CAPÍTULO 4 BEIRA

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No tardo mucho en volver al sitio que vi por última vez. El cuerpo del hombre ya es un esqueleto; supongo que me he librado de los lobos. Mejor.

Decido sentarme en una roca, pero no dejo de pensar en Haco. Quizás debería haber aceptado su propuesta. A lo mejor él es una de mis respuestas y la persona que necesito para ir a la montaña de los dioses. Hay que joderse.

Doy media vuelta. Salgo disparada hacia arriba para empezar a volar a toda velocidad hacia la casa. Cuando llego, la puerta se abre de golpe.

—Fingiré que no me esperaba que volvieras —se pone serio—. Espera, que me pongo en el papel. Sonríe—. Tía buena, ¿cómo es que has cambiado de opinión? —se lleva la mano al pecho—. Te prometo que no me esperaba para nada tu regreso —lo empujo.

—Corta el rollo, cara de alcachofa.

—Auch, eso dolió —suelto una pequeña risa—. Bonita, las cosas no se solucionan con violencia. Deberías dejar de darme ostias o clavarme flechas, porque te recuerdo que con la espada te gano, y la próxima vez te cortaré la cabeza, porque ayer me quedé con las ganas —me guiña un ojo.

—Mi madre tiene razón cuando dice que las apariencias engañan —lo miro con asco—. Tan serio que parecías junto a tu padre, y ahora eres un trozo de pan.

—Mi padre está muerto —sonríe y se va, dejándome con la palabra en la boca. Él sí que sabe cortar el rollo.

Ahora me siento mal. Soy una mala persona. A veces me paso por hablar tanto. Es un gran fallo. Debería aprender a pensar antes de abrir la boca, porque luego suceden cosas como las de ahora. Aunque tampoco es culpa mía; ni mi padre ni mi madre me habían comentado que el rey del reino del fuego estaba muerto, y ahora me pregunto quién coño era el hombre que quería asesinar a mi hermana.

Sigo a Haco por la dirección en la que se ha ido, pero su madre aparece delante de mí como si fuera un fantasma. Qué susto. Cuando me fijo en ella, veo que no tiene alas. Hay algo que no me cuadra, y no voy a negar que estoy lista para averiguarlo, aunque a la vez tengo miedo de hacerlo.

—Te voy a decir las reglas que debes seguir si vives en esta casa. No puedes abrir las ventanas ni las persianas. Cuando entres después de cazar, debes limpiar la alfombra. Por lo demás, puedes hacer lo que quieras sin romper nada. Tu habitación es la del final del pasillo a la derecha. Disfruta de tu estancia.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —asiente—. ¿Podría decirme dónde está su hijo?

—Normalmente, cuando discute con alguien, está en la cúpula de atrás. Si ha mencionado algo de su padre o algo no le parece correcto, debería estar en su cuarto. Pero dudo que lo hayas hecho perder los nervios, ya que es muy difícil hacerlo, así que sube a su habitación. Lo encontrarás ahí.

—Gracias —subo a la planta de arriba. Cuando estoy arriba, veo un mueble lleno de fotografías. Me acerco un poco más para verlas mejor. En varias veo a Haco junto a un niño pequeño adorable. Sus mejillas están ruborizadas. Una sonrisa le llega casi a las orejas. Su cabello es negro, y detrás se ven unas grandes alas negras junto a unas pequeñas. Sonrío.

Desvío la mirada hacia otra fotografía. Parpadeo varias veces seguidas. Haco está al lado de mi padre. La cojo para mirarla más de cerca. Pero qué cojones. Ahora sí que no entiendo nada. En la mano de mi padre hay un gran pescado. Haco sostiene una caña de pescar en la otra mano.

—¿Qué coño crees que estás haciendo? —pego un leve salto al escuchar esa voz tan aguda y ronca—. Deja eso ahora mismo —hago lo que me pide. Me giro a mirarlo. Trago con dificultad. Tiene el cabello mojado, y noto que tiene mechas blancas. No se las había visto antes. Pero eso no es lo que me pone nerviosa. Se acerca. Trago de nuevo con dificultad. Debería ser ilegal ir sin camiseta—. Te he hecho una pregunta.

—Me preguntaba por qué sale mi padre en esta fotografía junto a ti.

—No soy yo. Es mi padre.

—Pues os parecéis bastante —se acerca. Mi espalda choca contra el mueble, así que me agarro a él con fuerza.

—Ya sé cuál es tu punto débil. Vamos a trabajarlo —se aleja.

—No deberías acosar de esta manera a las mujeres. Podrían denunciarte por invasión del espacio personal —sonrío—. Deberías mejorar tus modales —la voz se me corta un poco al decirlo.

—Calladita estás más bonita —me acaricia la mejilla. Le aparto la mano de un manotazo.

—Si no quieres otra flecha en el brazo, deberías dejar de llamarme así, porque te juro que mi paciencia tiene un límite, y lo estás acabando.

—Pensé que se te había agotado cuando disparaste esa flecha en mi brazo —lo empujo.

—Estoy deseando empotrarte contra la pared y cortarte ese bonito cuello.

—Yo te empotraría contra la pared, pero no para cortarte el cuello —lo empujo para irme a la habitación que me indicó su madre—. Vaya culo tienes, joder.

Cuando entro en la habitación, cierro la puerta. Es acogedora. La pared es blanca con pequeñas flores pintadas. La cama tiene las sábanas de color rosa pastel. Sonrío.

Dejo las cosas en el suelo y me tiro sobre la cama. Cierro los ojos para pensar.

Debo convivir con Haco y realmente no sé si lo voy a conseguir sin sentirme atraída hacia él. Desde el momento en que lo vi, sentí lo mismo que con el primer chico con el que me acosté. Que descanse en paz.

A lo que me refiero es que no me veo capaz de convivir con él sin tener pensamientos intrusivos en mi cabeza.

Ya he visto cómo me pongo solo porque va sin camiseta; imaginadlo sudado, con el cabello mojado y despeinado. Mierda, ya lo estoy haciendo.

Quizás lo conozca desde hace poco, pero eso no quiere decir que no follaría con él. Porque con la rabia que le tengo, más ganas me dan de montarme encima de él y moverme como si montara un caballo. Y de nuevo lo estoy haciendo. Necesito despejarme.

Tanto tiempo sin hacerlo, creo que mi capacidad de imaginación me está empezando a afectar. Está claro que debería buscar a alguien con quien divertirme un rato y luego dejarlo tirado. Bajo rápidamente las escaleras para buscar a la madre de Haco, pero por mi desgracia me encuentro de frente con quien menos me apetecía. Hay que joderse.

—¿Podrías decirme dónde está tu madre?

—¿Por qué? —no digo nada—. Quizás pueda ayudarte si me dices por qué la necesitas —niego—. Entiendo.

—¿El qué?

—No quieres contármelo porque es algo sobre mí.

—No seas tan egocéntrico. Solo quiero saber si hay algún bar por aquí cerca.

—Respondiendo a tu pregunta, debo decirte que mi madre no volverá hasta el martes —cuatro días él y yo solos. Solo puede acabar de una forma: con uno de los dos en una caja de madera, muerto—. Ya veo la ilusión que te hace quedarnos solos. La parte buena es que podremos trabajar mejor sin nadie que nos moleste.

—¿Quieres que te ayude en algo mientras ella no está?

—Deberías tutearme —de nuevo evita mi pregunta.

—No confío en ti para llegar a ese punto de confianza.

—Pues bien que me has imaginado follando, bonita —me guiña un ojo. ¿Qué cojones acaba de suceder?

Cuando se va, sigo paralizada. Ahora sí que me da miedo este chico. Por no mencionar que me he quedado con las ganas de follar con alguien.

—Por cierto —viene volando hacia mí—. Si quieres desahogarte con alguien, el lugar al que voy es el bar de los abandonados. Está un poco más abajo. Hay buen material; siempre salgo de ese local con varias tías chupándomela, pero supongo que después de los gritos de placer que les provoco, es normal que intenten satisfacerme. No te lo digo para presumir, más bien es por si también te apetece imaginarte chupándomela —me guiña un ojo mientras lo miro con asco—. Adiós, bonita —empieza a caminar hacia el comedor, pero antes de desaparecer se da la vuelta para mirarme—. Por cierto, usa protección; no queremos bebés en este mundo de psicópatas.

—Lo dice uno que lo es.

—Creo que tú no te has visto correctamente en el espejo —desaparece.

ENTRE EL HIELO Y LAS CENIZASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora