🌌Capítulo 1🌌

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Su sueño siempre fue salir de las cuevas submarinas, dejar atrás aquel lugar donde no podía volar con comodidad y dónde había muchas más bocas de las que se podían alimentar, donde tenías que dormir con un ojo abierto o te arriesgas a ser comido por los dragones caníbales, que habían incrementado en número en los últimos años debido a la escasez de alimento.

Un día, harta de todo, de las restricciones, del miedo constante de ser comida o mancillada, decidió irse, dejar todo atrás e iniciar una nueva vida en la superficie.

Los ancianos intentaron frenarla en la boca de la cueva, pero ella fue más rápida y ágil, por ello fue capaz de esquivarlos, ellos le rogaron que se quedará, pero no los escucho y se fue, dejando atrás una vida de encierro y restricciones, una que había tenido que sufrir desde que era una cría, solo porque nació como una hembra, la única que había nacido en las últimas décadas.

Los furia nocturna tendían a tener de 1 a 3 crías por camada, dependiendo la temperatura, nacían hembras o machos (como sucede con cualquier reptil), debido a que estaban en un lugar subterráneo con agua cálida, la temperatura siempre se mantenía, nacían solo machos, ella era la primera hembra que nacía en varias décadas (dentro de las cuevas submarinas).

Era por está razón que los ancianos la tenían vigilada constantemente, no querían que sufriera el destino que les tocó sufrir a las otras hembras.

Gruñó y clavo sus garras en el la cáscara del huevo metálico, dejando surcos largos pero poco profundos, era un material resistente al fuego y a sus garras, apenas había logrado hacerle unos cuantos arañazos aquí y allá.

Había escapado de las cuevas y ahora estaba de nuevo atrapada, solo que está vez en un lugar más pequeño que le causaba ansiedad, recordándole aquellas veces en las que se vio obligada a ocultarse en lugares diminutos para que los machos no la alcanzarán. 

Podía ser que ahora ella fuera más grande que un macho promedio, pero hace algunos años era pequeña y de patas flacas, con aquel tamaño le había sido fácil ocultarse en grietas, evitando las garras de los machos hormonales, pero el ocultarse constantemente en pequeños recovecos le había causado un gran desagrado a los espacios pequeños, no era una fobia, solo no le gustaban los espacios diminutos.

Se dejó caer sobre el suelo frío y llevo sus patas hasta su estómago, tenía hambre, daría cada una de sus malditas escamas por un bocado de salmón, rayos, incluso aceptaría comer si maldita medusa si alguien se la diera.

Cerró sus ojos, intentaría dormir para dejar en el olvido su hambre y sed.

"¡Aquí hay dos más!".

Sus orejas se movieron al captar una voz en la distancia, está pertenecía a un dos piernas. Se puso de pie, sabiendo que está era su única oportunidad de salir de aquel huevo metálico, soltó un rugido y con sus patas golpeó la superficie metálica, esperando que con esto pudiera llamar la atención del dos piernas, que eran por de más curiosos (según le había contado su padre una vez).

Escucho pasos que se acercaban.

Volvió a rugir, luego hizo una pausa, teniendo sus orejas alzadas, estás se movieron cuando captó un sonido raro, como un "Clack" o algo así.

Después de escuchar aquel sonido, la hembra vio como el huevo metálico empezaba a abrirse, sus ojos se iluminaron al ver por primera vez en días la luz del sol y el respirar una vez más el aire fresco, libre del aroma escamoso y el humo del cual estaba saturado el aire de las cuevas submarinas.

Cuando el huevo metálico estuvo abierto, retrocedió un poco y dio un salto, saliendo de aquel pequeño lugar que le parecía tan desagradable.

Apenas sus patas tocaron la arena, extendió sus alas ansiando volver a sentir aquella libertad que le daba el volar en aquel interminable cielo azul, pero su cuerpo no le respondía, se había quedado paralizado al sentir una imponente presencia, que estaba a escasa distancia de ella.

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⏰ Última actualización: Oct 14 ⏰

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Evolet: La Última HembraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora