Capítulo 4

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A medio cigarro, empecé a pensar. -¿Ese tío de verdad va a cuidarme? Dios mio...- pensé en mí cabeza.
Miré afuera de la ventana, y le vi a él. Hablando con mi vecina. Me entró un golpe de celos en el cuerpo que recorrió toda mi espalda. Mi vecina, Saray, está super buenorra. Todos los chicos le hablaban. Tiene una cintura de avispa, abdomen plano, muslos anchos pero delgados, brazos y muñecas delgadas, tetas ni muy grandes ni muy pequeñas. Unos labios grandes, brillantes y carnosos, ojos azules como el océano y un pelo moreno que le llega hasta la cintura.
Me entraron celos porque yo soy todo lo contrario. ¿Yo? Yo soy una chica que está en la parte de las gordas. Con estrías en el cuerpo, muslos grandes y celulitis en los glúteos, sin mucha cintura, sin abdomen plano y con rollos. Mejillas grandes, ojos marrones oscuros, pelo marrón oscuro que me llega poco más de los hombros. Doy asco, pensé.
A mí nunca me eligieron los hombres. Aparte de un ex que fue mi novio durante un mes. Luego me enteré de que al principio nunca le gusté pero luego si. Y cuando lo dejamos me puso a mí como la mala. Pero bueno, así es la vida, ¿no?

Al cabo de un rato me había fumando ya como 6 cigarros mientras trabajaba en el ordenador. Estaba con los cascos escuchando música mientras estaba mirando algo "importante". En realidad estaba mirando porno lésbico. Sí, porno lésbico. Me picaba la curiosidad y tenía que verlo.
Subí las piernas en la silla y acerqué las rodillas a mi pecho mientras jugaba con una bolita antiestrés y estaba mirando el porno lésbico. Las poses que hacen son raras, pero se ven que lo disfrutan... Pensé.

Las mujeres estaban al borde del orgasmo y de la nada, alguien me quita los cascos. En ese momento apreté *Alt+F4* lo más rápido que pude para cerrar la pagina y me di la vuelta. Ahí estaba el. De nuevo y con la misma sonrisa afe ctada. Me sonrojé con vergüenza.

  -¿Qué estás viendo, hm?- dijó con tono burlón.
  -N..nada. ¡A ti que te importa!- me puse a la defensiva.
   -Parece que la niña no es tan inocente como lo aparenta.- se rió.
Me quedé callada por completo, sin saber que decir, completamente avergonzada.
  -Me daba curiosidad...¿vale?...- dije
  -Meh, te creo. Yo también era curiosillo a tu edad.
  -Me sacas 17 años, para de hablar como si fueras un abuelo de 87.
El se rió.
   -Está bien, renacuaja. Oye, una cosa, ¿tienes el número de tu vecina?- Ouch.
   -¿Qué vecina?
   -Saray.
   -Creo que si lo tengo. Luego te lo paso.
   -Vale, gracias.
   -De nada. Supongo...- suspiré y me giré al ordenador. Pero luego me di cuenta de que me seguía mirando.
   -¿Necesitas algo más?
   -No. Solo te observo. Tienes muchos granos en la nariz.- ¡Incluso más ouch!
   -Lo sé. Tengo un espejo.
   -Bueno, vale. Nada más te lo decía. Bueno, me voy, adiós.
Y con eso, se fue.

-¡UGH! ¿¡Será cabrón!?- pensé.

El guardaespaldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora