Capítulo Veintidós

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Aris

Luego de que la erección de muerte se me bajara pude al fin tomar a los niños y llevarnos al auto que nos esperaba afuera para llevarnos a mi nueva casa.

Odiaba no poder conducir mi propio auto, estaba tan acostumbrado a ser autosuficiente y valerme por mis propios medios que me molestaba no poder usar mi brazo, siempre decía que las personas eran exageradamente quejumbrosas cuando estaban enfermos o con alguna dificultad física, pero ahora que lo estoy viviendo en carne propia me hacía parecer un idiota cuando decía eso.

Era el mayor idiota del mundo, no por lo que respecta a mi carrera sino por todo lo que me pasaba con Thea, estuve a punto de lanzarme sobre ella en ese maldito instante en el que me confirmó lo que su amiga dijo hace unas horas. Gracias a mi ángel de la guarda que me hizo retroceder y recobrar el sentido sobre todo cuando pude notar lo excitada que estaba con mis palabras.

Ella me hacía romper todos los códigos y reglas que había establecido para mi vida desde que soy un adulto, últimamente desconozco mis acciones, hasta incluso mis propios pensamientos pervertidos se ha hecho presentes.

Nunca he tenido la necesidad que tengo sobre ella, a cada segundo del día está la imagen de su cuerpo desnudos, de sus gemidos, la manera en la que gritaba mi nombre cuando la hacía correrse y eso jamás pasó en todos los años en los que tuve otra pareja.

Mis pensamientos solo se activaban cuando entraba en un ambiente sexual y se quedaban en ese momento, pero con ella ese modo en mi cerebro se encuentra activo todo el día. Esto ocurrió unos meses posteriores a nuestro encuentro hace años, no podía concentrarme, sin embargo, luego de darme cuente que tal vez nunca volvería a saber de ella encerré todos esos pensamientos en el fondo de mi mente con la finalidad de no volver a atormentarme.

No debo ni decir que eso no funcionó, en cuento la volví a ver es como si hubiera abierto yo mismo esa puerta trayendo todos los buenos y efímeros momentos que pasamos en aquella época. La mujer que creí no volver a ver y que acosaba mis noches en la oscuridad, la dueña de algunas acciones morbosas en su nombre, la causante de las corridas frustrantes porque no encontré el mismo placer que alcancé estando en su interior.

Suelto un gemido de frustración mientras me echo un poco de agua en la cara.

-Concéntrate, Aris -le digo a mi reflejo-. Debes esperarla, has esperado ya demasiado tiempo, esto es pan comido en comparación.

Salgo del baño y voy hasta la sala donde los niños están en el sofá escogiendo que van a ver, nos pusimos de acuerdo en que verán un poco de televisión hasta que yo desempaque algunas cosas, en especial los artículos de cocina que utilizaremos más tarde.

Espero que Thea pueda descansar un poco.

-¿Papi, podemos abrir las bolsas?

-Claro, pero no se llenen de dulces para que hagan espacio para la cena.

-¿Qué vamos a cenar? -cuestiona Sabine-. Espero que no sea pizza.

-Pero yo quería pizza -objeta mi hijo.

-A tu mamá no le gustará nada que comas comida chatarra -continua Sabine-. Podríamos comer comida china.

-Yo quería pizza también, hace mucho que no pruebo una -dice Karl al otro lado el sofá-. Quizá tengamos ambas, claro si Aris está de acuerdo.

Los tres niños centran su atención en mí.

Uno de ellos pone sus ojos de ciervo cerca del sacrificio, otra con su cara de indiferencia al tope y el último con una expresión entre duda y esperanza.

Un pequeño accidente (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora