Recuerdo vívidamente un día de mi infancia cuando mi madre nos llevó a visitar a mi abuela por parte de padre. Mi abuela vivía en una zona conocida como "El Pequeño Haití" o "El Guacalito", un lugar lleno de vida y movimiento. Aunque no tenía un local establecido, la gente se agolpaba para comprar la comida que vendía, una mezcla de aromas y colores que a menudo me fascinaba.
Mi abuela era haitiana, lo que hacía que mi padre también fuera haitiano, y por ende, mis hermanos y yo éramos una mezcla de haitianos y dominicanos. A pesar de esta herencia cultural, nunca aprendí creole ni estuve realmente cercana a esa parte de mi familia, y muchas veces me sentía como una extraña en su mundo.
En uno de esos días, conocí a una niña llamada Chucha. A pesar de que no me caía nada bien, me uní a ella en juegos, buscando esa conexión que rara vez encontraba. Chucha me invitó a jugar un juego que ella había elegido, y, en retrospectiva, me doy cuenta de que era un juego que no estaba destinado para niños.
Lo que empezó como un simple juego pronto se tornó en algo mucho más perturbador. Chucha me hizo cosas que eran propias de los adultos, cosas que no entendía completamente en ese momento. Aunque no puedo describir esos actos con detalles precisos, el malestar que me causaron permanece en mi mente hasta el día de hoy. El peso de esa experiencia quedó guardado en silencio, y no fue sino hasta unos meses atrás que encontré el valor para hablar de ello.
Este recuerdo, cargado de confusión y dolor, se convirtió en una herida que nunca sanó del todo. Lo que debía ser una simple amistad infantil se transformó en una marca indeleble de traición y sufrimiento, que continuó afectándome a lo largo de los años.
Revivir esos recuerdos dolorosos me hace sentir una punzada aguda en el pecho. Me siento tan mal conmigo misma cada vez que pienso en esos momentos, como si estuviera reviviendo la misma angustia que experimenté en mi infancia. La culpa y el dolor se entrelazan en mi mente, creando un torbellino de emociones que parece interminable. Pero sé que debo enfrentar estos recuerdos para poder sanar la herida que llevo dentro.
Es un proceso arduo y desafiante, el de mirar hacia atrás y enfrentar las sombras que han estado acechando en mi corazón. El malestar que siento al recordar esos eventos no es solo una sensación pasajera, sino un reflejo del vacío que he llevado conmigo durante tanto tiempo. Es como si mi corazón estuviera roto en mil pedazos, y el espacio que debería estar lleno de amor y alegría estuviera vacío y frío.
Hablar de lo que viví, aunque doloroso, es un paso crucial para sanar. Es necesario poner en palabras las experiencias que me han marcado, aunque esto signifique revivir el dolor que pensaba que había dejado atrás. Aceptar que fui herida y reconocer el impacto de esos actos en mi vida es parte del proceso de recuperación.
No puedo continuar ignorando este vacío que siento, ni el dolor que se manifiesta en cada rincón de mi ser. Aceptar mi historia, por dolorosa que sea, es el primer paso para empezar a reparar el daño que se ha hecho.

ESTÁS LEYENDO
Echoes from the Abyss: My Life in Focus
Non-FictionDesde el momento en que nací, mi vida estuvo marcada por el dolor. Mi padre, que nunca quiso que yo existiera, intentó deshacerse de mí antes de que naciera. A los tres meses, mi madre, incapaz de cuidarme, me entregó a mi abuela, donde el amor y la...