—Deja de pegarme con la espada —pego un salto al notar que golpea contra mi trasero—. Haces daño, cabeza de chorlito.
—Haberlo pensado antes de tocarme las narices esta mañana —lo miro con asco.
Llevamos media hora viendo quién recibe más golpes con la espada, y os puedo asegurar que voy ganando. Pero cuando él me golpea, hace que me hierva la sangre, y eso que estamos peleando fuera de casa, bajo la lluvia.
—Creo que ya estoy lista para que me enseñes a utilizar mi poder —me dedica una sonrisa pícara. Me huelo que no es para algo bueno—. Por algo acepté tu propuesta, y te aseguro que no es para que me des con tu asquerosa espada en mi trasero.
—Siéntate, bonita —dejo escapar un suspiro de frustración. Odio que la gente no me llame por mi nombre. Cada vez que abre su maldita boca, saca a mi demonio interno, y en el momento en que lo haga, os aseguro que ya puede empezar a correr—. Cada vez que pones esa cara, me pongo aún más cachondo —me toca la mejilla. Su sonrisa me produce arcadas.
—Eres un cerdo.
—Nadie ha dicho lo contrario —me guiña un ojo. Lo miro con cara de "como sigas así, te arrancaré la cabeza"—. No pongas esa cara, te saldrán arrugas y no me apetece dejar de ver esa bonita y sexy cara —se acerca a mi oreja. Su roce hace que mi corazón vibre—. Ahora mismo te haría de todo —los nervios se apoderan de mi cuerpo.
—Apártate.
—No sigo órdenes tuyas, tía buena.
—Te estoy diciendo que te apartes de una puñetera vez.
Una ventisca helada me hace estallar, haciéndolo salir disparado hacia atrás, golpeándose la cabeza contra un árbol. Joder. Corro hacia él.
—Perdón. No sé qué me ha pasado. Nunca lo había hecho.
—Debería haberte escuchado —dice, rascándose la cabeza—. Joder. Creo que me estoy muriendo —finge llorar—. Entiérrame junto a mi padre —saca la lengua como si se hubiera muerto. Luego me dirá a mí que soy una niñata.
—Morirás cuando yo te mate, y eso aún no va a pasar —lo ayudo a levantarse para llevarlo a casa y dejarlo descansar en el sofá.
— Mejor dejamos el entreno por hoy — cierra los ojos mientras lo dice.
— Como quieras — me voy.
Cuando subo a la habitación, me tumbo en la cama pensando en lo que ha sucedido. ¿De verdad he hecho estallar esa ventisca? No sé qué pensar. Parecía como si mi cuerpo hubiera creado esa ventisca como un escudo para protegerme. Es alucinante.
Ojalá pudiera contárselo a Elsa. Alucinaría más que yo en estos momentos. No sé qué más decir; estoy en shock. Quizás debería fingir que me importa que el cabeza de chorlito se haya hecho daño, pero la verdad es que estoy agradecida de que haya sucedido porque me ha tocado las narices a lo grande. Y un escarmiento tampoco le va a venir nada mal.
Las horas pasan y yo sigo encerrada en mi habitación sin saber qué hacer. Las veces que he bajado no lo he encontrado. Mi mirada se desvía hacia el vestido que me cosí para salir.
No tardo mucho en salir por la puerta y seguir recto, tal como me dijo Haco. A lo lejos, escucho música. La sigo. Al llegar, veo una gran cabaña de la cual la gente entra y sale. Algunos están acompañados de otras personas, otros con copas en la mano, y luego están los que se besan apasionadamente en la entrada.
Decido entrar. Una vez dentro, voy hacia la barra.
—Una copa de lo más fuerte que tenga —digo. El camarero asiente.
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ENTRE EL HIELO Y LAS CENIZAS
FantasiNo tan lejos de aquí, en los bosques más oscuros nace una historia junto a la futura reina de hielo, Beira. Una joven inteligente, fuerte y preciosa, aunque también hemos de decir especial comparada con los habitantes de su pueblo porque es la única...