RIVERBEND

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El amanecer se filtró suavemente a través de las cortinas de seda, despertándome del sueño profundo que me cargaba. Por un momento, me quedé inmóvil, mis ojos fijos en el techo ornamentado de la habitación del castillo. Aún me costaba creer que todo esto fuera real pero poco a poco me voy acostumbrando. Mis dedos acariciaron las suaves sábanas, un lujo al que todavía no me acostumbraba después de años durmiendo en un colchón barato en mi pequeño apartamento.

Con un suspiro, me incorporé y posé mis pies descalzos sobre el frío suelo de piedra. El contraste de temperaturas me ayudó a despertar completamente. Me dirigí hacia el enorme armario de roble que ocupaba la esquina izquierda de la habitación, recordando la tarde anterior cuando Aelindra y yo habíamos recorrido las tiendas de la ciudad.

Primero, habíamos visitado al armero, donde me equiparon con piezas de armadura ligera pero resistente. Luego, pasamos horas con la costurera real, quien confeccionó una variedad de prendas adecuadas para el viaje que me esperaba. Ahora, frente al armario abierto, contemplé las opciones.

Finalmente, me decidí por un conjunto que combinaba practicidad y estilo: un corsé de cuero negro sobre una blusa blanca de mangas anchas, pantalones ajustados de un material resistente y botas altas de cuero suave. Por encima, me puse una capa con capucha de color púrpura oscuro, un guiño a mi nuevo y sorprendente color de cabello.

Sacudiendo la cabeza para despejar mis pensamientos, me concentré en equiparme. Me coloqué las piezas de armadura sutil bajo la ropa: protectores en los antebrazos y espinillas, y un peto ligero bajo el corsé. En mi cinturón, coloqué una daga que Sir Galahad me había regalado después de nuestro entrenamiento.

"Mejor prevenir que curar", había dicho el caballero con una sonrisa. "Nunca se sabe cuándo necesitarás un arma discreta".

Finalmente, tomé el cubo dorado que Solarius me había otorgado y lo guardé en un bolso que había comprado el dia anterior, donde podría acceder a él fácilmente en caso de necesidad.

Con un último vistazo al espejo, respiré hondo y me dirigí hacia la puerta. Era hora de comenzar esta aventura.

Al salir de mi habitación, me encontré con Aelindra y Sir Galahad esperándome en el pasillo. La elfa me dedicó una sonrisa cálida, mientras que el caballero inclinó su cabeza en señal de respeto.

— Buenos días, Jun — saludó Aelindra. — ¿Estás lista para tu gran aventura?

Tragué saliva, sintiendo un nudo de nervios en el estómago.

— Tan lista como puedo estar, supongo — respondí con una risa nerviosa.

Sir Galahad me dio una palmada reconfortante en el hombro.

— Lo harás bien, mi lady. Recuerda todo lo que hemos practicado.

Asentí, agradecida por su confianza. Juntos, nos dirigimos hacia la entrada principal del castillo, donde el Rey Aldwyn y los príncipes Aldric y Cedric nos esperaban.

Al llegar, el Rey Aldwyn nos recibió con una sonrisa solemne.

— Jun, Príncipe Aldric — comenzó, su voz cargada de autoridad y preocupación paternal. — El viaje que están a punto de emprender es de suma importancia para nuestro reino. Confío en que ambos se cuidarán mutuamente y cumplirán con la misión que se les ha encomendado.

— No te preocupes, padre — respondió Aldric con una sonrisa confiada. — Traeré a la otra heroína sana y salva, y de paso, le enseñaré a Jun un par de cosas sobre cómo ser un verdadero aventurero.

Cedric puso los ojos en blanco ante el comentario de su hermano.

— Solo intenta no meterte en problemas, hermanito — dijo con un tono de burla cariñosa. — Recuerda que ahora eres responsable no solo de ti mismo, sino también de nuestra heroína.

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