Epilogo
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El tiempo en el campo de flores no tenía sentido, pero Sanemi y Giyuu no lo necesitaban. Vivían en un ciclo interminable de días perfectos, donde el sol siempre brillaba cálidamente, y la brisa traía consigo la música suave del viento a través de las flores. El dolor de sus vidas pasadas era un recuerdo lejano, y cada día juntos era una nueva oportunidad de compartir el amor que habían encontrado demasiado tarde en la vida.
Sanemi, que había pasado tanto tiempo luchando contra el mundo y contra sí mismo, finalmente encontró la paz que siempre había anhelado en los brazos de Giyuu. El campo de flores se convirtió en su refugio, un lugar donde podían caminar juntos, hablar de todo y de nada, y simplemente disfrutar de la presencia del otro.
Había momentos en los que Sanemi pensaba en sus compañeros cazadores, en aquellos que habían caído antes que él y en aquellos que aún podrían estar viviendo sus vidas en el mundo de los vivos. Se preguntaba si, cuando llegara su momento, también encontrarían la paz que él había encontrado aquí, o si seguirían luchando hasta el final.
Pero esos pensamientos nunca duraban mucho. Giyuu siempre estaba allí para recordarle que el pasado estaba detrás de ellos, y que lo único que importaba ahora era el presente que compartían.
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Pasaron lo que podrían haber sido días, meses o años, y cada momento fue tan dulce como el anterior. El amor que compartían no disminuyó, sino que creció con cada palabra, cada gesto, cada mirada que intercambiaban. En este campo de flores, donde el tiempo parecía no avanzar y donde las cicatrices de sus vidas pasadas se desvanecían, Sanemi y Giyuu encontraron una paz que ni siquiera habían sabido que estaban buscando.
Sanemi, quien había pasado tanto tiempo de su vida luchando contra el mundo y contra sus propios demonios internos, finalmente se sentía en paz. No había más guerras que pelear, no había más enemigos a los que enfrentar, ni más pérdidas que lamentar. Todo lo que quedaba era el amor que compartía con Giyuu, un amor que los había salvado de la oscuridad, incluso en los últimos momentos de sus vidas.
Cada día, Sanemi se despertaba con una sensación de gratitud que lo abrumaba. No podía creer que, después de todo lo que habían pasado, finalmente estaban juntos, en un lugar donde nada podía separarlos. A veces, simplemente se quedaba mirando a Giyuu, observando cómo la luz del sol jugaba con su cabello oscuro, cómo sus ojos brillaban con una serenidad que Sanemi nunca había visto en ellos durante sus vidas.
Era en esos momentos que Sanemi se daba cuenta de lo afortunado que era. No solo por haber encontrado a Giyuu, sino por haber tenido la oportunidad de estar con él, en un lugar donde el dolor y el sufrimiento no podían alcanzarlos.
Había noches en las que Sanemi y Giyuu se sentaban juntos, con las manos entrelazadas, mirando las estrellas que brillaban en el cielo. Hablaban de todo y de nada, compartiendo recuerdos de sus vidas pasadas y sueños para el futuro que ahora tenían ante ellos. En esas conversaciones, Sanemi encontró un nuevo propósito, uno que no había tenido mientras estaba vivo: existir para Giyuu, para hacer de cada día una celebración de lo que compartían.
Un día, mientras caminaban por el campo de flores, Sanemi se detuvo de repente, tirando suavemente de la mano de Giyuu para que también se detuviera. Miró a Giyuu, sus ojos llenos de una intensidad que solo él podía expresar.
"Giyuu," dijo Sanemi, su voz suave pero firme. "Hay algo que necesito decirte."
Giyuu lo miró con curiosidad, esperando pacientemente.
Sanemi respiró hondo, sintiendo cómo el amor que había guardado en su corazón durante tanto tiempo se desbordaba en cada palabra que estaba a punto de decir.
"Te amo, Giyuu. No solo por lo que hemos compartido aquí, sino por todo. Por quién eres, por cómo me hiciste sentir incluso cuando no sabía que podía sentir algo más que odio y rabia. Tú eres la razón por la que sigo aquí, la razón por la que encontré la paz. Y quiero que sepas que, mientras tenga la oportunidad de estar contigo, haré todo lo que esté en mi poder para hacerte feliz, para amarte como mereces ser amado." sanemi soltó todas las pablras que había planeado decirle aquella vez a giyuu en el arrollo, las cuales no habia tenido el tiempo suficiente para decir.
Giyuu lo miró con una ternura que hizo que el corazón de Sanemi se sintiera ligero. "Sanemi," respondió Giyuu, su voz tan suave como el viento que soplaba entre las flores. "No tienes que prometerme nada. Ya me has dado más de lo que podría haber soñado. Solo quiero estar contigo, en este lugar, por el tiempo que tengamos. Y te prometo que también te amaré, por siempre."
Sanemi sonrió, sintiendo cómo una calidez se extendía por su pecho. Se inclinó hacia Giyuu, besándolo suavemente, un beso lleno de amor, promesas y una eternidad compartida. Cuando se separaron, Sanemi supo, sin lugar a dudas, que había encontrado lo que siempre había estado buscando.
No importaba cuánto tiempo hubiera pasado, ni cuántas vidas hubieran vivido. En este lugar, en este campo de flores, Sanemi y Giyuu habían encontrado su hogar, un lugar donde podían estar juntos, sin miedo, sin dolor, y sin las sombras de su pasado.
Y así, mientras el sol brillaba sobre ellos y el viento susurraba suavemente entre las flores, Sanemi y Giyuu caminaron juntos, sabiendo que no importa lo que el futuro les deparara, siempre se tendrían el uno al otro. Porque al final, lo único que importaba era el amor que compartían, un amor que había superado todas las pruebas, y que ahora, en este lugar donde el tiempo no tenía poder, duraría para siempre.
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Fin~
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Cicatrices que desvanecen
Fiksi PenggemarEste fic se desarrolla después de la pelea contra muzan en el castillo infinito. Se hará una muy breve mención de los camaradas caídos. Sentimiento encontrados y muy tarde para reconocerlos. Una pequeña historia de angustia, está es la segunda hist...