El vacío

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Alejandro se sentía como un niño pequeño esperando un regalo de Navidad. La excitación que le producía el dispositivo de castidad era constante, un recordatorio palpable del poder que Camila ejercía sobre él. Sin embargo, esa excitación había dado paso a una inquietud creciente. Camila, que antes lo había seducido con miradas y palabras, ahora parecía distante y desinteresada.

Se pasaba las horas en la oficina, mirando fijamente la puerta esperando que ella entrara y lo mirara de esa manera que lo ponía tan nervioso. Pero Camila solo entraba, hacía su trabajo y se iba, sin darle ni una sola mirada significativa.

"¿Qué está pasando?" se preguntaba Alejandro en voz alta, más de una vez. Se miraba en el espejo del baño, su rostro reflejando una mezcla de excitación y desesperación. "Le di todo el poder. ¿Y ahora qué? ¿Me ha olvidado?"

Se pasaba las manos por el cabello, sintiéndose cada vez más frustrado. La idea de que Camila pudiera perder el interés en él lo aterrorizaba. Había entregado su cuerpo, su mente, su placer, todo a ella. ¿Y si ahora se arrepentía?

"Quizá fue un error," murmuraba, mirando el dispositivo de castidad. "Quizá le di demasiado poder. ¿Y si ahora ya no me encuentra interesante?"

Alejandro se sentía como un perro faldero, esperando las migajas de atención de su ama. Cada vez que Camila se acercaba, su corazón latía con fuerza, pero ella siempre lo dejaba con las ganas.

"¡Maldita sea!" exclamaba, golpeando la pared con la palma de la mano. "¡Quiero que me mire! ¡Quiero que me toque! ¡Quiero que me desee!"

Pero Camila seguía siendo una estatua, impasible ante sus súplicas silenciosas. Alejandro se sentía cada vez más desesperado. ¿Qué podía hacer para recuperar su atención? ¿Había ido demasiado lejos?

"¿Y si me lo quito?" pensó. La idea lo excitaba, pero también lo aterrorizaba. Si lo hacía, ¿Camila volvería a interesarse en él? ¿O se enfadaría aún más? ¿Y cómo se iba a quitar un dispositivo de metal que estaba pegado a él como unas esposas bien apretadas?

Alejandro se encontraba atrapado en una espiral descendente de inseguridades y obsesiones. Necesitaba respuestas, pero sabía que solo Camila podía dárselas. Y ella, por ahora, parecía decidida a mantenerlo en la incertidumbre.

Sumisión en la OficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora