CAPITULO 9 BEIRA

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Miro fijamente a los ojos a mi madre mientras escucho cómo se cierra de un portazo la puerta detrás de mí. No decimos nada durante unos segundos.

—¿Qué sucedió?

—Tú conoces más a ese chico.

—Claro, porque en una semana sé todas sus intimidades —digo con sarcasmo.

—Ese tonito, jovencita.

—Lo siento. —Me da un beso en la cabeza y se va hacia las escaleras para irse.

Me doy la vuelta para observar la puerta sin saber qué hacer. A la mierda. Cojo el abrigo y la espada por si es necesario utilizarla ya que con Haco cerca nunca saber lo que va a suceder. Luego de subirme la cremallera hacia arriba del todo, abro la puerta para salir a toda prisa de casa sin ni siquiera despedirme.

Maldigo entre dientes cuando mis botas se hunden en la nieve.

No tardo mucho en llegar al bar. Al entrar, recuerdo todo lo sucedido ayer.

Puedo notar cómo las mejillas se me suben de temperatura. Niego con la cabeza para borrar las imágenes de mi mente y centrarme en encontrar a Haco. Echo un vistazo, pero no es muy difícil localizarlo en la barra bebiendo un sorbo de su vaso, ya que es el único en el local, aparte del camarero.

Decido acercarme. No me da miedo saber de qué hablaban, pero tengo pánico a perder a la única persona que puede ayudarme a encontrar las respuestas que necesito.

—¿Siempre evitas las preguntas? —ladear la cabeza. Nuestros ojos se encuentran, haciendo que me hipnotice una vez más con esa mirada ardiente.

Ignora mi presencia, lo cual no me gusta. Se centra de nuevo en su vaso sin pronunciar palabra. La rabia invade mi cuerpo, así que tiro el vaso al suelo con una pequeña ventisca de nieve.

—Cada día me doy más cuenta de lo gilipollas que sois.

—Ahora que tengo vuestra atención, vais a escucharme, porque os prometo que no tengo miedo de clavaros otra flecha, pero esta vez no seré generosa.

—El problema, bonita —se pone de pie a centímetros de mi cara—, es que a mí no me apetece hablar con usted. Así que, si es tan amable de irse por donde vino, le haría un grandísimo favor a este amable señor y, por supuesto, a mí —se toca el pecho con la mano al decir lo último

—Lástima que mi madre, a la cual has gritado y amenazado, me haya enseñado a no obedecer órdenes que provengan de hombres que no sean mi padre.

Me siento en el taburete que tiene al lado sin apartarle la mirada ni un solo instante.

—Ahora vas a escucharme, y si se te ocurre interrumpirme, ya habrás visto suficiente el sol. Dicho esto, quiero decirte...

—¿Ahora me tuteas, tía buena?

Cojo la espada de mi cintura.

—Era broma, bonita —levanta las manos en forma de rendición.

—Quiero hacer una tregua contigo —levanta una ceja—. Quiero que me entrenes, y a cambio te daré lo que quieras.

Suelta una carcajada.

—Es broma, supongo, ¿no? —levanta una ceja. Pone una mueca que no sé cómo interpretar—. No voy a ayudarte.

—Sí, vas a hacerlo.

—Te estoy diciendo que no voy a hacer nada que pueda beneficiarte a ti, para eso ya lo harán vuestra madre y la mía.

—Nuestras madres conocen la lucha, pero no me enseñarán de la forma en que vos lo haréis.—No insistas porque no pienso ayudaros.

—Mira, voy a ser sincera —me observa fijamente sin parpadear ni un segundo—. Sé que no os caigo bien y que no podremos ser amigos, pero cuando digo que quiero vuestra ayuda es porque realmente admiro tu persona. Creo que tienes mucho que enseñarme.

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⏰ Última actualización: Sep 02 ⏰

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ENTRE EL HIELO Y LAS CENIZASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora