Magia

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En un pequeño pueblo cercano a Tajo, donde la magia y los hechizos eran parte de la vida cotidiana, habitaban los últimos descendientes de una antigua orden de hechiceros, el tiempo había pasado factura en el pueblo, y la mayoría de ellos eran ahora ancianos cansados.

Este pueblo era un lugar de rígida tradición y jerarquía, donde los ancianos, con sus conocimientos y años de práctica, dominaban la vida del lugar. los habitantes del pueblo no recibía visitas de extraños y los forasteros no eran bienvenidos.

Entre esos ancianos vivía un joven llamado Santiago Marrero. Santiago era huérfano, y había crecido bajo la tutela de Vladimir, un hechicero de gran renombre e importancia en el pueblo. Pero, a pesar de haber sido criado por uno de los más respetados hechiceros, Santiago siempre causaba rechazo entre los habitantes.
Desde que era niño, los otros hechiceros lo habían mirado con recelo, considerándolo un inadaptado. Sus intentos de aprender y dominar las artes mágicas a menudo terminaban en fracaso, y su torpeza con los encantamientos no hacía más que reforzar la creencia de que no estaba destinado a ser un verdadero hechicero.
Incluso Vladimir, su mentor, lo veía con decepción. Aunque le había enseñado lo básico de la magia, nunca ocultó su desprecio por la falta de habilidad de Santiago. Para Vladimir, Santiago era una carga, un joven sin futuro en el mundo de la magia.

Una tarde, mientras Santiago caminaba por el pueblo con la cabeza agachada, fue interceptado por un grupo de ancianos que lo miraban con desaprobación.

-¿Otra vez has fallado en tu entrenamiento, Marrero? -dijo uno de los ancianos con desprecio.

-Estoy haciendo lo mejor que puedo -respondió, aunque sabía que sus palabras caían en oídos sordos.

-Hacer lo mejor que puedes no es suficiente -intervino otro hechicero-. Tu lugar no está entre nosotros. Si no puedes dominar siquiera los hechizos más simples, ¿de qué sirve que sigas aquí?

Santiago apretó los puños, sintiendo frustración y tristeza dentro de él. Pero no respondió. Sabía que cualquier réplica solo empeoraría las cosas. Se dio la vuelta y caminó hacia la pequeña cabaña en la que vivía con Vladimir.
Cuando llegó, encontró a Vladimir sentado junto a la chimenea, hojeando un libro. El anciano levantó la vista brevemente cuando Santiago entró, pero no dijo nada.

Santiago, intentando encontrar consuelo en la única persona que había sido una figura paternal para él, se acercó.

-Maestro, ¿por qué todos me rechazan? -preguntó, esperando recibir alguna palabra de aliento.

Vladimir cerró el libro con un suspiro y miró a Marrero con una mezcla de cansancio y desaprobación.

-Porque nunca has demostrado ser digno de respeto, Santiago. No puedes seguir fallando una y otra vez. La magia es un arte que requiere dedicación y habilidad, y tú... simplemente no las tienes. Además me dejas en vergüenza ante los demás...

Santiago intentó decir algo para explicar su frustración o consuelo en su mentor, pero Vladimir se levantó de su asiento y se retiró sin una sola mirada más hacia su aprendiz, dejando a Santiago solo

Desesperado, Marrero salió corriendo de la cabaña. Llegando hasta el bosque que rodeaba el pueblo, un lugar que conocía bien, pues a menudo se refugiaba allí cuando el rechazo de los demás se volvía insoportable. Sin embargo, esta vez, el dolor era más intenso que nunca. Años de desprecio acumulado parecían haber llegado a un punto de quiebre.

Adentrándose en lo más profundo del bosque, donde los árboles eran tan altos y densos que apenas dejaban pasar la luz, Santiago finalmente se detuvo. Exhausto y sin aliento, se dejó caer de rodillas sobre el suelo húmedo. Con las manos cubriéndose el rostro, dejó que las lágrimas fluyeran. Lloró por todo lo que había soportado, por los sueños rotos de ser un gran hechicero, por el constante sentimiento de no pertenecer a ningún lugar.

BESTIA - Cuarteto de NosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora