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🫧 PRÓLOGO . . . desesperados por una oportunidad
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MI RUTINA DESPUÉS DE QUE el apocalipsis acabara con el mundo entero era, por desgracia, increíblemente monótona y aburrida. Pasaba todos los días alternando entre observar a los muertos caminar de un lado al otro en frente del CCE, escribir y garabatear en mi cuaderno, ayudar a mi padre en cosas donde él no quiere que lo ayude y acostarme en la cama observando el techo por horas. Lo que he dicho: monótona y aburrida.
Era el primer día de diciembre. Ya hacía dos meses desde que los muertos comenzaron a dominar el mundo. Y ya hacía un mes desde que mi madre murió por ser víctimas de los "apestosos". Ser fuerte y no llorar por su muerte era lo que me obligaba a hacer. Pero aquello no significaba que yo no pensara en ella todos los días. Lo hacía mucho más porque llevaba una marca suya conmigo. Una marca que yo nunca podría quitar.
De vuelta a la rutina monótona de siempre, me acercaba a la ventana del tercer piso. Llevaba una miniatura de avión que mi madre me diera cuando hiciera seis años. Me incliné hacia la ventana. Estaba lista para ver nada más que zombies, deambulando en busca de carne viva; fue entonces cuando me sorprendí al ver a un grupo grande de personas acercarse hasta las puertas del CCE.
