La Resignación

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Los días se convirtieron en una rutina monótona. Alejandro se levantaba, iba a la oficina, se sentaba en su escritorio y esperaba. Esperaba alguna señal de Camila, alguna mirada, alguna palabra que le devolviera la esperanza. Pero nada.

La jaula, antes un símbolo de sumisión excitante, ahora era una extensión de su cuerpo. La sensación del metal frío contra su piel era familiar, casi reconfortante. Había perdido la noción de cómo era vivir sin ella.

La pérdida de su masculinidad era un dolor sordo que lo acompañaba a todas horas. Ya no recordaba cómo se sentía al orinar de pie, cómo era caminar con paso firme. Se había convertido en una sombra de sí mismo, un hombre vacío que solo existía para servir a los deseos de Camila.

Sin embargo, a pesar de todo, seguía amándola. La veía sonreír y su corazón se aceleraba. Su presencia lo llenaba de una extraña mezcla de dolor y placer. Era como una droga, adictivo y destructivo.

Una tarde, mientras trabajaban juntos, Alejandro reunió todo su valor y le preguntó: "¿Por qué? ¿Por qué me haces esto?"

Camila lo miró con una expresión de indiferencia. "Porque puedo", respondió simplemente.

Alejandro sintió un nudo en la garganta. Había esperado una explicación, una razón, cualquier cosa que le diera sentido a todo esto. Pero Camila no le ofreció nada.

"No te necesito", continuó Camila. "Eres útil, pero no eres nada más que eso."

Esas palabras fueron como una puñalada en el corazón. Alejandro se sintió humillado, despreciable. Pero a pesar de todo, no podía dejar de amarla.

A medida que pasaban los días, Alejandro se resignó a su destino. Había perdido todo lo que había valorado: su independencia, su masculinidad, su dignidad. Ahora, solo le quedaba una cosa: servir a Camila.

Y así, fueron pasando los días de Alejandro en su jaula, acostumbrándose a ella y aceptándola como una parte más de sí mismo.

Sumisión en la OficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora