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Aurora

—Aurora. —escuché desde el pasillo que había dejado atrás para llegar hasta mi habitación. Al girar mi cabeza, pude ver a través de este a Sofía acercándose con aparente prisa hacia mí.

—Sof... —dije girándome para quedar frente a ella.

Esta se detuvo un momento al llegar hasta mí, tomó aire y preguntó:
—¿Se puede saber por qué te has ido?

Tragué saliva Antea de contestar, sabía bien que nada de lo que dijera sería suficiente para ella. Me conocía bien y pese a preguntar, sabía bien las razones, quizá, sin saberlo, las supiera incluso mejor que yo misma.

—Estoy cansada, quiero refrescarme y quitarme los tacones un rato. Quizá baje luego. —dije tratando de sonar lo más convincente posible.

—¿Esto es por Carolina? —interrogó.

—Claro que no. —me las arreglé para decir intentando que creyera mis palabras aún sabiendo que en realidad no lo haría.

—Aurora... —se quejó. Ni si quiera era formalmente una queja, más bien una demanda de la realidad que quería escuchar.

—Quizá, Sofía. Es que... ¿por qué a mí? —pregunté abriendo la puerta de la habitación y permitiendo que Sofía entrara conmigo a la misma. —¿Con quién tengo que hablar para que me quiten esta maldición? Yo ni si quiera buscaba que me gustara alguien y tiene que ser ella... —me quejé, denotando l frustración que realmente sentía. Y que había sido parte de mí desde mi primer encuentro con Carolina.

—Aurora estás viendo problemas donde no los hay. —espetó fácilmente. Porque para ella lo era, y a veces la envidiaba por ello. Por esa capacidad que tenía para arriesgarse a todo y dejarse llevar sin que le importaran las consecuencias alargó o corto plazo de sus actos.

—Claro que los hay Sof, incluso si no me importara ella no está dispuesta a...

—¿No has pensado que quizá ella piense lo mismo? —intervino sin dejarme terminar la oración que intentaba formular.

—Esto no es moral ni ético. Y sé que no se involucraría en algo así. —aclaré. Quizá queriendo convencerme a mí misma de que así eran las cosas o quizá porque realmente creía que así eras las cosas. Tampoco estaba segura.

—Eso no lo sabes, no le has preguntado. —sentenció.

—Sofía... —traté de decir.

—Nunca habéis sido completamente claras. Y creo que si le dijeras que no te importan los factores que os envuelven a ella tampoco le importarían. —afirmó como si tuviera la verdad absoluta entre sus manos. Como si estuviera tan segura de lo que decía que no le hiciera falta contrastarlo.

—Estás loca, es demasiado correcta para algo así. —fue lo único que pude decir.

—No lo sabes. He hablado con Aria sobre vosotras. —confesó. Y no me sorprendía. Si algo había notado es que tanto Sofia como aria emanaban esa energía deslumbrante y atrevida, pareciendo personas a las que nada podría resistirseles.

—¿Por qué no me sorprende? —preguntó retóricamente.

—Ella se siente un poco como tú... Perdida y maldita... Pero no ha dejado de pensar en ti. —afirmó. Y sé por el modo en que me miró que estaba completamente segura de lo que decía.

—¿Te das cuenta de cuán ridículo es esto? Solo nos hemos acostado. Sentirme así me hace ver como una loca desesperada.

—Nada de lo que puedas llegar a sentir es ridículo, lo ridículo es que no te atrevas a algo por miedo e inseguridad.

EL RADIO DE SUS OJOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora