Capítulo 19.

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 Me apresuré a llegar al sitio acordado por Miranda. Extrañamente, ella había sido lo suficientemente gentil cuando respondió a mi llamada, aunque al principio sonaba hostil, supongo que la idea de saber que recuperaría su pertenencia le trajo tranquilidad.

Cuando llegué, pude verla a la distancia, sentada en una de las mesas de afuera del café.

«Como lo imaginaba, otro lugar de caché».

Decidí actuar por la espalda, y caminé sigilosamente hasta estar justo detrás de ella. Estaba enfocada en los gráficos que mostraba la pantalla de su portátil. Saqué el arete de mi bolsillo y lo extendí con una mano frente a sus ojos.

—¿Usted es la dama que perdió un arete?

Su reacción fue tardía. No se molestó en girarse para mirarme y me arrebató el pendiente. Y solo entonces me miró con el ceño fruncido. Tomé asiento frente a ella y llamé al camarero.

—Un americano, por favor.

—Expresso doble para mí —contestó mientras tecleaba.

Cuando estuvimos solos, pensé que vendría alguna clase de agradecimiento de su parte, sin embargo, decidió seguir en lo suyo y comenzar un interrogatorio.

—¿Cómo lo encontró?

—Tengo mis propios métodos para conseguir lo que me place.

Alzó una ceja por un instante imperceptible. Las bebidas llegaron y ella se apresuró a tomar una pausa para tomar un sorbo. Ciertamente nunca conocí a nadie tan audaz para ordenar un expresso doble.

—¿Puedo saber por qué ese arete es tan importante para usted como para buscarlo hasta por debajo de las rocas marinas? —Me incliné hacia adelante, intentando llamar su atención.

Su escritura en el teclado se detuvo por un instante para retomarla al momento siguiente.

—Regalo de mi madre.

—Lo entiendo —Bebí un sorbo de mi café—. Por cierto, tengo otra cosa para usted y estoy seguro que le fascinará.

Ante su nula respuesta, hice un movimiento arriesgado. Tomé su laptop y la cerré para después sonreír de oreja a oreja. Aunque no pareció caerle en gracia, trataba de contener su ira, apretando los puños mientras se hallaba cruzada de brazos.

—Espero que sea lo suficientemente importante como para haber perdido mi progreso de los últimos dos minutos.

De mi chaqueta saqué una caja de terciopelo negro que dejé sobre la mesa. Miranda la tomó y la abrió. La ira en su rostro desapareció y un pequeño destello luminoso se hizo presente en sus ojos. Era claro, había pasado de un estado de furia a uno de impresión. Aunque era buena para contraer sus emociones, lo que la delataría por el resto de la eternidad, serían sus micro-expresiones.

—Es...bueno, me agrada.

En la caja había un collar, con un gran diamante negro en el centro, incrustaciones adicionales y unos cuantos diamantes más en el resto de la cadena. Y dejando de lado el hecho de que casi me quedo en bancarrota con esta compra, estaba satisfecho por haber elegido el regalo digno de una mujer como ella.

—Sé que no combina con los aretes, pero quise regalarle esto a pesar de no conocerla lo suficiente, porque me pareció necesario que olvidara el mal rato que le hizo pasar su joya, usando otra.

—No sé qué decirle —Se quitó el collar que ya llevaba y se colocó el otro.

—Puede agradecérmelo aceptando otra cita conmigo.

Mis palabras la alejaron de su órbita de sorpresa y se quedó seria, mirándome fijamente.

—Eso no será así —respondió—. Me hace un obsequio para posteriormente cobrarlo.

—Oh, vamos, no lo estoy cobrando. Además, quién sabe, tal vez si acepta pueda darle otro obsequio en la siguiente cita, que supere por mucho al collar —Crucé los dedos por debajo de la mesa.

—¿Entonces solo está tratando de comprar mi "sí''?

—Incluso si pudiera comprarlo, recurriría a la vía pacífica.

—Incluso si tuviera para comprarlo, le preguntaría, ¿cuál es la vía pacífica?

—Es aquella en la que le digo: pídame lo que que quiera, lo que sea con tal de que acepte salir conmigo otra vez.

—Mejor no haga tratos con el diablo. El demonio jamás pierde y siempre viene a cobrar —Terminó su bebida.

—Oh, no me importaría si gano su corazón antes de que venga a cobrarme.

Rodó los ojos y sonrió sutilmente: —El diablo no tiene corazón.

—Eso tendré que descubrirlo por mi cuenta —Coloqué mis manos sobre las suyas—. Además, usted es demasiado bella como para compararse con un ser rojizo y con cuernos. Está más cerca de ser un ángel que otra cosa.

Durante un largo momento, Miranda no apartó las manos y se mantuvo en silencio, probablemente sin saber qué decir. Tal vez acostumbrada a tener siempre la última palabra.

—¿Ya puede devolverme mi laptop? —Apartó las manos.

—¿Pero valió la pena perder su progreso? —La devolví.

—Algo así.

—Sé que esa es su forma de decir que sí.

Bufó e intentó contener la inevitable sonrisa que comenzaba a formarse en su rostro: —No.

—Y esa es su forma de decir que no.

Sonrió y se llevó las manos a la cara, donde las dejó por un momento. Antes de retomar su seriedad y comenzar a tener prisa para marcharse.

—Debo irme. Me aseguré de no olvidar nada esta vez.

—Espere, ¿qué hay de nuestra cita? Aún no me dijo si mi argumento logró convencerla.

Se detuvo a pensar antes de contestar: —Algo así.

Sonreí de oreja a oreja: —La llamaré más tarde para concertar el día.

Miranda asintió y se puso en marcha. Cuando se fue, recibí un mensaje de mi hermano.

¿Lo resolviste?

Al cual contesté:

Sí. Incluso, estoy a punto de ganarle la partida a mi ángel endiablado.

De Realismo Mágico Se Compone El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora