XXI: No dejar marchar

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ITALIA
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ATHÍA

Corrí. Descalza, sin dinero, sin armas, sin gente persiguiendome, sin enemigos y sobre todo sintiéndome libre. Este sentimiento es uno en un millón, entre donde se pudiese obtener más si la humanidad quisiese poner un poco de esfuerzo.

Pero para algunas de las personas no es fácil, para el resto solo eres un peón, una persona esclava del presente y no observando a través del horizonte en el futuro. Yo tenía ese pensamiento, yo tenía esa libertad hace mucho y ahora... vuelvo a tenerla.

Antes de irme de la mansión no pensé, pero ahora lo hago: ¿que se supone que hiciera ahora? ¿Hacía donde y con qué recursos voy a ir?, ¿por qué no pensé esto antes? Pero antes de hacerle frente a mi realidad, a mis deseos... todo me cae de golpe.

Leonardo estaba frente al aeropuerto, por supuesto que me detengo. El está con su maldito traje caro de siempre y apoyado en su carro decide darle una calada a su cigarrillo, creo que incluso inhala más de lo que su cuerpo puede soportar.

Cuando me quedo de pié y siento la acera caliente por el sol es que me doy cuenta de todo, donde me doy cuenta que ni siquiera tengo mis papeles importantes. Siento las plantas de mis pies y es cuando noto que están quemadas e incluso pudiera decir que están sangrando, y es normal. No he dejado de correr desde que salí de allí.

Miro detrás de él, el aeropuerto es enorme pero al verlo sentí que se alejaba todo y en parte tengo razón. ¿En serio alguien como yo podría huir de ellos, alguien que incluso ha matado gente?

Como si el pudiera oir mi pregunta y quisiera responder, y por culpa de su chófer, el levanta la mirada hacía mi; creo que ve mi físico por mucho tiempo. Debo parecer una loca y creo que incluso le divierte.

Bota el humo con lentitud y por primera vez nuestra mirada conecta. Esto no está bien, él no puede atraparme... sino nunca saldré. Bajo la mirada cuando las lagrimas comienzan a acumularse y sé que el no puede verme desde aquí, pero de todas maneras no quiero darle el gusto de verme llorar, el gusto de ver que he aceptando mi derrota.

Reacciono cuando un auto se detiene a mi lado, uno de sus hombres sale y me abre la puerta, esperando a que me meta voluntariamente, pero no iba a hacerlo. No le daría el gusto.

- Señorita, necesito que- intenta hablar

- No-hablo cortándolo.

- Solo cumplo órdenes- Insiste. Veo como aprieta la mano en la puerta. Él también quería hacerlo a la fuerza.

Veo su cuerpo. Era alto y ancho. No podía llegar a su cuello para hacerle una llave y hacer un intento en noquearlo, me dejaría inmovil en un movimiento. Pero lo que si puedo hacer es robarle la bonita arma que lleva. Me acerco dispuesta a entrar, pero Leonardo observa mis movimientos, el empezaba a entender como pensaba. Lanza su cigarrillo lejos del auto y comienza a caminar, con lentitud.

Al moverse capta la atención del hombre que tenía alfrente y era lo que necesitaba. Agarro de su cintura la Colt M1911 y debo de decir que se amolda a mi mano a la perfección. En menos de un segundo el hombre que estaba frente a mi está muerto y tan pronto el cuerpo de él cae, Leonardo sonríe y decide llevarse la mano hacia su espalda: él iba a matarme, no había duda.

Le apunto y el imita mi gesto. Me sonríe, mientras me desafía.

- Ni se te ocurra ir-trata de amenazar pero ya es muy tarde. Tan pronto abre la boca decido hecharme a correr por el mismo lugar que vine. Prefiero ser una prisionera a entregarme por voluntad propia. No pensaba hacer eso.
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Entre Ellos [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora