Susurros entre ramas

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El crujido de una rama bajo mi bota me hizo detener en seco, el corazón me latía con fuerza

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El crujido de una rama bajo mi bota me hizo detener en seco, el corazón me latía con fuerza. Con los sentidos agudizados, escaneé el denso bosque a mi alrededor; cada sombra, cada susurro. Un ciervo, con su pelaje rojizo apenas visible entre los arbustos, levantó la cabeza, alerta. Mis dedos se cerraron en torno al arco, la flecha temblando levemente mientras apuntaba a su corazón. Contuve todo el aire en mí, evitando temblar, algo que me enseñó mi padre.

Pero antes de que pudiera soltar la cuerda, un sonido estridente y desagradable rompió la quietud del bosque. El ciervo, asustado, salió disparado entre la maleza, perdiéndose en la espesura.

—Por todos los dioses —maldije.

Sin embargo, no bajé la guardia. El sonido que había espantado al ciervo no era natural, era demasiado metálico, demasiado deliberado; parecía haber alguien recorriendo el bosque armado.

De repente, un destello de movimiento captó mi atención. Una bandada de codornices, sobresaltadas por el ruido, alzaron el vuelo en una explosión de plumas y graznidos. Sin dudarlo, ajusté mi puntería y solté la flecha. Voló como un rayo, atravesando el aire con una precisión letal. Dos codornices cayeron al suelo.

Bajé el arco, satisfecha, pero aún alerta. El bosque guardaba secretos, y no podía permitirme bajar la guardia. Me acerqué a las codornices caídas, recogiéndolas con cuidado. Su plumaje, moteado de colores tierra, se sentía suave y cálido bajo mis dedos. Sabía que podría conseguir un buen precio por ellas en el mercado; quizás lo suficiente para comprar un pan recién horneado y un poco de queso para acompañar.

Las guardé en mi zurrón de cuero, junto con el resto de mi botín: algunas bayas silvestres, un puñado de setas comestibles y unas cuantas hierbas aromáticas.

Volví sobre mis pasos, siguiendo el estrecho sendero que me llevaría de vuelta a la aldea.

Desde el amanecer llevaba recorriendo el bosque en busca de una presa digna de mi arco. Pero en los últimos días, la caza había sido escasa. Los animales parecían inquietos, nerviosos, como si presintieran un peligro inminente.

La sombra del dragón real, surcando los cielos en sus vuelos, no ayudaba a calmar los ánimos. El monarca, en su afán por demostrar su poder como rey, solo conseguía asustar a la caza y dejar a los aldeanos sin sustento. Un suspiro de frustración escapó de mis labios. La situación era cada vez más difícil, y la tensión se palpaba en el aire. Se pensaba que no sabíamos lo que ocurría con algún reino fronterizo. Aunque, en cierto modo, creo que era mejor no tener toda la información; ya teníamos suficientes problemas en el día a día.

Al llegar de nuevo a la aldea, el mercado bullía de actividad. Los vendedores pregonaban sus mercancías con gritos, mientras los compradores regateaban con entusiasmo. El aroma a especias y pan recién horneado se mezclaba con el olor a sudor y animales, creando esa esencia única de los mercados; una esencia que siempre me había fascinado y repelido a partes iguales.

El canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora