Cuando termino de peinarme el cabello, decido dejármelo suelto. Con las manos, quito las pocas arrugas que tiene el vestido que me he puesto. Al mirar el reloj encima de la mesita de noche, veo que marca las doce, así que salgo de la habitación sin hacer mucho ruido. Doy gracias de que no está despierto porque no me apetece tener que darle explicaciones.
Cojo un abrigo que está colgado en el perchero de la puerta. Agarro el picaporte de la puerta, pero no se abre. Lo muevo hacia mí, pero sigue sin abrirse. Lo intento una vez más hasta que, de repente, quema y eso hace que pegue un salto hacia atrás.
—No son horas para salir, bonita —mi corazón se acelera. La respiración se agita y el cuerpo me tiembla. Me doy la vuelta para encontrarme con esos ojos rojos que me producen un cosquilleo en el vientre.
—Creo que, con los veinte años que tengo, soy lo suficientemente mayor para cuidarme y tomar mis propias decisiones sin que un imbécil como tú me toque las narices, creyéndose el dueño de mi vida.
—El entrenamiento empieza a las cinco de la mañana, usted misma. Si quiere perder una vez más, salga; si realmente quiere respuestas, empieza a entrenarte, porque si no, no vas a llegar a la montaña de los dioses —dejo escapar un gruñido de rabia. Cada vez que abre la boca, me dan ganas de estrangularlo hasta que deje de respirar. Lo detesto—. En algún momento podrías pensar algo agradable sobre mí. Es que llega un punto en que empiezas a hacerme sentir mal.
—Dudo mucho que te pueda hacer sentir mal porque eso quiere decir que tienes corazón, y yo estoy convencida de que tú no lo tienes —se lleva la mano al pecho, fingiendo que le han dolido mis palabras cuando ambos sabemos que no es cierto—. Oh, vamos, no seas tan dramático; ambos sabemos que ni una sola palabra de las que he pronunciado te ha dolido. Fingir no es una de tus cualidades.
—Te aseguro que tengo demasiadas cualidades, pero, por tu desgracia, no las podrás descubrir.
—Fingiría que me importa no poder descubrirlas, pero mentiría si no te dijera que me alegra demasiado saber que no lo haré porque no podría soportarlo si te volvieras más egocéntrico de lo que ya eres.
—Perdona, bonita, pero a mí no me vuelvas a llamar egocéntrico, porque si hablamos de egocentrismo, tú eres la primera en serlo. Así que, en el hipotético caso de que esto sea una competición, tú eres la ganadora.
—Creía que no te gustaba perder. Me refiero a que tu ego no te lo permitía —ríe—. No entiendo qué es lo que siempre te hace tanta gracia, pero te aseguro que yo no se la encuentro.
—Será porque eres una amargada sin sentido del humor.
Qué ganas de darle un guantazo. Cuando se pone tan chulo, me pone de los nervios. Odio que la gente se crea superior, pero él me supera; hace que quiera arrancarme los oídos para no escucharlo hablar.
—Disculpa, imbécil, pero yo en ningún momento te he faltado el respeto, así que te agradecería que dejaras de tratarme como si fuera una puta mierda —cojo aire pensando que así me calmaré, pero parece que no, porque las palabras salen solas de mi boca—. Eres un sinvergüenza. No puedes evitar ser un capullo y, a veces, tus palabras pueden herir a las personas.
—No pretendía hacerte sentir mal.
—Lo has hecho.
—Creo que lo mejor será que me vaya a dormir porque, si continuamos esta conversación, uno de los dos va a acabar mal.
—Sí, será lo mejor.
—Buenas noches, Beira —antes de darse media vuelta, me dedica una leve sonrisa de satisfacción.
Una vez se ha ido, intento volver a abrir la puerta. Por suerte, ahora no quema, pero sigue sin ceder. Han pasado solo cinco horas y ya quiero largarme. Entre que lucho con la falta de sexo y tengo que convivir con él, para colmo, no es agradable hasta el punto de que te saca de tus casillas.
ESTÁS LEYENDO
ENTRE EL HIELO Y LAS CENIZAS
FantasyNo tan lejos de aquí, en los bosques más oscuros nace una historia junto a la futura reina de hielo, Beira. Una joven inteligente, fuerte y preciosa, aunque también hemos de decir especial comparada con los habitantes de su pueblo porque es la única...