Capitulo Seis

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Fluke se tambaleó al alejarse de la noria de la plaza de la Concorde.

La cabeza le seguía dando vueltas a causa de la experiencia. Las vistas de París eran magníficas.

Ohm lo agarró para equilibrarlo y él lo miró sonriendo.

–¡Ha sido fantástico! –exclamó.

Ohm observó sus ojos azules iluminados de alegría y se inclinó para besarlo apasionadamente en la boca. El deseo se apoderó de Fluke. Las piernas comenzaron a temblarle y se agarró a las mangas de Ohm para no caerse.

Al alzar la cabeza, Ohm, momentáneamente desconcertado, se dio cuenta de que estaban en un lugar público. Los guardaespaldas miraban hacia otro lado, probablemente asombrados por su comportamiento. Agarró la mano de su esposo y se dirigieron al Campo de Marte, donde les esperaba la comida.

–El Louvre ha sido agotador –dijo Fluke suspirando mientras se sentaba en las esterillas colocadas en la hierba para que estuvieran cómodos.

–Solo hemos ido a ver las obras más importantes. Trabajé varios meses aquí y fui al Louvre unas cuantas veces –comentó Ohm observando su pelo bañado por el sol. Quería volver a acariciarlo y la tentación lo divirtió porque era una novedad.

Normalmente, le bastaba una vez con un chico. Pero era obvio que llevaba demasiado tiempo sin disfrutar todo lo necesario del sexo, porque Fluke lo excitaba continuamente y le resultaba difícil resistirse a su atractivo.

A unos metros de distancia, una pareja de jóvenes, tumbada en la hierba, se besaba apasionadamente con los cuerpos entrelazados. Ohm sabía que no podía gozar de esa libertad y que era demasiado disciplinado para dar rienda suelta a sus deseos.

Sin embargo, había besado a Fluke en plena calle, olvidando dónde estaba y quién era.

–No entiendo mucho de arte; mi madre, sí. Estudió Historia del Arte y pensaba trabajar como historiadora.

Colocaron frente a ellos una mesita con platitos y copas de vino. Era un picnic, pero no como Fluke se había imaginado cuando Ohm se lo había dicho. Estaba claro que el príncipe desconocía el significado de lo informal.

Estaba acostumbrado a un servicio de primera clase.

Marcel había llegado cargado de cestas y su compañero, que era Alzarano, los había servido andando de rodillas, con la cabeza gacha, como si incluso mirar a los ojos al heredero del emir fuera un exceso de familiaridad. Mucha gente los observaba, pero Ohm no parecía darse por enterado, como tampoco de la presencia de policías trajes de paisano alrededor del círculo que formaba su propio equipo de seguridad.

¿Por qué iba a hacerlo?, se preguntó él. Ese era su mundo, rodeado de seguridad y anclado en la tradición.

–¿Por qué no fuiste a la universidad? –preguntó Ohm.

–Después de la muerte de mi abuela, no pude. Mi tío cubría los gastos de la residencia de mi madre. Desde que fue internada, yo vivía en casa de mis tíos, porque mi tío necesitaba alquilar la casita en la que habíamos vivido en la finca y yo era muy joven para vivir solo. Me sentí obligado a ayudar en casa porque no podían contratar a personal a tiempo completo.

–Tus familiares no deberían haberte permitido realizar semejante sacrificio –opinó Ohm, impresionado por la devoción por su madre.

Cuando era más joven, sentía mucha curiosidad por su madre, sobre todo después de su muerte. Buscó a su hermanastro para saber más de la persona que lo había traído al mundo para luego abandonarlo. Mean le contó todo lo que quería saber de él y llenó el vacío en su interior.

Príncipe por accidenteWhere stories live. Discover now