy apretada, demasiado lánguida —Um... ¿Quiere que se lo entreguen en su habitación, o lo espera? — Cómo había conseguido pronunciar la segunda frase, no lo sabía. De pronto no sabía nada, sólo una cosa, sólo que quería mirarlo, mirar la cara de ese hombre frente a él.
Eran los ojos... no, la boca... no, todo, ¡simplemente todo! Sencillamente, todo le daba ganas de mirar... y volver a mirar. Sus ojos eran oscuros pero luminosos, y él quería ahogarse en ellos. Su boca era esculpida, perfecta, y se movía de una manera que hacía que sus entrañas se apretaran...
—Voy a esperar... si es que usted no se toma demasiado tiempo.
¡Era su voz! Eso es lo que era, pensó Fluke, desesperado por hacer que su cerebro funcionar de nuevo, que razonara... pero lo único que quería era a disolverse en ese mundo informe y sensiblero. Su voz, profunda, acentuada.
¿¡Pero qué acento!? Se obligó a pensar al oír su propia voz murmurando: —Por supuesto, señor... —mientras buscaba de abajo del mostrador el papel tisú de plata. Revolvió a tientas pero la mirada se arrastró hacia afuera. No podía estar aquí clavando la mirada en este hombre... tenía que envolver en papel de regalo el
pañuelo. Era lo que él estaba esperando que hiciera.Cómo lo consiguió, nunca lo supo. El hombre no se movió, simplemente se
quedó allí, inmóvil, con los ojos fijos sobre su cabeza inclinada, mientras sus dedos se dedicaban desesperadamente a la tarea. Por lo general, era hábil y ágil con la envoltura de regalos, pero hoy estaba muy torpe. Y era por su causa.Y todo el tiempo él no dijo nada, sólo esperaba, y pudo sentir su creciente impaciencia.
Echó una mirada a su reloj una vez, Fluke podría asegurarlo, al menos vio por el rabillo del ojo la elevación rápida de la muñeca y el pálido destello de oro.
Finalmente estuvo hecho, haciéndole un último rizo al lazo con el borde de la tijera. Con alivio buscó la etiqueta recortada y la pasó por el lector de código de barras para transmitir los datos e imprimir la factura. El costo de los pañuelos aún lo asombraba, Fluke podría comprar un conjunto entero por el precio de una de estas obras de arte en seda pintadas a mano. En realidad todo lo referente a trabajar en esta tienda de regalos de lujo, en este hotel de cinco estrellas, le asombraba. Que realmente existiera gente que podían permitirse comprar en estas tiendas, y más aún que pudieran darse el lujo de quedarse en el hotel.
Este hombre ciertamente podría. Había llegado a reconocer el dinero cuando caminaba por el vestíbulo, y este hombre era una mina de oro caminando. Todo en él lo gritaba, desde su magnífico traje de negocios hasta las puntas de sus artesanales zapatos italianos.
Al igual que todo en él gritaba que era el hombre más atractivo que jamás había visto.
Y que iba a tener que mirar de nuevo. No pudo mantener el propósito de mantener la cabeza inclinada. Con gran esfuerzo, como si estuviera levantando un gran peso, Fluke lo miró.
—¿Preferiría pagar aquí, señor, o se lo cargo a su habitación? — Conforme su mirada encontró la de él, nuevamente sintió su corazón precipitarse en forma atemorizante y apasionada, y un pequeño suspiro se escapó
de su garganta constreñida.Por un segundo los ojos de él se estrecharon, como si lo viera por primera vez y, a continuación, en el instante siguiente, volvió a sonreír.
El aura palpable de impaciencia desapareció. Por completo. En su lugar, sus ojos se deslizaron sobre él.Acariciándolo...
La sensación de caída en picada vino otra vez, y esta vez desde mayor altura, y nuevamente emitió ese grito ahogado.
Algo cambió en los ojos de él, diversión, sí, eso era.
Y lo devastó aún más.
—Cárguelo a mi habitación —ordenó con una voz profunda, con acento —1209 —
—¿Y su nombre, señor? —preguntó con voz aún débil. Necesitaba un nombre para el control de seguridad del cómputo de reservas, en caso de fraude. Tomó la tarjeta de crédito que él le extendió y garabateó a lo largo de la línea de la firma.
—Thitiwat. Thitiwat Ohm —Cogió el pañuelo envuelto para regalo —Kiryos kalispera —murmuró con su voz profunda y acentuada y se marchó.
Griego, pensó débilmente. Es griego. Griego.
Rico.
Atractivo.
Y ahora, casi cinco años después de que su vida se había vuelto patas arriba a causa de Ohm Thitiwat, lo veía nuevamente.
Fluke siguió de pie, paralizado, todos sus músculos estaban congelados.
Y lentamente, como en una horrible cámara lenta, lo vio llegar hasta el chico, vio su mirada moverse más allá de la cabeza de el rubio, como un misil terrible y mortífero... hasta que se detuvo.Por un momento, sólo por un breve momento, él no lo reconoció. Luego, a medida que los ojos oscuros como la noche se enfocaron, su mirada se endureció. Como el acero. Como la hoja de un cuchillo abalanzándose sobre la carne expuesta, indefensa.
Fluke tambaleó. Fue similar a un golpe al corazón, sin piedad.
Ignorando a su amante actual, cruzó con paso impetuoso hasta donde estaba su anterior amante, su paso se percibía pesado y silencioso sobre la alfombra gruesa y suave. El rubio lo miró colérico, irritado por su distracción por alguien más, ¡por ese!
Llevaba puesto nada más que un sweater y pantalones, nada muy a la moda, comprados en la feria de alguna sucursal de cadenas de tiendas de bajo presupuesto. Completamente indigno de la perfección que representaba Ohm Thitiwat.
Fluke estaba allí, esperando. En espera de Ohm Thitiwat, quien una vez había sido todo el mundo para él , y para quién él ahora no era ahora, peor que nada.
Él se paró en seco. Sus ojos brillaban intensamente como obsidianas.
Llenos de odio.—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —gruñó.
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El secreto
FanfictionEl magnate griego Ohm Thitiwat había mimado a su anterior amante, Fluke Natouch, con todos los lujos imaginables. Durante seis meses le enseñó los secretos del placer y se divirtió viendo cómo él se adaptaba a su estilo de vida seductor. Pero su div...