Al llegar a la comisaría 33, Anahí comprendió que había interpretado a la perfección la amable sugerencia de Brian. Cuando el abogado reconoció ante los presentes que conocía a la víctima, aunque matizó que no era su cliente, el capitán se mostró muy interesado. Una vez que la identidad de la joven fue desvelada, así como su dirección y parentesco con Vladimir Tilman, mientras su cuerpo era trasladado al depósito y dos agentes se encargaban de dar aviso a la familia, Alfonso Barrymore, Lipton y ella fueron invitados a trasladarse a las dependencias de la 33. Allí podrían hablar con más tranquilidad, al abrigo de las cálidas paredes de la sala de interrogatorios, comentario malintencionado que no pasó desapercibido tanto para el abogado como para los detectives de robos.
El semblante severo de Alfonso al verse conducido gentilmente a uno de los coches patrulla, y el hecho de que el extraño personaje vestido de cuero le cuchicheara algo al oído antes de coger al vuelo las llaves del deportivo negro y marcharse en él, puso en alerta tanto a Anahí como al capitán, que parecía disfrutar con las nuevas directrices que estaba tomando su renovado caso del Ladrón-Asesino de la Chistera. Aun así, se alegró al verse incluida en los planes de Brian, pero, cuando les indicó a Lipton y a ella que se encontrarían en la 33 y que no olvidaran llevarse todo el expediente que habían reunido sobre el caso, sospechó que había cierta mala intención; algo que pudo comprobar nada más poner un pie en la comisaría.
Afortunadamente había sugerido a su compañero que la dejara en casa para cambiarse de ropa mientras él reunía las notas, algunas escritas en servilletas de papel y que no habían sido informatizadas por su poca relevancia; además de decenas de folios que existían sobre el Ladrón de la Chistera, ahora asesino y tal vez violador. También le pidió que grabara en un pendrive el expediente íntegro. Brian era un bicho despreciable, alguien capaz de acostarse con la madrastra de su novia y fingir que no ocurría nada, por lo que no merecía su confianza.
En el trayecto a la 33, Lipton la observó guardarse el material confidencial y el pendrive en un bolsillo interior del chaquetón, pero no dijo nada.
—No me fío de él, Ray.
—¿Acaso te he preguntado? —replicó, airoso.
—No, pero no quiero que haya malos entendidos entre nosotros.
El detective aparcó frente a la comisaría y se volvió hacia ella antes de bajar del coche.
—No me gusta cómo te trata ese hombre, no me gusta que nos haya citado en su distrito y no me gusta lo que intuyo que va a pasar. Así que haz el favor de no hablar de malos entendidos, ¿vale?
—Vale —repuso ella con un amago de sonrisa.
Al subir la rampa del enorme edificio de ladrillo rojo, Anahí se refugió del viento helado alzando las solapas de su chaquetón, como si buscara otro tipo de refugio entre la cálida piel del abrigo. Hacía más de un mes que no regresaba a las concurridas dependencias del distrito de Washington Heights, una de las áreas más congestionadas de la ciudad que, a pesar de lo temprano que era, ya daba muestras de un incesante movimiento en el interior. Acababan de pararse frente a la sala de interrogatorios número cinco cuando ambos escucharon la pregunta con claridad.
—¿Quiere que llame al fiscal, señor Barrymore?
Anahí abrió la puerta sin llamar y le indicó a Ray que pasara primero. Después dejó la carpeta que había preparado sobre la mesa.
—¿Acaso estoy acusado de algo, capitán Kinney? —inquirió el abogado mientras volvía la cabeza al verlos entrar. Todavía llevaba puesto el abrigo, así como los guantes, y por la pregunta irónica con la que respondía, no parecía muy contento.
—No está acusado pero, si no colabora, sabe que puedo pedir una orden de registro de su casa, de su despacho, de su coche y hasta de sus calzoncillos si se me antoja.
—Y usted sabe que si he venido hasta aquí ha sido precisamente para colaborar en todo cuanto pueda, pero no sugiera que oculto información porque mi cortesía tiene un límite. Si trata de amedrentarme no lo va a conseguir. Ya le he dicho que la muchacha es la sobrina de un cliente, que solo la he visto y hablado con ella una vez, y que es todo cuanto puedo contarle. De modo que si insiste con sus coacciones, me veré obligado a demandarle por intimidar a un testigo, así que deje de perder el tiempo y échese a la calle a buscar al asesino.
Anahí no pudo evitar un amago de sonrisa que no pasó desapercibida para el capitán.
—¿Insinúa que le estoy amenazando? —Brian dio un golpe en la mesa y se levantó furioso al ver que el abogado se disponía a marcharse—. ¿Dónde cree que va?
—Miradas acusatorias, gestos implícitos de violencia y una concreta alusión despectiva contra mi propiedad: mis calzoncillos. Sí, me he sentido amenazado y los detectives de robos han sido testigos. En cuanto a la otra pregunta, si tanto le importa, le diré que voy a presentar mis respetos a una familia que acaba de perder a uno de sus miembros de tan solo dieciocho años.
—Perdone, abogado, a mí me gustaría hacerle algunas preguntas. —Ella se interpuso entre su formidable cuerpo y la puerta, al tiempo que evitaba la mirada furibunda de Brian.
—Pero es que ya le he dicho a tu capitán que no puedo aclarar nada más.
—Tal vez no logre darnos más información sobre la muchacha, pero si nos sentamos unos minutos y charlamos durante un rato puede que recuerde algún detalle que ahora considere insignificante. Tal vez asocie algún comentario que ella dijera y que hasta ahora no le ha dado mayor importancia.
Él se frotó la nuca con la mano enguantada y resopló. Miró de reojo al capitán, que todavía permanecía erguido junto a su mesa y, después de afirmar en silencio, sonrió.
—Está bien, Anahí, lo haré por ti, porque estamos demasiado cansados y porque necesito un café bien cargado antes de ir al depósito. Pero solo hablaré con Lipton y contigo —añadió con firmeza, indicando las dependencias al otro lado de la puerta.
Ella carraspeó, ignoró la mirada asesina de Brian y se dirigió a su compañero.
—Ray, por favor, ¿nos llevas unos cafés bien cargados al área de descanso? —pidió con suavidad.
—Claro —repuso este, saliendo con el abogado del despacho.
Al quedar a solas con Brian, ambos se miraron enfrentados hasta que él rompió el silencio.
—Anahí, ahora tenemos un asesino. El caso del ladrón se terminó.
—Lo sé, Bria... capitán Kinney, por eso...
—¿Qué pretendes, nena? —inquirió él, cambiando el tono de su voz.
—Solo trato de averiguar algo antes de que nuestro testigo se marche.
—¿Nuestro testigo?
—Sí, este es nuestro caso. ¿O no?
—¿Te refieres a ti y a mí? ¿Juntos?
—Brian, es mejor que dejemos los asuntos personales fuera de esto.
—Sin embargo, estás dispuesta a que colaboremos, codo con codo, en un caso que se te ha ido de las manos. Un expediente que ha sido trasladado a mi distrito.
—El atracador es mío. Raymond y yo llevamos semanas tras él.
—Estamos hablando de un sujeto que ha pasado de robar a sus víctimas a quitarles la vida. Ya no es un atracador de pacotilla.
—Pero es mi atracador.
—¿Te lo estás tirando?
—¿Cómo dices?
—Al abogado, que si te lo estás tirando.
—No sabes lo que dices, estás loco.
—Sé perfectamente lo que digo. Él y tú, juntos, en la fiesta de tu padre; luego en su coche, en el escenario del crimen... Demasiadas coincidencias.
—Apenas sé nada de él, le conocí ayer, unas horas antes de encontrarlo en la fiesta. Y ni siquiera sé por qué te doy explicaciones.
—Sí lo sabes, nena; tienes un problema muy grande con los hombres.
—No te consiento...
—No te hagas ahora la compungida —la interrumpió con un gesto—. Si quieres demostrarle algo a alguien, comienza por ti misma. Ve y habla con el abogado, después concretaremos, tú y yo, otros pequeños detalles. ¿No querías colaborar conmigo? —Se fijó en que ella tenía los nudillos blancos de aferrarse a la silla.
—Sí, señor. —Pareció que fuera a añadir algo más pero prefirió no tentar más su suerte.
—Bien, pues haz tu trabajo, detective Logan.
Al ver que se disponía a ignorarla, al tiempo que comenzaba a ojear los papeles que había en el interior de la carpeta que ella había depositado sobre la mesa, salió del despacho, tomó aire y caminó hacia el área de descanso. El embriagador olorcillo de café recién hecho y la amistosa conversación que Ray mantenía con el abogado consiguieron que sus nervios se templaran nada más sentarse frente a la barra que imitaba a la de un bar.
—¿Café de cafetera, Ray? —Lo miró sorprendida antes de tomar la taza que le ofrecía.
—El señor Barrymore no se merece beber ese agua sucia que sale de la máquina —repuso el hombre con convicción.
El abrigo y los guantes reposaban sobre una esquina de la barra y ambos parecían cómodos.
—Te aseguro, Ray, que he bebido cosas peores en mis incursiones por los bajos fondos de la ciudad. ¿Cómo ha ido la entrevista con el jefe? —Poncho fijó toda su atención en la detective. Sus ojos todavía estaban maquillados de la noche anterior, aunque la palidez de su cara y la rigidez de los labios mostraban enfado e impotencia en grandes dosis; como sus ojeras, que le daban una apariencia de niña cansada y a punto de echarse a llorar.
—No es mi jefe. Afortunadamente. —Bebió un trago y aprovechó para esconder la mirada de la suya.
Algo en ella le indicaba que detrás de aquellas palabras se ocultaba mucho dolor. Y desesperanza. Y rabia. Y algo más que se le escapaba.
—Pero ahora trabajáis juntos, ¿no?
—Ciñámonos a los hechos, señor Barrymore. —Por fin lo miró. Y tuvo que reconocer que sintió un escalofrío de placer al sentir su cálida mirada en la suya.
—Solo si vuelves a tutearme. Este ir y venir de buenas formas me está matando.
—Si así conseguimos finalizar este tema... ¿Comenzamos por recordar lo que hablaste con la muchacha antes de dejarla en casa? —le urgió ella.
—Sí, porque aunque merece la pena perder unas horas de sueño para desayunar en tu compañía, yo también estoy cansado de este asunto.
Ella revisó su elegante vestimenta, como si cayera en la cuenta de que ni siquiera había podido ir a su casa para cambiarse de ropa, lo que la hizo sentir culpable a pesar del inoportuno comentario.
—No te preocupes, en unos minutos podrás marcharte. —Al ver que él le entregaba un papel escrito a mano, lo cogió y arqueó las cejas—. ¿Qué es esto?
—Para tener que aguantar las pomposas órdenes del capitán Kinney pareces poco dispuesta a obedecerlas. —Hizo una mueca y arrugó la nariz con aversión—. No me cae bien tu novio, aunque me caía mejor antes de saber que es tu jefe.
—Ya te he dicho que no es mi jefe; al menos, no directamente.
—Eso ha quedado muy claro en el despacho. Te ha birlado el caso.
Ray carraspeó, fingiendo una tos inoportuna mientras ella regresaba su atención a las escasas dos líneas que el abogado había escrito con letra firme.
—Pero esto no significa nada —exclamó, levantando la vista de la hoja—. ¿Es todo lo que puedes decirme?
—He tratado de ser conciso.
—Solo es un párrafo.
—Ya os dije que apenas la conocí durante una hora. Dimos una vuelta en coche, cruzamos menos de cinco frases y me dijo que la estaban esperando. Después de dejarla en la puerta de su casa y asegurarme de que entraba, me marché porque llegaba tarde a la fiesta de cumpleaños del comisionado.
—¿Y qué sentido tenía ese paseo si no os conocíais?
—Esa es otra historia que no atañe al caso que acaba de adjudicarse el capitán Kinney. —Una lenta sonrisa le iluminó el rostro mientras miraba con descaro su reloj de pulsera—. Si hemos terminado, me gustaría marcharme. Ya debería estar en el depósito, expresando mis condolencias a la familia Tilman.
Anahí tuvo de nuevo la sensación de que aquel hombre que jugaba a comportarse como un niño travieso era capaz de ver a través de ella, de leer sus pensamientos. Sus inquietudes.
—Está bien —hizo una pausa antes de continuar, al tiempo que observaba cómo él se ponía el elegante abrigo y los guantes—. Estoy segura de que encontraremos otro momento en el que podamos hablar con más calma.
—Yo también, detective Logan. Y seguramente podré colaborar con más precisión cuando no sea bajo el apremio del capitán Kinney.
Ella le mostró la hoja y la movió ante él.
—Entonces tienes más información.
—No tengo información. Recuerda que soy un abogado, me debo al secreto profesional.
—¡Eso son los curas! —intervino Ray, que no perdía detalle de la conversación.
—Mi ética no me permite comprometer las confidencias de mis clientes, aunque la cita con April fuera un hecho circunstancial.
—¡Vaya, por fin un abogado comprometido con la ley y la justicia! —El sarcasmo de ella fue demasiado evidente.
—Sí, de los que ya no abundan. Qué suerte, ¿verdad? —Él sonrió, fingiendo candor.
—Resulta que la chica está muerta —le recordó, por si lo había olvidado.
—Sí, pero mi cliente no.
—Está bien, abogado Barrymore, no te robaremos más tiempo.
Dándose por vencida, abrió la puerta del área de descanso y le invitó a salir, pero él se puso delante de ella.
—Tienes razón, soy un hombre muy ocupado. —Hizo una pausa lo suficientemente larga como para darle tiempo a pensar en sus palabras—. ¿Qué te parece si te llamo porque, de repente, recuerdo algo que no compromete ni a mi cliente ni a mi juramento hipocrático?
—¡Eso son los médicos! —intervino de nuevo Ray, al que volvieron a ignorar.
—¿Qué me estás sugiriendo, exactamente? —Ella enarcó las cejas mientras observaba una nueva sonrisa ladeada en su atractivo rostro.
—Nada ilegal ni deshonesto, por supuesto. ¿Qué dirías si te propusiera que investigáramos juntos este caso?
—¿Tú y yo? — Lo miró con sorna, aunque tenía que reconocer que parecía sincero.
—Sí. Tú, yo y Lipton, por supuesto. No habrás creído que el capitán Kinney os haya incluido en sus propósitos, ¿verdad? Os va a echar del caso en un plis plas —chasqueó los dedos.
—Eso es cierto, Anahí —apuntó Ray, consciente de que ninguno lo escuchaba.
—Buenos días, Poncho. —Anahí rechazó la extraña oferta con una de sus mejores sonrisas—. Gracias por tu colaboración y tu valioso tiempo, pero ni Lipton ni yo necesitamos ayuda en nuestro trabajo.
—Tu optimismo es conmovedor. Buenos días —se despidió, abandonando el área de descanso.
Todavía estaba ensimismada con la carismática visión del abogado, despidiéndose en la puerta de la comisaría de varios agentes que parecían conocerlo de toda la vida, cuando la insidiosa figura de Brian se plantó ante ella.
—¿Qué habéis conseguido? —fue directo al grano.
—No puede decirnos gran cosa —repuso Lipton para concederle a su compañera un respiro—. Apenas conoce a la víctima y su declaración es irrelevante.
—¿Igual que la bazofia que me habéis entregado? —Lanzó la carpeta sobre una mesa y resopló—. Ahí no hay más que denuncias y datos que ya están informatizados.
—Es todo cuanto tenemos, capitán —aseveró de nuevo el detective.
—No, no es todo cuanto tenéis —Brian se dirigió a ella, que no había abierto la boca—. Sé cómo trabajas, Anahí, conozco tus métodos poco ortodoxos. Recuerda que has estado bajo mis órdenes bastante tiempo. Eres desorganizada, pero apuntas todo cuanto se te pasa por la cabeza, incluso en servilletas y trozos de papel que luego guardas en los bolsillos y relees como si se trataran de la Biblia; aunque siempre olvidas añadir ese material confidencial a tus informes.
—¿Pretendes indicarme cómo tengo que trabajar, o insinúas que deberías registrar mis bolsillos? —Estalló ella por fin. Le recorrió el rostro con la mirada fulgurante, desde el engominado peinado hasta los delgados labios que un día la besaron con ardor, pasando por sus ojos que se burlaban sin disimulo.
—No, por supuesto que no, nena. Pero como habrás comprobado, mis detectives se bastan para llevar este asunto sin ayuda de nadie. Y ahora, si no tenéis nada más para mí, será mejor que os larguéis. Vuestro capitán está buscándoos desde hace un buen rato y no se me ocurre cómo justificaros por más tiempo.
—Nos has engañado desde el principio. Nunca has pretendido que colaboremos.
—Lo comprendes, ¿verdad?
—¡Eres un hijo de puta!
—Vamos, Anahí, el capitán Kinney no nos necesita. —Lipton tironeó de ella y la sacó del área de descanso hasta asegurarse de que nadie podía escucharles—. A fin de cuentas, él está en lo cierto. Ponte el chaquetón. —Le entregó la prenda después de ponerse el suyo.
—¿De parte de quién estás tú, Ray? —replicó molesta, a la par que observaba cómo Brian se reunía con sus hombres en su despacho.
—De la nuestra, por supuesto. Pero él lleva razón. Ya no tenemos caso y hemos tratado de engañarlo. Si no, ¿por qué no le hemos entregado todo cuanto tenemos?
—Porque nos habría echado del mismo modo. Ya te dije que no me fiaba de él.
—Exactamente, ni yo tampoco. Por cierto, lo de insinuar que podía registrar tus bolsillos ha sido todo un reto. Imagínate que te toma la palabra.
—No se habría atrevido. —Por fin sonrió mientras Lipton sujetaba la puerta para que saliera delante de él.
Después de aparcar frente a las oficinas centrales del Instituto de Medicina Forense, un impresionante edificio de seis pisos ubicado en la esquina noreste entre la Quinta Avenida y la calle Treinta, Alfonso hizo un par de llamadas y se preparó para salvar un mal trago. Como imaginaba, nada más franquear la entrada se topó con varios hombres de Vladimir que sobrecogían por su aspecto sombrío; aunque a él le impresionaban muy pocas cosas. Uno de ellos pareció reconocerlo en el acto porque le indicó que pasara con un asentimiento de cabeza y cerró tras él, para asegurarse de que nadie más perturbara la pena de su jefe.
—No me han dejado verla —fue todo lo que dijo Vlad, nada más encontrarse cara a cara con él. Su larga melena rubia fulguraba bajo los focos halógenos. Otros dos hombres aguardaban cabizbajos en un rincón de la sala de espera—. ¿Quién ha podido hacer algo así? ¿Por qué a ella? ¿Por qué?
Su rostro angustiado y rabioso era una amalgama de sensaciones difícil de definir.
—Todo a su tiempo, Vlad. —Le palmeó en la espalda y dejó que su cliente lo abrazara.
Durante unos segundos ninguno dijo nada.
—En la flor de la vida, hermano, en la flor de la vida... ¡Quiero verla!
—Lo harás, Vlad, ten paciencia. Aunque no hay duda de que se trata de April, en cuanto el forense termine su trabajo te pedirán que identifiques su cuerpo.
El hombre hizo una mueca y él se sintió estúpido por no saber evitar determinadas palabras. A pesar de que Vladimir había sido un desalmado durante toda su vida, podía imaginar el duro trance por el que estaba pasando.
—La poli dice que ha sido ese tipo del que habla todo el mundo, el de la chistera. Tú fuiste el último en verla con vida, Barrymore, el último en hablar con la pequeña April. —Sus ojos inyectados en sangre lo miraron con fijeza. La larga melena rubia caía con desorden sobre sus descomunales hombros, confiriéndole un aspecto temible.
—La dejé en casa, Vlad, te juro que la vi subir las escaleras y cerrar la puerta —le interrumpió consternado.
—Lo sé, hermano, lo sé. —Le palmeó la espalda y le indicó que se sentara a su lado—. Escucha, Poncho, no quiero a los polis en esto. Ya me entiendes.
—Los de homicidios van tras la pista, Vlad. Quieras o no, están metidos en esto.
—No, no... —Ofuscado, movió la cabeza—. Los polis no conocían a April, para ellos solo es un cuerpo más. Quiero al mejor, te quiero a ti.
—Yo no soy poli, y mucho menos detective.
—Pero tú la conociste, estuvisteis hablando, seguramente te contó algo...
—Apenas me dijo nada, lo siento. April estaba enfadada consigo misma; en realidad, parecía enojada con el mundo entero.
—Sí, así era April. —Vlad sonrió con tristeza—. ¿Y qué hay de tu amigo? Ese que se deja ver entre los nuestros y entre los tuyos, ya sabes.
—¿Saenko? —Lo miró, extrañado.
—Tengo mis fuentes, Barrymore. Sé que ese hombre trabaja para el mejor postor y yo pago muy bien.
—Él no es tu hombre —aseveró con firmeza.
—Necesito a alguien que no cuestione ni mis contactos ni mis negocios, que trabaje y no haga preguntas. El mejor. O es tu amigo o eres tú, abogado.
—Tú lo has dicho, soy un abogado. —Chasqueó la lengua y finalmente reconoció en un susurro—: Aunque también quiero atrapar a ese cabrón. Por eso he hecho algunas llamadas y estaré pendiente de cómo evolucionan las pesquisas.
—Sabía que no me dejarías en la estacada.
—¿Y tu mujer? ¿Cómo se encuentra?—Alice está muy afectada. Cuando se enteró de la tragedia, sufrió una crisis nerviosa y los servicios de urgencias decidieron ingresarla en el hospital por si el embarazo sufría algún percance
—Todo saldrá bien, Vlad —trató de animarle con una palmada en el hombro.
Anahí y Lipton salieron del ascensor y se mezclaron con un montón de batas blancas que entraban y salían de las distintas dependencias. Era cerca de media mañana y sabía por experiencia que el forense no tardaría mucho en entregar su informe, por lo que había convencido a Ray para adelantarse a los detectives de Kinney. Era la única posibilidad de obtener las conclusiones de la autopsia de primera mano, antes de que estas se preservaran en el despacho del fiscal del distrito, o en los archivos de la 33.
Nada más entrar, parpadearon ante la intensidad de la luz cegadora que iluminaba la sala. El olor a formol era inconfundible, nadie podía obviar el lugar en el que se encontraban. Al reconocer al viejo doctor Norris, un ajado patólogo, amigo de su padre y de media ciudad, se dijo que la suerte le sonreía. El hombre estaba inclinado sobre la mesa de operaciones; levantó la cabeza de lo que ocupaba sus manos enguantadas en látex azul, asintió con un gesto y ambos se acercaron con cautela. Dos técnicos con sendas batas blancas, gorros de plástico y el rostro cubierto con mascarillas, como el patólogo, parecían aguardar sus instrucciones mientras observaban.
—¿Qué os trae por aquí, detectives?
—Trabajo, doctor Norris —contestó ella sin querer interrumpir.
Resultaba imposible apartar la mirada de aquel bello cuerpo desnudo que descansaba sin vida sobre la mesa de acero inoxidable, aunque afortunadamente tenía el rostro y los genitales cubiertos por una sábana.
—¿Cómo estás, Anahí? —la saludó sin levantar la cabeza.
—Bien, doctor Norris. Muchas gracias.
—Mal oficio has escogido, muchacha. —El hombre cortó el hilo que suturaba la parte frontal del esternón y se retiró de la mesa con las manos en alto hasta llegar a un impoluto lavabo, donde se quitó los guantes, los lanzó en un cubo y comenzó a lavarse.
Numerosos botes, frascos de cristal y estanterías metálicas se alineaban en la parte frontal, así como indefinidos artilugios capaces de trepanar cráneos y abrir troncos humanos como si fueran mantequilla.
—¿Tiene ya una impresión aproximada, doctor? —Vio de reojo cómo uno de los técnicos se colocaba tras ella y escuchaba al médico con atención.
—Más que eso, como le decía a nuestro joven amigo: prácticamente he terminado mis conclusiones. —Después de secarse con una toalla de papel, se deshizo de la mascarilla y le tendió la mano—. Seguidme al despacho, mi ayudante terminará de asear a la joven. Por cierto, creo que ya conocéis al abogado Barrymore, según me ha comentado.
—El abogado Barrym... —Se volvió sin dar crédito a sus palabras para toparse con el hombre que hacía unas horas había despedido en la 33.
—El mundo es un pañuelo, ¿verdad, Anahí? —Cuando se hubo quitado la mascarilla y el gorro, la desfachatez de su sonrisa se apoderó de ella, robándole las palabras.
—¿Qué haces aquí? —inquirió, sin poder apartar la vista de sus increíbles ojos verdes.
—¿Y tú?
—Estoy trabajando ¿No lo ves? Sin embargo, tú... tú eres un abogado, no me explico... ¡No puedes estar aquí! —negó enérgicamente sin terminar de encontrar la réplica adecuada.
—Y tú eres una detective de robos, así que estamos en igualdad de condiciones.
—¿Pretendes hacerme creer que investigas la muerte de la muchacha por tu cuenta?
—Y si así fuera, ¿qué?
—Que no puedes hacerlo. Estás interfiriendo en el trabajo de la policía. ¿Te lo ha pedido Vladimir Tilman?
—Me debo al secreto profesional, ya lo sabes.
—Eres un imbécil, es lo único que sé.
—¿Pasamos al despacho? —La voz del médico sonó impaciente. Ray los miraba con una sonrisa en los labios.
Dejando a un lado sus teorías de cómo alguien como Barrymore habría conseguido colarse en la sala de autopsias del anatómico forense más inaccesible de Nueva York, Anahí se adelantó y persiguió al médico por un laberinto de corredores.
—Borra esa estúpida sonrisa de tu cara, Ray. ¿Qué te hace tanta gracia?
—Tú —afirmó, rotundo—. En realidad, tú y el abogado. Ese hombre aparece donde menos lo esperas.
—Sí, ya...
—Pasad —les indicó el doctor mientras abría una puerta—. Todavía tengo que transcribir parte de la grabación, pero puedo adelantaros algunos datos que son bastante reveladores antes de que el fiscal solicite el informe confidencial. —Alzó las cejas a modo de advertencia, nada de lo que dijera podía salir de allí, y se apoyó en la mesa al tiempo que comenzaba a leer en voz alta sus apuntes—: La muerte fue instantánea, causada por un golpe en el cráneo que le produjo contusión cerebral. También presenta múltiples abrasiones y laceraciones en el cuerpo, en concreto del lado derecho, y fractura post mórtem de la tibia, probablemente producida por la caída desde una altura aproximada de un par de metros. He enviado a analizar unos restos de filamentos sintéticos que he encontrado en el vestido y en el pelo, pero con toda certeza creo que se trata de fibra de polipropileno y resina con cargas.
—Moqueta de un maletero —dedujo Lipton con acierto.
—Así es, detective.
—Entonces no murió en el callejón, el cuerpo fue trasladado.
—Así parece.
Anahí apuntó los datos. Alzó la cabeza del pequeño cuaderno y mordió el extremo del bolígrafo, dispuesta a preguntar todo cuanto se le cruzara por la cabeza; después analizaría cada palabra meticulosamente porque sabía que no tendría oportunidad de ver el informe. Brian se lo pondría muy difícil.
—La víctima no llevaba zapatos —advirtió en voz alta—; tampoco se encontraron las bragas ni las medias y el vestido estaba desabrochado.
—No hay evidencia de violencia sexual —el patólogo adivinó por dónde iba—, por tanto no hay signos de penetración forzada ni de coito. Tampoco se ha encontrado líquido seminal ni muestras de esperma en el examen general microscópico de secreción vaginal. Sin embargo, hemos hallado tejidos de placenta, corion y decidua.
—¿Cómo dice? —intervino por primera vez Poncho, que escuchaba atentamente. Anahí dejó de escribir de nuevo.
—Que el examen del contenido uterino ha revelado que la muchacha estaba embarazada de unas diez semanas; de hecho, portaba un feto de cuatro centímetros de longitud y unos diez gramos de peso.
Ante aquella declaración, Anahí y Lipton continuaron haciendo las típicas preguntas que no llevaban a ningún sitio; sin embargo, las últimas palabras del médico seguían martilleando el cerebro de Poncho.
Después de quitarse la bata blanca y despedirse del hombre, caminó hacia los ascensores junto a los detectives, que no habían abierto la boca desde que salieron del despacho médico. Que la muchacha estuviera embarazada complicaba mucho las cosas, por lo que no pudo evitar recordar las acertadas advertencias de Vlad que tan exageradas le parecieron en un principio.
—¿Cómo se te ocurre colarte en la sala de autopsias? —Lo sorprendió la voz airada de Anahí nada más entrar en el elevador.
—¿Eso me lo preguntas tú? —La miró con sorna.
—Estás interfiriendo en una investigación policial.
—Una investigación de la que ninguno de los dos formáis parte —le recordó, abrochándose el abrigo y señalando con la cabeza a su compañero.
—¿Cómo te atreves? —Ella se adelantó hasta pararse frente a frente, mientras Lipton cabeceaba a la espera de que se abrieran las puertas.
Sus facciones denotaban a las claras la considerable cantidad de soberbia que la embargaba. Podía percibirla al contemplar su barbilla alzada para mirarle con ojos fulgurantes, así como en la determinación de su mandíbula.
—Escucha, detective Logan, yo también estoy investigando. Y sí, me lo ha pedido mi cliente. Ya te dije que estamos en igualdad de condiciones.
—Y una mierda.
—También te dije que estoy dispuesto a colaborar.
—¿Me estás proponiendo que seamos socios?
—¿Por qué no? Los abogados también tenemos nuestras fuentes, ¿sabes?
—Sí, ya veo. —Resopló, como si no pudiera seguir escuchando—. No necesito un picapleitos revoloteando alrededor, inmiscuyéndose en mis pesquisas.
—Yo, yo, yo... nena, eres demasiado egocéntrica. ¿No te lo han dicho nunca?
La vio abrir mucho los ojos al mismo tiempo que formaba con los labios la palabra «O». Joder, tenía unos ojos preciosos que, curiosamente, como si el infierno estuviera gestándose en ellos, adquirieron el mismo tono del mar al fundirse.
—Vuelve a llamarme nena y te pongo la cara del revés —lo amenazó sin consideración.
Al abrirse la puerta del ascensor, dos hombres descomunales y Vlad en el centro se quedaron parados sin terminar de entrar. Anahí reconoció en el acto al acaudalado hombre de negocios, conocido también por su habilidad escurridiza ante el fisco y la ley, por lo que sacó su placa identificativa, se la mostró y la devolvió a su cinturón.
—Señor Tilman, nos gustaría hablar un momento con usted. Solo serán unos minutos.
—¿Qué hacen ellos aquí, hermano? —Vladimir se encaró a él, al tiempo que la ignoraba por completo. Lo sujetó por una manga y lo apartó del grupo con un gruñido—. Barrymore, te pedí que la policía no interviniera en esto. Prometiste ayudarme.
—Y lo estoy haciendo, créeme. —Trató de tranquilizarlo.
—Señor Tilman, le repito que solo serán unos minutos —insistió Anahí, acercándose.
Uno de los hombres de Vlad se interpuso entre ella y su jefe, mientras Ray daba unos ofensivos pasos al frente, por lo que Poncho trató de mediar rompiendo el extraño cordón intimidatorio que se estaba cerrando antes de que alguien tuviera que lamentarlo. sujetó por los hombros y la alejó del círculo que habían formado los hombres.
—Deja que yo me ocupe de esto, detective Logan, será lo mejor —le pidió en un tono que no admitía réplica.
Ella resopló como si estuviera a punto de perder la paciencia.
—Poncho, no interfieras en nuestro trabajo o mi compañero se verá obligado a llamar a una patrulla para que te lleve a comisaría. —Después, regresó al hombre, que también parecía a punto de explotar—. Señor Tilman, le prometo que no le robaremos mucho tiempo. ¿O también prefiere acompañarnos a comisaría en lugar de ocuparse del funeral de su cuñada?
—¡Váyase al diablo, señora! —Vociferó Vlad con una mirada asesina. La melena de color rubio platino aleteó sobre sus hombros por la fuerza de sus movimientos al adentrarse en el ascensor—. ¿Vienes, Barrymore?
Él siguió a su cliente y se despidió de ella con sorna.—Adiós, socia.
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Sublime Temptation (AyA Adaptación)
FanfictionAnahí Logan es una detective del Departamento de Policía de Nueva York. El amor la ha tratado muy mal últimamente, y hace meses que solo vive para su profesión. Alfonso Barrymore, afamado abogado penalista, pertenece a una de las familias más prest...