capítulo nueve

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Aeron dejó el cuerpo sin vida de su primo junto al resto de los soldados heridos. Luego preguntó dónde se encontraba su tío, debía conversar con él sobre lo sucedido y necesitaba su ayuda para decidir qué es lo que harían a continuación.

— Lo siento, mi señor. Su tío perdió la vida combatiendo junto a su gente —respondió un sargento.

Aeron asintió, su rostro estaba en blanco y ninguna emoción se reflejaba en su semblante. Aún intentaba procesar todo lo que estaba sucediendo en aquel momento. Acababa de perder a dos de las personas más importantes de su vida, y su ejército estaba perdiendo la batalla. El resultado de batalla era más que obvio, siempre lo fue, pero Aeron no tenía permitido rendirse. No podía decepcionar a su gente, a su familia, y mucho menos a su padre.

Muerte, sangre, fuego, gritos de dolor, todo aquello lo rodeaba y Aeron se sentía ahogado. No podía respirar y su vista se nubló por una fracción de segundos, quería llorar, deseaba tanto acostarse a dormir y no volver a despertar nunca más. Su cabeza no dejaba de reproducir las terribles imágenes que había presenciado, sus oídos continuaban oyendo los gritos de sufrimiento de cientos de inocentes, y sus ojos se sentían cansados.

Aeron comenzó a marearse producto de su irregular respiración, necesitaba salir corriendo de allí. Podía oír voces llamando su nombre a lo lejos, pero no las encontraba, su intensa respiración le impedía escucharlas bien y su mente estaba hecha un caos. Necesitaba enfocarse en el contexto actual y volver a la realidad. Debía mantenerse firme.

— ¡Mi señor! —gritó un sargento y golpeó su rostro.

Aeron parpadeo confundido y lentamente volvió en sí.

— ¿Se encuentra bien? ¿Está herido? —preguntó otro soldado.

Una multitud de personas se habían reunido a su alrededor, se encontraban esperando sus órdenes. Ninguno sabía qué hacer y sus rostros reflejaban un profundo miedo debido a la incertidumbre que estaban atravesando.

Aeron se sintió expuesto ante la gran cantidad de ojos que observaban cada uno de sus movimientos, pero se recompuso rápidamente y respondió: — Estoy un poco distraído, lo siento —.

— Estamos esperando sus órdenes, mi señor —dijo una joven soldado.

— ¿Cuáles son nuestros números? —preguntó Aeron mientras acomodaba su ropa, debía mantener su impecable imagen incluso en aquel tipo de situaciones.

— Casi doscientos heridos, y muertos aún no sabemos con certeza... pero creemos que son un total de cien personas aproximadamente, tal vez más —respondió un sargento.

— Eso quiere decir que contamos con unos ciento cincuenta hombres de pie en el campo de batalla —dijo Aeron pensativo.

El sargento asintió.

— ¿Y el enemigo? —preguntó Aeron.

El sargento permaneció en silencio por unos segundos y luego respondió: — Aún cuentan con unos trescientos hombres estables —.

— ¿Dónde se encuentran el resto de los nobles? —preguntó confundido Aeron.

— Huyeron cuando notaron que estábamos perdiendo la batalla. Solo su familia permaneció a nuestro lado en el campo de batalla —respondió un joven soldado.

Aeron maldijo en silencio a cada uno de sus aliados. No solo lo habían traicionado, sino que también se mostraron como unos malditos cobardes incapaces de luchar una guerra de forma decente. Cuando regresara a sus tierras, si es que lo hacía, pondría fin a la gran mayoría de sus tratados con las casas aliadas. Siempre las detestó, pero en aquel momento las odiaba más que nunca porque habían abandonado a sus propios soldados.

cuando llegue la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora