Capítulo 4:Ley de Darwin

32 5 14
                                    

Apenas se había alejado unos cuantos metros debajo de las negras cenizas que caían del cielo y comenzaban a ensuciar su inmaculada ropa cuando su teléfono volvió a sonar, ya se sentía harto de la pelirroja, sin embargo, su expresión cambió al notar que el numero era desconocido con un código de región diferente. Si su memoria no lo engañaba (de hecho, nunca lo había hecho) podía reconocer el número de hace poco menos de una semana, ya había atendido sus llamadas con anterioridad sin detenerse a guardar el contacto. Era pues como si lo estuviesen llamando del otro mundo según lo que acababa de mirar.

–Doctor Bloodmask...–saludó la voz masculina del otro lado de la línea, ciertamente era la voz de quien esperaba. –Lamento no haberlo podido atender la tarde de hoy, espero por favor siga aquí en la ciudad...

–Buenas Tardes... doctor Fuyoshi...–atendió con desconfianza. Aunque ya el edificio en llamas no se podía ver desde su posición apenas subió su mirada pudo notar como el cielo había quedado cubierto de una espesa capa de humo negro.

–¡Me alegra oír su voz! Verá, tuve un pequeño percance y no pude llegar al instituto, mil disculpas, espero que no haya tenido que esperar por mí...—se excusó, haciendo que el vampiro frunciera su ceño. —Me encantaría que pudiésemos vernos para hablar sobre lo acordado antes de que se marche... como rector acordé con la doctora Malkavein que usted y yo nos encontraríamos la tarde de hoy, no deseo quedar como un hombre irresponsable...

—Claro, entiendo...—asintió el vampiro, quien del otro lado había borrado toda mueca de ironía o sarcasmo de su rostro, interesado en la propuesta que aquel hombre tuviera que hacerle. Solo se mantuvo de pie oyendo letra por letra las palabras del japones.

—Por favor no vaya a pensar mal. Los japoneses somos hombres de honor. Si yo le he dado mi palabra, puede confiar en mí. Permítame pasarle mi ubicación actual para que podamos hablar con más calma, de hombre a hombre, y de ahí podemos ir a beber algo que sea de su agrado, así no pierde su vuelo y se lleva de este país un lindo recuerdo, ¿Qué me dice?

—Pues, nada me agradaría más. —afirmó con una sonrisa amplia y un destello en la mirada. —La verdad que estoy bastante sediento.

—¡Perfecto! Permítame pasarle la dirección de un excelente café cerca de la zona. Le aseguro que se deleitará esta tarde y recordará nuestro país con mucho placer.

—De eso estoy seguro.—sonrió el pelinegro, colgando.

Del otro lado del teléfono, estaba el portador de aquel tono de voz suave y educado. Fujoshi Matsuhita, un hombre de tez extremadamente pálida no mayor de los cincuenta años con algunas canas apenas visibles en sus patillas y un corte de cabello ejecutivo que hacía resaltar bastante sus ojos rasgados.

Pero lo que más llamaba la atención del científico no era su carismática sonrisa con prominentes colmillos ni sus ojos rasgados que brillaban dentro del oscuro callejón como dos ojos de gato en la carretera, sino la tétrica visión de su elegante traje gris cubierto de sangre. Sangre que no era la suya precisamente.

Frente a él, sentada en el suelo sobre un charco de su propia sangre, ella lo veía con completo odio, aunque le costara trabajo mantener la mirada debajo de la sangre que seguía brotando de su cabeza y bajando por su frente. Había sido seriamente golpeada varias veces antes de quedar tirada en el suelo.

—La vida es un poco cruel, ¿no lo cree así, señorita Yukari?—comentó el rector pisoteando su mano con el tacón de su pulido zapato de cuero negro, haciendo que brotara un quejido de la boca de la chica. –Un día, cierras un trato millonario con un centro europeo por un poco de información, y al día siguiente, una mediocre estudiante resentida vuela en pedazos tu empresa...

Bloodmask: La logia de los niños de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora