Epílogo

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— ¡Eres una tonta! ¿Calypso? ¿quién tiene un nombre tan feo? — Martín Stot siempre fue un abusón, tenía 10 centímetros más que todos los demás niños de 13 años y como 15 más que Calypso, que siempre fue un poco más baja de lo normal.

— Martín déjame, no estoy buscando problemas, ¿si? Di lo que quieras de mi nombre, a mi mamá le gusta y es lo que a mí me importa.

— Uhhh, a la pequeña Caly le importa lo que diga su mami. Veamos que dice de esto.

Martín aprovechó su estatura y le arrebató su collar. Ese collar que la conectaba con Salem, lo que más la conectaba a su abuela y eso la enfureció, de una manera en la que nunca lo había hecho.

Calypso lloraba, eso era lo que hacía cuando se frustraba o la hostigaban, y teniendo de nombre "Calypso" eso pasaba mucho. Pero ahora mismo tenía ganas de golpear en la cara a Martín, tanto que no pudiera ver durante una semana por el ojo morado que le dejaría.

— ¡Martín, ya basta! — gritó, nunca lo hacía, hasta ese momento.

— Así que sí tienes voz — dijo Martin — veamos qué tan alto puedes lloriquear.

El niño tomó el collar y lo arrojó al macetero del jardín de la secundaria, Calypso sintió mucho: tristeza, desesperación, miedo, pero hubo algo que sobrepasó cada sentir. Coraje.

La niña corrió hasta el macetero para rescatar el pentagrama que colgaba del collar y cuando lo hizo volteó con Martin.

— ¡Eres el ser más despreciable que nunca haya conocido! — su voz, esa voz de un infante se estaba deformando, volviéndose madura — Eres una pequeña cucaracha que se aprovecha de los demás — su voz ya era la de una mujer — mereces el repudio y desprecio del universo.

En ese momento, pequeñas ramificaciones salieron del suelo, abrazando los pies de Martin, que no se movía, estaba más que petrificado.

— No mereces pisar la tierra, no merece que alguien como tú camine sobre ella.

Martin por fin despertó del shock y comenzó a gritar, desesperado por no poder mover ni un poco sus pies.

— ¡Ayuda! ¡Ayuda! — los gritos de auxilio de un niño son llamativos, más aún cuando son del mayor abusón de la escuela.

— ¿Te da miedo? — Calypso se acercaba a él y el chico estaba a punto de orinarse en los pantalones — quiero que cada vez que pienses en molestar a alguien recuerdes esto, recuerdes cómo te sentiste: atrapado, pequeño, sin poder correr e indefenso.

La maestra del grado llegó rápido, cuando lo hizo, Calypso ya se había relajado y los pies de Martín eran libres, sin embargo, algo seguía despierto dentro de ella.

Mientras volvía a su casa: feliz y tres días suspendida, se sentía diferente. Su collar estaba roto, pero su dije seguía intacto, que era lo importante.

— Sigo sin entenderlo, mides 1.47, ¿cómo intimidaste tanto a ese chico de metro sesenta? — preguntó Laura, su madre, mientras iban en el coche.

— No lo sé mamá, pero nunca me sentí más libre que cuando le grité sus verdades, no estoy castigada, ¿verdad?

— Quisiera castigarte, pero incluso la maestra me agradeció, Martín es un niño problema. Aun así, ¿qué pudo hacer para molestarte tanto? No eres alguien que recurre a los insultos.

— Rompió el collar de mi abuela.

Laura quitó inmediatamente la sonrisa que llevaba.

— ¿El dije de tu abuela? ¿el pentagrama? — su voz era extraña, no tenía esa calidez de siempre, había miedo y preocupación.

— Sí, imagínate cómo me iba a sentir, extraño a la abuela, ¿cuándo la visitaremos?

— Pronto, hoy mismo. — dijo Laura tragando saliva.

Después de mover varias cosas cuando llegó a casa, prepararon una maleta pequeña y salieron a Salem, el camino de casi 4 horas fue terriblemente aburrido por varias razones, la primera: se fueron solas, aunque Lily, la hermana menor de Calypso no era su persona favorita en el mundo, al menos era divertida y podían compartir música, además de que fue una visita tan express que no tuvo tiempo de cargar su IPod, entonces iba sin música y su mamá no dijo una palabra durante todo el viaje. Sin embargo, hacían 2 años que no iba a Salem y 1 que no veía a su abuela Margaret y su tía Eleanor, eso era lo único que la emocionaba.

— ¿Ya me vas a decir qué hacemos aquí tan deprisa? — preguntó la pequeña.

— Es por tu collar, es algo valioso para la familia, una reliquia y tu abuela necesitaba repararlo en seguida.

Su voz seguía sin transmitirle confianza, lo que le hizo recordarle el incidente de las plantas de hace rato.

— Mamá, ¿qué tan loco sería si te digo que amarré a Martin al suelo?, con ramas y así.

Laura palideció, su garganta dio un trago tan profundo que casi se escucha por todo el auto.

— Mi niña, no vas a recordar esto, pero prometo que es por tu bien, te amo con todo mi ser, por favor, no lo olvides, nunca. 

Y después de esa pequeña charla Calypso perdió cualquier fragmento de memoria sobre ese día. Cuando volvió a abrir los ojos estaba en su casa, instintivamente tocó su collar y ahí estaba, como si nada y ella sólo tenía más dudas que antes. 

La sangre de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora