Capítulo 4

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Me desperté y tenía de nuevo a Lily junto a mí, se despertó a mi lado, algo había cambiado, el último mes no hacía nada, llevábamos un día y medio en Salem y lograba no llorar todo el tiempo, además de que su rostro cambiaba, no era solamente triste y amargo, había más emociones.

— Buenos días, Lily — mi voz era ronca por la mañana.

Ella solo me sonrió.

— ¿Hoy vas a la escuela?

Se metió debajo de la colcha escondiéndose, cerré los ojos con frustración y volvió a sacar su cabeza.

— No te voy a presionar Lily, pero deberías intentarlo, hace bien.

Asintió, pero no se levantó para arreglarse, yo sí, busqué un suéter grueso y unos leggins negros, la sola idea de tener el hielo bajando por mi columna vertebral me daba escalofríos, recordar a lo que me iba a volver a exponer era extraño, no me agradaba Draven, era un hecho, pero aun así sentía una atracción embelesadora hacia él.

Ese día no me lavé el cabello y cepillarlo en seco lo dejaría digno de una bruja, me reí imaginándomelo y me hice un moño. Nora llegó con un batido de proteína para mí y una manzana, mi tía trató hablar conmigo, pero no quise hacerlo, no estaba sólo enojada, me sentía traicionada y dolida.

Ese día por fin descubrí las orejas de Nora, eran picudas, no entendía si nunca las había visto o solamente me acostumbré y las ignoraba, también noté que cuando me miraba fijamente sentía que el sol se posaba sobre mí, calidez y descubrí que así se siente que te vea una ninfa.

— Quiero que hagamos algo más tarde — me dijo Nora cuando íbamos de camino a nuestros salones.

— No lo sé, Nona, no quiero dejar a Lily.

— Caly, sé que la amas y quisieras estar en su mente para sanarla, pero si tú no sanas no vas a poder ayudarla. — tomó mi mano antes de dejarme — Piénsalo ¿sí?

Asentí con la cabeza y ella me dejó, cuando entré a mí salón ya estaba Draven sentado, usaba una camisa negra y pantalones a juego, parecía que iba trajeado, lo que hacía que estuviera demasiado vestido para la escuela, pero encajaba perfectamente bien con él. Me senté y no se inmutó, yo tampoco lo hice.

— Buen espectáculo de luces — me dijo, casi al oído.

— ¿Ahí estabas? ¿Por qué no me ayudaste? — le dije, indignada.

— Quería ver si te la arreglabas, lo hiciste bien, brujita.

— No me digas así. — estaba visiblemente enojada.

— Señorita Hawthorne, ¿hay algo que nos quiera compartir? — la maestra de cálculo gritó y sentí esa sensación vampírica.

— No, disculpe.

Draven se rio a mí lado y como lo imaginaba, no hubo represión. Me irrité por eso, pero no dije nada. Durante las primeras clases todo pasó misteriosamente bien, terminé acostumbrándome a la sensación del hielo recorriendo mi espalda, incluso dejó de ser incomoda en algún punto. Cuando llegamos a la clase de biología todos se levantaron para ir al laboratorio.

— ¿Hay practica de laboratorio? — le pregunté asustada, no tenía bata, guantes o cualquier información.

— Te dije que estudiaras.

— Lo hice, ¿qué vamos a hacer? Necesito que dejes el misterio cinco minutos y me digas, esto es importante.

— Vamos a abrir animales, brujita.

Siempre había sido demasiado afín con los animales, de todo tipo, desde los más grandes y majestuosos, hasta los pequeños saltamontes o libélulas, la idea de privar de la vida a uno me dolía, de una forma real, siempre que había animales heridos tenía el instinto de cuidar de ellos, sin importar su tamaño o si son peligrosos.

La sangre de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora