Un juego peligroso

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Los días se convirtieron en una frenética danza de reuniones, análisis y presentaciones. Alejandro se sumergió en el proyecto con una pasión que no había experimentado en mucho tiempo. Camila, por su parte, se mostró implacable en su exigencia de perfección, pero también sorprendente en su capacidad para reconocer y elogiar su trabajo.

Una tarde, mientras revisaban los últimos datos, Camila se inclinó sobre su escritorio, su mirada fija en los números. —Alejandro, estás haciendo un trabajo excepcional. Pero sé que puedes dar más.

Alejandro sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en su tono, una insinuación que lo desconcertaba. —¿A qué te refieres?

Camila sonrió levemente, revelando una hilera de dientes blancos y perfectos. —A que sé que tienes un lado más... sumiso.

Alejandro se atragantó. ¿Sumiso? ¿Qué quería decir con eso? Antes de que pudiera responder, Camila continuó: —No te preocupes, no te juzgaré. Muchos hombres disfrutan de explorar ese lado de sí mismos.

Alejandro sintió como si alguien le hubiera arrojado un balde de agua fría. La idea de ser considerado sumiso lo avergonzaba, pero al mismo tiempo, había algo en la propuesta de Camila que lo excitaba.

Los días siguientes, las insinuaciones de Camila se hicieron más frecuentes. Un comentario casual sobre su corbata, una mirada prolongada mientras él se agachaba para recoger un papel, un toque ligero en su brazo. Alejandro se sentía cada vez más desconcertado y excitado a la vez.

Una noche, mientras trabajaban hasta tarde, Camila se levantó y caminó hacia la ventana. La ciudad estaba iluminada como un árbol de Navidad. —¿Sabes, Alejandro? A veces me siento como si estuviera jugando con fuego.

Alejandro se levantó y se acercó a ella. —¿A qué te refieres?

Camila se volvió y lo miró fijamente. —A ti. A nuestro juego.

Antes de que Alejandro pudiera responder, Camila se inclinó y lo besó. Era un beso suave, casi tímido, pero lleno de una intensidad que lo dejó sin aliento. Cuando se separaron, Camila susurró: —¿Te gusta jugar conmigo, Alejandro?

Alejandro no pudo articular palabra. Asintió con la cabeza, incapaz de negar lo que sentía. En ese momento, se dio cuenta de que había cruzado una línea y de que no había vuelta atrás.

Sumisión en la OficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora