Capítulo 11: La Lucha Silenciosa

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Aun me siento mal. Es una declaración simple, pero está cargada de un peso abrumador. Todos los días despierto con una sensación de desesperanza, un vacío que se ha instalado en mi pecho y que parece resistirse a cualquier intento de desalojarlo. Es una batalla diaria, una guerra silenciosa que lucho dentro de mí misma, y aunque sigo aquí, no puedo evitar sentir que estoy perdiendo.

La soledad es mi compañera constante. Incluso cuando estoy rodeada de gente, me siento sola. Es como si hubiera una barrera invisible entre el mundo y yo, una barrera que me impide conectarme verdaderamente con los demás. Las conversaciones superficiales no hacen más que acentuar la distancia que siento, y me pregunto si alguien alguna vez podrá entender realmente lo que estoy pasando. Esta soledad no es solo la ausencia de compañía; es un vacío interno que me consume, un agujero negro que succiona toda la alegría y la luz que podría haber en mi vida.

El vacío dentro de mí es profundo y persistente. Es como un abismo sin fondo, una oscuridad que se extiende en todas direcciones, absorbiendo cualquier destello de felicidad o paz que podría haber tenido. No importa lo que haga, no importa cuántas distracciones busque, ese vacío siempre está ahí, esperando para envolverme. Me esfuerzo por mantener mi mente ocupada, por llenar mi tiempo con actividades que puedan mantener a raya los pensamientos oscuros, pero es como tratar de llenar un pozo sin fondo: no importa cuánto lo intente, nunca es suficiente.

He aprendido a ser una experta en distracciones. Me sumerjo en el trabajo, en libros, en series de televisión, en cualquier cosa que pueda ocupar mi mente durante unas horas. Pero cuando las distracciones desaparecen, cuando la actividad cesa y me encuentro sola conmigo misma, todo vuelve. Los pensamientos oscuros, el deseo de escapar, la necesidad de sentir algo, cualquier cosa que no sea este vacío aplastante. Es en esos momentos de silencio cuando la tentación de autolesionarme se vuelve más fuerte, cuando la idea de terminar con todo se convierte en un susurro persistente en mi mente.

No puedo sentir placer. Es como si todos los colores se hubieran desvanecido de mi vida, dejando solo matices de gris. Las cosas que solían traerme alegría ya no tienen ningún efecto en mí. La comida no tiene sabor, las risas suenan huecas, y los momentos que deberían ser felices se sienten vacíos. Es como si estuviera atrapada en una neblina constante, incapaz de ver o sentir con claridad. Este estado de entumecimiento emocional es aterrador porque me hace sentir que estoy perdiendo lo poco que queda de mi humanidad. Me pregunto si alguna vez volveré a sentir algo genuino, algo que no sea esta apatía y desesperanza.

El miedo a recaer, a sucumbir a la tentación de autolesionarme, es constante. Es una lucha diaria, a veces hora por hora, para mantenerme alejada de esa oscuridad. Sé que un solo momento de debilidad podría llevarme de regreso a ese lugar peligroso, y eso es lo que más me asusta. No quiero volver a ese ciclo de autodestrucción, pero a veces parece la única opción. Es difícil explicar a los demás por qué lo hago, por qué lastimarme a mí misma parece ofrecer algún tipo de alivio, aunque sea temporal. Pero la verdad es que no lo hago porque quiero morir; lo hago porque, en esos momentos, es la única manera que conozco para sentir algo, para escapar de la insensibilidad que me envuelve.

He aprendido a ser fuerte, o al menos a aparentar serlo. Sonrío cuando se espera que lo haga, digo las palabras correctas en las situaciones sociales, y mantengo la fachada de que todo está bien. Pero es solo eso, una fachada. Debajo de esa superficie hay un caos interno, una lucha constante para no dejar que la oscuridad me consuma por completo. Es agotador, y a veces me pregunto cuánto tiempo más podré seguir manteniendo esta fachada antes de que todo se desmorone.

A veces me pregunto si hay esperanza para mí. Si alguna vez podré encontrar una salida de este ciclo de dolor y desesperanza. Me aferro a la idea de que, tal vez, con el tiempo y con la ayuda adecuada, podré sanar. Pero la duda siempre está ahí, acechando en el fondo de mi mente. ¿Y si nunca mejoro? ¿Y si este es mi estado permanente, mi nueva normalidad? Es un pensamiento aterrador, pero uno que no puedo evitar tener.

Echoes from the Abyss: My Life in FocusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora