Al salir de la capilla, el día me recibió con una belleza deslumbrante que me dejó momentáneamente sin aliento. El sol brillaba con una intensidad casi cegadora, bañando la ciudad en una luz dorada que hacía resplandecer las fachadas de los edificios y los adoquines de las calles. El aire estaba lleno de vida, con el bullicio de la gente que iba y venía en sus quehaceres diarios. Mercaderes pregonaban sus mercancías con voces que se mezclaban en una cacofonía casi musical, niños corrían jugando entre las piernas de los adultos con risas despreocupadas, y el aroma de pan recién horneado flotaba en el aire, recordándome que no había comido nada desde la noche anterior.
Sin embargo, apenas registraba todos estos detalles. Mi mente estaba aún aturdida por la experiencia en la capilla, repitiendo una y otra vez las palabras de los dioses, tratando de asimilar la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Mi cuerpo se movía casi por inercia, siguiendo a Aelindra a través de las calles concurridas hacia el imponente castillo que se alzaba en el centro de la ciudad.
"¿Realmente acabo de hablar con dioses?" me preguntaba una y otra vez. "¿Cómo es posible que yo, una simple oficinista de otro mundo, haya sido elegida para una tarea tan importante?"
El trayecto al castillo pareció durar apenas un instante, a pesar de la distancia recorrida. Antes de que pudiera procesar completamente lo que había ocurrido, ya nos encontrábamos cruzando el puente levadizo y adentrándonos en el patio interior del castillo. Aelindra me guió con gentileza pero firmeza a través de pasillos de piedra iluminados por antorchas, hasta llegar a la habitación donde había descansado la noche anterior. La elfa me dirigió una mirada comprensiva antes de hablar:
— Descansa un momento, Jun. Iré a informar al rey de los acontecimientos y solicitaré una audiencia para ti. Volveré pronto con noticias. —
Asentí débilmente, agradecida por el momento de soledad que se me ofrecía. Necesitaba tiempo para procesar todo lo que había ocurrido, para asimilar la magnitud de la responsabilidad que ahora pesaba sobre mis hombros. Mientras Aelindra se alejaba por el pasillo, entré en la habitación y me dejé caer pesadamente sobre la cama. Cerré los ojos y dejé que mi mente vagara, repasando cada detalle de mi encuentro con los dioses.
"que cansado es la vida de una heroína"
Extendí mi mano frente a mí, observando el pequeño cubo dorado que Solarius me había otorgado. Lo giré entre mis dedos, maravillándome de su peso y la suavidad de su superficie. ¿Realmente podía convertirse en cualquier arma que deseara? Cerré los ojos y me concentré, imaginando una espada larga y elegante. Para mi asombro, sentí cómo el cubo comenzaba a cambiar de forma en mi mano, alargándose y afilándose hasta convertirse en la espada que había imaginado. Abrí los ojos de golpe y casi dejé caer el arma de la sorpresa.
— Esto es... increíble — murmuré para mí misma, balanceando la espada con cuidado. A pesar de nunca haber empuñado una espada en mi vida, se sentía natural en mi mano, como si fuera una extensión de mi propio brazo.
Cerré los ojos nuevamente y me concentré, y la espada volvió a su forma de cubo. Lo guardé cuidadosamente en el bolsillo de mi túnica, sintiéndome extrañamente reconfortada por su presencia.
El tiempo pasó, aunque no podría decir cuánto. Podría haber sido minutos u horas. Estaba tan absorta en mis pensamientos que el golpe en la puerta me sobresaltó, haciéndome dar un respingo. Me incorporé rápidamente, alisando mi ropa y tratando de parecer más compuesta de lo que me sentía.
— Adelante — dije, sorprendida por la firmeza de mi propia voz.
La puerta se abrió, revelando la figura imponente de Sir Galahad. El caballero hizo una reverencia respetuosa antes de hablar:
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Reborn In Fantasy
Science Fiction― Sé que vas a tener muchas preguntas― dijo mientras el carruaje avanzaba por las calles empedradas de una ciudad ― Te explicaré todo cuando lleguemos al castillo. Por ahora, solo quiero que sepas que has sido invocada por una razón muy importante...