El día de Alex Ortega I

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La mañana de Alex Ortega comenzó con una mezcla de determinación y nerviosismo. Había decidido visitar la casa de su madre, un lugar que le traía recuerdos complicados y emociones encontradas. Sabía que sus padres estaban fuera de la ciudad y que Nicola, su hermana pequeña, estaba con la cuidadora. Era una oportunidad que no podía dejar pasar para ver a su hermana, aunque fuera en estas circunstancias.

Al llegar a la casa familiar, Alex se detuvo frente a la entrada principal. La misma casa que había sido testigo de tantos momentos difíciles y dolorosos. Con un nudo en el estómago, tocó el timbre. La cuidadora, María, apareció en la puerta y la recibió con una sonrisa cálida.

—¡Alex! ¡Qué alegría verte! —exclamó María, sorprendida pero genuinamente feliz—. No esperábamos tu visita.

Alex sonrió débilmente, sintiendo un peso aliviado por la amabilidad de la cuidadora.

—Gracias. Sabía que mis padres estaban fuera, así que pensé en venir a ver a Nicola.

María, con una mirada comprensiva, asintió y le dijo:

—Claro, es estupendo que quieras estar con ella. Aunque, por razones de seguridad, te recomiendo que entres por el jardín trasero. Han instalado cámaras en el lateral y dentro de la casa.

Alex, aunque confundida por la recomendación, aceptó y se dirigió al jardín trasero con un ligero temblor en las manos. El jardín estaba en calma, un lugar de tranquilidad en medio de sus propios conflictos internos.

Al llegar al jardín trasero, vio a Nicola jugando en un rincón, entretenida con algunos juguetes. Alex contuvo la respiración al verla, el corazón desbordando una mezcla de emoción y anhelo. Se agachó, tratando de no hacer ruido, y se acercó lentamente a su hermana.

Nicola, al escuchar un sonido familiar, levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Alex. El reconocimiento fue instantáneo. Un brillo de sorpresa y alegría iluminó el rostro de la pequeña. Sin poder contenerse, Alex se arrodilló y extendió los brazos.

—¡Nicola! —susurró Alex, con la voz quebrada por la emoción.

Nicola dejó caer su juguete y corrió hacia Alex, lanzándose a sus brazos en un abrazo apretado. Alex sintió el calor y la suavidad de su hermana, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Era un momento de pura felicidad y alivio.

—Te extrañé tanto, pequeña —dijo Alex, abrazando a Nicola con fuerza, mientras las lágrimas caían libremente.

La cuidadora, desde una distancia prudente, observaba la escena con una sonrisa cálida, sabiendo lo importante que era para Alex este reencuentro. El tiempo parecía detenerse mientras Alex y Nicola compartían ese abrazo sincero, una breve pero intensa conexión que llenaba un vacío en el corazón de Alex.

Después de un rato, Alex se apartó ligeramente y miró a Nicola con ternura.

—Tengo que irme al trabajo, pero si María lo permite, esta noche te llevaré a cenar. ¿Te gustaría? —preguntó Alex con una sonrisa esperanzada.

Nicola asintió con entusiasmo, y María sonrió con cariño.

—Por supuesto, Alex. Está bien para esta noche.

Alex aprovechó el momento para hacer una pregunta que la había estado atormentando. Se inclinó hacia Nicola, con la voz temblorosa.

—¿Cómo están papá y mamá? ¿Te ha hecho papá algún daño?

Nicola, sin entender del todo la preocupación de su hermana, respondió con confianza.

—No, papá no me ha hecho daño. Juega conmigo a las muñecas y es muy divertido.

PAUSADA - Sombras del pasado (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora