Dos largos años

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Martin

Llevo trabajando en la cafetería de mi tía abuela, Carmen, dos años y a la vez estoy estudiando interpretación en una universidad cerca del local. Mis clases son, mayoritariamente, por la tarde así que me encargo de los turnos de mañana y de abrir el local cada día de invierno.

El dinero que gano trabajando lo necesito para pagarme la universidad y el piso "compartido" con mis dos mejores amigas, Chiara y Ruslana. Y digo "Compartido" porque se pasan más noches en casa de sus respectivas novias que en el apartamento.

Mi rutina se basa en abrir el local a las 7:30 de la mañana, para que los que madrugan puedan desayunar, trabajar hasta las 12:30, comer algo en el apartamento y a las 14:00 ir a clases hasta las 20:00.

Esta rutina se vuelve un suplicio durante la mayor parte de la semana. Aunque hay tres días en específico que llega una visita que lo hace más ameno.

La primera vez que coincidí con Juanjo fue un mes después de empezar a trabajar ahí. Él es el repartidor encargado de nuestro barrio, cada lunes, miércoles y viernes reparte los suministros necesarios a las tres cafeterías que hay en nuestra calle.

Hoy es lunes y el hombre por el cual llevo pillado dos años ha aparecido hace unos cinco minutos por la puerta con esa preciosa sonrisa. Agradezco al cielo que la nuestra sea la última cafetería, ya que se puede dar el lujo de descargar el camión con más calma.

Al ser aún muy temprano por la mañana puedo permitirme observar como el mayor trabaja sin perderme ni un solo movimiento, puede sonar muy de sinvergüenza, pero sí el chico está muy bueno que le voy a hacer. Es más, muchas veces me he ofrecido a ayudarle a descargar y siempre se ha negado regalándome una sonrisa y despeinándome un poco el pelo en un acto cariñoso.

Durante esos dos años hemos cogido esas confianzas. A él parece que no le importa que me quede mirando como trabaja y es que estoy seguro de que él mismo sabe que está bueno o es que le gusta mi atención. Pero me es imposible apartar la mirada cuando entra al local sujetando las cajas de refrescos. Se le tensan los músculos de los brazos marcándolos y sacando bíceps, los cuales podrían ser tres veces más grandes que los míos y mira que yo soy bailarín. Y que llevase esa camiseta blanca de tirantes no ayudaba en absoluto a desviar mi mirada. Aunque lo más impresionante era su espalda. Seguramente en otra vida fue nadador olímpico porque madre mía que espalda me lleva el chaval.

De cara no se queda corto, Juanjo es guapísimo. Una nariz inusual, pero que lo hace mil veces más atractivo, unas pestañas que mis amigas envidiarían seguro, una sonrisa que pone de buen humor a cualquiera y unas mejillas sonrosadas que le daban color al moreno de su cara. Todo eso bañado en una fina capa de sudor que le hacía verse aún más sexy.

A pesar de todo, no sé mucho sobre él y sobre todo no sé si está soltero o no o si le gustan los chicos o no. Así que solo me permito observarlo y tener alguna conversación banal con él.

- Esto ya está listo. Café no ha hecho falta cargar nada porque te basta hasta el viernes, de Coca-Cola te he dejado dos cajas más de regalo, que sé que se os gastan rápido, de las demás bebidas he dejado lo mismo de siempre. De cervezas os faltan Alambra y Mahou que os lo recargaré el miércoles y de caña he traído barriles de sobra para toda la semana. En la cocina ya he dejado la lista de los ingredientes y he cargado el congelador de hielo.- Escucharlo hablar es hipnótico y me cuesta mucho centrarme en lo que me está diciendo- Lo demás he traído lo de siempre así que en total serían unos 1053 euros.-

Asiento para no cagarla si abro la boca y busco el sobre que deja Carmen para pagar los suministros, los lunes es cuando más cosas traen para pasar la semana así que suele dejar mucho más dinero del que toca. Al encontrar el sobre hago recuento y le doy la cantidad que toca a Juanjo.

- ¿Te apetece tomar algo?- Siempre se suele llevar una botella de agua o una de refresco para despejarse un poco, pero pocas veces puede quedarse a tomar algo, ya que a una cierta hora debe devolver el camión.

- Hoy tengo tiempo así que sí. Una caña por favor- Esa sonrisa me tiene tan embelesado que le haría hasta la bebida que más odio hacer solo para él.

Me acerco al grifo de la caña después de haber cogido un vaso frío de la nevera, esos vasos especiales que reservamos para clientes habituales. Al abrir el grifo explotó la caña, alguien debió haberse acabado el barril anoche y no lo cambió. Qué vergüenza, llevo espuma por el pelo y el delantal y seguro que debo de parecer un pringado delante de Juanjo.

Oigo una pequeña risa de parte de Juanjo que hace que quiera meterme debajo de la tierra y no salir jamás. Encima, el barril pesa muchísimo y al tener la muñeca lesionada no puedo levantar tanto peso y que no haya ningún otro camarero aún no ayuda.

- Espera, que te lo cambio yo.- Veo como se levanta del taburete de la barra y se mete detrás de la barra.

Se me corta la respiración y se me eriza la piel al notar sus dos grandes manos sujetarme de la cintura para apartarme y sacar el barril vacío. Me quedo recordando este momento tanto tiempo que no me he dado cuenta de que ya había vuelto a colocar el barril lleno.

- Gracias Juanjo.- Le sonrió mientras me dispongo a vaciar la espuma antes de coger otro vaso frío y rellenarle la caña.- No tenías por qué.-

- Carmen me comentó algo de que te habías lesionado la muñeca este verano, no iba a permitir que cargases el barril tú solo.-

- Igualmente, muchas gracias, la caña invita la casa.- Veo como prácticamente se bebe la caña de un sorbo, acto que me ha parecido muy atractivo.-

No hay que agradecer nada.- Otra vez la puta sonrisa.- Bueno, me tengo que ir ya, nos vemos el miércoles bonito.- Y así como ha entrado vuelve a salir no sin antes despeinarme un poco como despedida.

Este hombre me va a volver loco.

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