"El adiós inesperado"

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Capitulo 3

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El otoño comenzó a teñir las hojas de los árboles de un dorado suave, y el aire fresco traía consigo una sensación de cambio inminente. Sanemi, que había pasado meses en compañía de Giyuu, finalmente decidió que ya no podía seguir ignorando lo que sentía. Aunque el miedo lo retenía, sabía que no podía dejar pasar la oportunidad de expresar lo que había guardado durante tanto tiempo.

Una tarde, Sanemi reunió el valor para hablar con Giyuu. Se dirigió al arroyo con una determinación que había estado faltando en él desde la batalla final contra Muzan. Sabía que Giyuu estaría allí, como siempre. El pensamiento de confesar sus sentimientos lo ponía nervioso, pero también le daba una extraña sensación de alivio.

Al llegar al arroyo, Sanemi vio a Giyuu de pie junto a la corriente, con la mirada fija en el agua. Había algo diferente en su postura, algo más débil, más frágil. Sanemi sintió una punzada de preocupación en el pecho y aceleró el paso.

"Giyuu, hay algo que necesito decirte", comenzó Sanemi, su voz firme aunque su corazón latía con fuerza. Pero cuando Giyuu se volvió para mirarlo, Sanemi supo al instante que algo estaba terriblemente mal.

Los ojos de Giyuu, normalmente tranquilos y serenos, estaban apagados, y su rostro pálido mostraba signos de un cansancio profundo. Sanemi se dio cuenta de que la marca de cazador había comenzado a cobrar su precio mucho antes de lo que había anticipado.

"Giyuu..." Sanemi murmuró, el miedo comenzando a apoderarse de él. "¿Qué te está pasando?"

Giyuu intentó sonreír, pero solo logró una mueca débil. "Sanemi... creo que mi tiempo ha llegado", susurró, su voz apenas audible. "La marca... está cumpliendo su promesa."

Sanemi sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Todo lo que había querido decir, todo lo que había temido admitir, ahora parecía insignificante frente a la realidad de perder a Giyuu. "No... ¡No te atrevas a rendirte ahora!" gritó, su voz quebrada por la desesperación. "Aún no... ¡aún no he tenido la oportunidad de decirte...!"

Pero antes de que pudiera terminar, Giyuu cayó de rodillas, sus fuerzas abandonándolo. Sanemi corrió hacia él, atrapándolo antes de que cayera al suelo por completo. "No me hagas esto, maldita sea", susurró Sanemi, con lágrimas comenzando a brotar de sus ojos. "No puedes dejarme... no ahora..."

Giyuu lo miró con una ternura que Sanemi nunca había visto antes. "Sanemi... lo siento", dijo, su voz apenas un susurro. "Quería quedarme... Quería decirte... Tantas cosas"

El peso de Giyuu en sus brazos era un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida, y Sanemi sintió que el pánico comenzaba a tomar el control. Nunca antes había sentido tal desesperación, tal impotencia. El Pilar del Viento, que había sobrevivido a innumerables batallas y había enfrentado la muerte tantas veces, se encontraba ahora luchando contra un enemigo que no podía derrotar: el destino.

"Giyuu... No te atrevas a dejarme. ¡No puedes!" Sanemi se aferraba a Giyuu con todas sus fuerzas, como si su agarre pudiera mantenerlo en este mundo.

Giyuu, con su respiración entrecortada, levantó una mano temblorosa para tocar el rostro de Sanemi. "Sanemi... No luches contra lo inevitable. No quiero que me recuerdes con dolor..."

Pero antes de que pudiera continuar, Sanemi lo interrumpió, su voz quebrada por las lágrimas que ahora fluían libremente por su rostro. "¡Cállate! No... no digas eso. ¡No quiero escucharlo!" Su voz, normalmente fuerte y llena de rabia, estaba rota por el dolor. Sanemi se dio cuenta de que no podía permitir que Giyuu se fuera sin saber la verdad.

"Giyuu..." comenzó Sanemi, tratando de controlar el temblor en su voz. "Siempre he sido un imbécil, un maldito cabezota, pero tú... tú siempre estuviste ahí, incluso cuando no lo merecía. Nunca supe cómo decírtelo, pero... yo te amo, Giyuu. Maldita sea, te amo más de lo que he amado a nadie en esta vida."

Giyuu lo miró, sus ojos oscurecidos por la fatiga, pero una pequeña chispa de vida aún brillaba en ellos. Una sonrisa suave, casi imperceptible, curvó sus labios. "Sanemi... yo también te amo. Siempre lo he hecho. Incluso cuando discutíamos, incluso cuando nos ignorábamos, siempre supe que tú... eras alguien especial para mí."

Sanemi sintió que su corazón se detenía al escuchar esas palabras. La desesperación que había sentido momentos antes fue reemplazada por un torbellino de emociones: alivio, tristeza, amor, y una pena indescriptible al darse cuenta de que este momento, el que había temido y anhelado a partes iguales, estaba ocurriendo justo antes de perderlo para siempre.

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Saludos...

Cicatrices que desvanecenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora