CAPÍTULO 8 HACO

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Llevo cuatro días, noventa y seis horas y trescientos cuarenta y cinco mil seiscientos segundos, para ser exactos. Tiempo suficiente para observarla. Es arrogante, egocéntrica, valiente y decidida, pero he podido notar que, aunque tenga estas cualidades, no va a durar ni tres telediarios en esta zona si no empieza a tener otra mentalidad y actitud. Para empezar, debería mejorar su poder: es débil, demasiado predecible. Pero ahora tengo la ayuda de Glaciar y de madre, así que podremos mejorarlo.

En segundo lugar, no debería permitir que un desconocido le meta mano delante de todo el mundo. Me gustaría decir que no lo digo porque esté celoso, ni mucho menos; más bien, es porque permitió que quien lo hiciera fuera Iglú. Odio a ese chaval desde que tengo uso de razón, y digamos que su reputación no es tan excelente como la mía.

Por último, hay un problema, y es que no puedo pasar más tiempo con ella; no la soporto. Cada vez que abre la boca, me dan ganas de empotrarla contra la pared porque me pone la polla dura desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron. No voy a negarlo: me siento atraído por ella, pero no personalmente.

Alguien llama a la puerta. Espero que no sea ella, porque aún sigo cabreado por la forma en que me ha tratado hace menos de tres horas.

Abro la puerta. No veo a nadie hasta que bajo la mirada. Elsa, hay que joderse. Su cabello blanco y corto, sus mejillas sonrojadas y sus ojos azul cristal que no dejan de observarme ni un instante.

—Largo —hace todo lo contrario. Se cuela por el espacio que hay al abrir la puerta—. No puedes entrar en habitaciones ajenas sin el consentimiento del habitante.

—Siéntate —da un golpecito en la cama cuando se sienta—. Por favor.

Hago lo que pide, pero no sin antes soltar algún que otro quejido. El silencio invade la habitación, haciendo que todo sea incómodo.

—Debemos hablar, Haco —la miro fijamente, intentando analizarla y empezar a hablar, pero antes de que pueda hacerlo, sus pequeños labios empiezan a moverse—. Ambos sabemos que necesitamos hablar, así que escúchame y luego hablas. Quiero que sepas que no te guardo rencor por haber intentado matarme. De hecho, quiero que sepas que te perdono porque ambos sabemos que jamás asesinaría a una niña.

—Si vuestra hermana no hubiera aparecido, os aseguro que no estaríamos en estos momentos manteniendo una conversación.

—Sois mala persona.

—No he dicho en ningún momento lo contrario. Si usted ha pensado lo contrario, no es mi problema; más concretamente, es el vuestro.

—Quizás su madre le enseñó a pelear, pero los modales se los voy a tener que enseñar yo misma, porque, con todo el respeto del mundo, sois un maleducado e inmaduro —me mira con cara de pocos amigos.

—Mira, niña, no estoy para soportar tus mierdas, así que deja de tocarme las narices y lárgate de esta habitación — ignora lo que voy a decir. Su boca se abre para empezar a hablar.

—También he venido porque quiero decirte que deberías mostrar tus sentimientos hacia mi hermana, porque ambos sabemos que lo vuestro es amor a primera vista, ya que tienes ganas de quererte más de lo normal con Beira —me guiña un ojo.

—Eso se llama atracción; cuando la sientes, no hay sentimientos de por medio, así que no es amor —se cruza de brazos—. Voy a ser sincera —asiente—. Me follaría a tu hermana, sí, pero no me gusta ni hay sentimientos de por medio, así que lamento decirte que no tendría una relación más allá de lo cordial con ella.

—Hablar con usted es imposible —se levanta para irse sin decir siquiera adiós.

Maleducada. Pienso.

ENTRE EL HIELO Y LAS CENIZASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora