12:AÑO 1 EN LECHE NEGRA

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Llegamos a Leche Negra en un avión y, según la legislación, las nenas beta como yo tenían que viajar en la falda de los hombres negros, así que tuve que estar sentada sobre las piernas de mi nuevo amo: El maestro.  Este era un país lleno de hombres negros con enormes genitales en donde los blancos eran sometidos lentamente a un proceso de sissyficación. Yo, sin embargo, ya me había transformado y había asumido mi lugar como putita así que no fue una gran diferencia.

Me encontré con monumentos de hombres blancos de rodillas recibiendo semen en la boca, de hombres negros caminando llevando a varoncitos con correas como si fueran perros y toda una sociedad que veía a los blanquitos como seres destinados a la sumisión, de segunda categoría. Eso me hubiése horrorizado tiempo atrás pero ahora me excitaba mucho y me parecía adecuado.

El hotel en donde me tocaría trabajar era prácticamente nuevo y me tocó vivir en una habitación para empleadas. Tenía que usar un vestido de mucama muy ajustadito que tenía que estar constántemente pendiente de que no se me viera el culo debajo de la una corta pollerita traslúcida. Me hacía acordar al vestido de mucama que había tenido que usar meses atrás con Emma, pero este era todavía más slutty.

Los clientes por lo general eran hombres negros de vacaciones que se pasaban abusando de mí, maltratándome, tocándome el culo o nalgueándome cada vez que me cruzaban. Yo me hacía la inocente y miraba sorprendida con la boquita abierta cada vez que pasaba algo así. Mis compañeras eran pocas y se fueron yendo con el tiempo por algún que otro motivo quedando yo sola como la mucama principal. Tenía mucho trabajo pero el Maestro encontró un sistema muy práctico para reclutar nuevas mucamas. Cada tanto, venía un pequeño hombre blanco totalmente perdido y desprevenido por uno u otro motivo hasta el hotel. Allí, el Maestro les explicaba que había habido una confusión ya que pensaron que la reserva la había hecho un hombre negro. El maestro, sin embargo, les proponía una alternativa: ya que recién se habían bajado del avión, les ofrecía quedarse en la habitación de las mucamas por unos días. Cuando accedían a esto, ya no había vuelta atrás.

Siempre se veían envueltos en algún problema en los que el Maestro tenía que salvarlos y quedaban en deuda con el hombre. Primero les pedía que les llame "amo", luego les ofrecía trabajo en el hotel para pagar la deuda y poco a poco iban aceptando su destino pasando por una transición sexual. "No te preocupes por el alquiler: la mitad de tu sueldo te lo cubrirá. La otra mitad cubrirá los gastos de luz, agua, comida y el precio de tu nuevo uniforme". Yo era la encargada de vigilar a estos nuevos reclutas. Era la mujer con más experiencia, todos respetaban a "Doña Tragona".

El maestro no tenía sexo con ninguna de nosotras... salvo conmigo. Esa poronga tenía dueña y era mi boquita. Todas las mañanas me levantaba temprano y entraba en la habitación de mi amo a ordeñar mi leche matutina. Me metía entre las sábanas, le bajaba el bóxer y una enorme verga dura y venosa salía y me pegaba en la carita. Empezaba lamiéndole sus bolas, luego chupándole la puntita y, si demoraba mucho en empezar, el maestro abría los ojos enfadado y me metía la cabeza con fuerza hasta atragantarme. Una enorme cantidad de esperma salía de sus bolas e iba directo a mi estómago. Ese alimento me dejaba satisfecha por todo el día y me la pasaba eructando con olor a esperma durante toda la mañana. El olor a esperma se volvió un aroma característico en mi, todos en el hotel me reconocían antes de entrar a una habitación por mi intenso aliento. Era la lechera personal de mi jefe.

En esa habitación rosa y blanca ví pasar a muchos varoncitos blancos de diferentes alturas, edades y países de origen. Ninguno de ellos pudo resistirse al proceso de sissyficación. Sin embargo, con el correr del tiempo, algunas aguantaron más tiempo que otras. Un caso, por ejemplo, eran dos gemelos extremadamente jóvenes que habían viajado a leche negra festejando su cumpleaños de 18. Venían de Inglaterra y estaban muy asustados porque el amo les había limitado el acceso al teléfono y no podían comunicarse con sus papás. Sin embargo, un día fueron a la piscina y pudieron ver al Maestro bañándose y con su enorme bulto marcando su shortcito y eso les hizo quedarse. Esos dos varoncitos que se creían tan heteros a las dos semanas estaban tan hambrientos de pene que empezaron a tener sexo entre ellos mismos para saciar sus necesidades.

El más putito de todos, sin embargo, era Sissy. Cuando llegó, era un jugar de fútbol blanquito super homofóbico. La verdad, me molestaba su intransigencia ¿cómo osaba dudar del pacer que significaba ser una sissy? me parecía increíble cómo se comportaban estos blanquitos: se creían los reyes del mundo y que jamás se someterían a ser un culo blanco hambiendo de leche. Me hacía acordar a mí. Siempre se hacía el rebelde y se quería escapar. Eso fue hasta que un día el Maestro contrató a Porongo: un nuevo compañero que le ayudaba con temas de logística. Venía una vez cada un par de semanas y un día se topó con Sissy y su vestido de mucamita. A la noche, Porongo se metió en la habitación de las golosas y empezó a tocar a Sissy (en ese entonces, se llamaba Lucas). El chico se asustó mucho: era un hombre negro que le doblaba el tamaño. Porongo puso al chico boca abajo y empezó a bajarle los pantalones. Lucas comenzó a sollozar y sintió cómo la punta del pene de Porongo entraba lentamente a su ano. Lucas cerró los ojos. Sissy los abrió.

La chica quedó fascinada de placer y empezó a quedarse todas las noches con el culo destapado esperando a que su príncipe venga a darle su rica dósis de pene alfa. Ahora era totalmente sumisa y obediente. Se vestía con gusto de mucama y sonreía como la putita que era. Había sido la transformación más rápida que había visto en mi vida. Eso me dió curiosidad ¿cómo sería ese pene? ¿qué tal sería chupársela a otro hombre? hasta ahora sólo había tenido sexo con el Maestro desde que llegué a la isla y me estaba dando curiosidad acerca de otros caballeros. Sabía que eso estaba mal: mi culo pertenecía a mi amo... pero mi corazón tenía ganas de probar más...

No podía tener sexo con Porongo porque se había ido de viaje por un mes, pero, al poco tiempo, llegó un viejo amigo de Porongo a quedarse unos días en el hotel. Recuerdo que llegó justo el día en que cumplí un año viviendo en la isla. Su nombre era Director Cummers y era un señor con mucha más experiencia. Tenía al rededor de 50 años, siempre vestía de traje y me miraba de forma libidinosa siempre que podía. Al principio no lo encontré atractivo pero, el sabor de ese nuevo pene, me haría volver a mudarme a lo que sería mi segunda etapa en la isla Leche Negra...

Futanari IslandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora