Capítulo 22: Declaración de guerra

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Por el resto del camino no se oyó ni el sonido de una mosca dentro del Mustang. Sus bocas parecían cosidas por el grueso hilo de la incomodidad y la vergüenza. Aunque, de todas formas, lo que tenían que decir, ya se había dicho.

Apenas llegaron a la mansión Malkavein, el gran portón de enrejado barroco se abrió automáticamente. El cielo se estaba aclarando, por lo tanto, ella no podía darse el lujo de permanecer pensativa dentro del vehículo por más tiempo.

Una vez aparcado fuera de la estancia, el vampiro no emitió ni una sola palabra, aferrado algunos segundos al volante, solo se permitió mirar de reojo al asiento del copiloto, teniendo como respuesta la misma mirada de parte de ella, sin emitir ni una sola sílaba. Ambos eran cómplices y confidentes de lo que había ocurrido momento antes, y ninguno tenía intención de dejar que lo ocurrido saliera de las puertas y ventanas del vehículo. Sin mas que añadir, él solo salió de este, caminando en dirección hacia las sombras, tirándose la bata al hombro e introduciendo una mano dentro del bolsillo de sus pantalones, para ser absorbido por la oscuridad. Por su parte ella apenas bajaba del auto, solo para darle un vistazo a sus pies, desde que había ocurrido lo de momentos antes no había dejado de mirar el suelo del auto y ahora se fijaba en sus zapatos.

"Después de todo si tuve que correr"...—pensó sonriendo para sí misma.

Solo se dispuso a caminar hasta el interior de la casa. No como una Nosferatu lo haría, introduciéndose en las sombras o volviéndose bruma, sino como lo haría una humana común y corriente, poniendo un pie delante del otro. "Así era mejor" pensó. Después de todo, no tenía ánimo de llegar al interior de la mansión. Habían ocurrido demasiadas cosas aquella noche, cada una más perturbadora que la otra. Experiencias que la mantuvieron con la piel de gallina durante horas, visiones que le generarían pesadillas hasta pasados unos meses, pero, sobre todo, el recuerdo de la mirada encolerizada de quien hasta ahora era a sus ojos, el vampiro más poderoso que había conocido.

—...Solo a ti se te ocurre joderle la paciencia a Calígula.— Se reprochó a sí misma mientras subía las escaleras del salón. —Aún después de ver cómo quedaron sus rivales en ese coliseo. Pudiste acabar como el tal Abadon.—dicho esto, no le quedó más remedio que reírse de sí misma y su estupidez, mientras desataba su cola de caballo y masajeaba su cuero cabelludo.

Su expresión era de cansancio, quizás más emocional que físico, pero no podía contener entonces las ganas tan fuertes de lanzarse a echar una siesta. Su maquillaje se había corrido un poco y unas oscuras ojeras rodeaban sus ojos, además lo que quedaba de labial se había perdido horas antes de tanto morder sus labios viendo la masacre. Quienquiera que la viera habría pensado que venia de una fiesta en un antro, solo faltaba que llevara sus tacones en sus manos y su sostén saliendo de su bolso, pero no llevaba bolso, y sus converse aún se mantenían en sus pies, aunque las trenzas se hallaran sueltas.

Aún tenía trabajo que hacer, sin embargo, esperaba poder tener unas horas de descanso antes de que sus ojos se cerraran solos, y una vez recuperada, daría su tan esperado informe. Ese era el plan. Así era, hasta que olió un espeso y fuerte humo de cigarrillo proveniente de la sala de relajación. No era necesario tener que deducir de quien se trataba. Aunque el sillón estuviese de espaldas a la puerta, un fino hilo de humo de cigarrillo se extendía hasta el techo, y unos blancos dedos se apreciaban posados sobre los brazos del sillón, dedos cubiertos solo hasta la mitad de unos guantes negros de cuero.

—Buenas noches.—intervino la chica llamando la atención del otro.

De inmediato el vampiro apartó el cigarrillo de sus labios, levantándose en el acto para corresponder al saludo de la japonesa.

Bloodmask: La logia de los niños de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora