Menos masculinidad y más sumisión

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Los días se arrastraban como horas, cada segundo sin la atención de Camila se convertía en una eternidad para Alejandro. La jaula, que al principio había sido un símbolo de sumisión excitante, ahora se había convertido en un recordatorio constante de su impotencia.

La necesidad de orinar sentado lo humillaba. Para él, hacerlo de pie era un acto de masculinidad, un símbolo de su independencia. Ahora, estaba reducido a la condición de un niño pequeño, dependiendo de Camila para cada una de sus necesidades básicas.

"Esto no puede estar pasando", se decía a sí mismo, mirando su reflejo en el espejo. Su mirada era salvaje, sus ojos estaban inyectados en sangre. La excitación y la desesperación se mezclaban en su interior, creando una tormenta emocional que lo consumía.

Intentaba llamar la atención de Camila de cualquier forma posible. Le enviaba mensajes de texto a todas horas, la llamaba al teléfono, incluso intentaba seguirla hasta su casa. Pero ella lo ignoraba por completo, como si fuera un mosquito molesto.

"¡Camila!", gritaba en su oficina, su voz llena de desesperación. Pero ella seguía trabajando como si nada estuviera pasando.

Alejandro se sentía como un animal enjaulado, dando vueltas en círculos, buscando una salida. Había entregado todo su poder a Camila, y ahora se daba cuenta de que había sido un error fatal.

"¡Quiero que me liberes!", suplicaba, su voz temblorosa. Pero Camila seguía impasible.

La jaula, que al principio había sido un símbolo de sumisión, ahora se había convertido en una metáfora de su propia vida. Estaba atrapado, sin escapatoria, a merced de los caprichos de otra persona. Y lo peor de todo era que no podía hacer nada para cambiar la situación.

La desesperación lo consumía. Se sentía pequeño, insignificante, como un insecto aplastado. Y lo peor de todo era que sabía que se lo había buscado. Había sido él quien había consentido en poner la jaula, quien había entregado las llaves de su felicidad a otra persona.

Ahora, solo le quedaba esperar. Esperar que Camila se apiadara de él, que lo liberara de su jaula dorada. Pero ¿cuánto tiempo tendría que esperar? ¿Y si nunca llegaba ese momento?

La incertidumbre lo volvía loco.

Sumisión en la OficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora