1940

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Parecía el día más caluroso del siglo.

El canto de las cigarras era ensordecedor.

Serafina Valero dio un pequeño paso hacia ella. Le temblaban las piernas, el aire era demasiado abrasador y había un cosquilleo que le recorrió de la cabeza a los pies. La castaña apenas la miraba, tenía la vista puesta en unos documentos mientras tomaba algo de agua fresca.

Fina la volvió a mirar. Tan elegante, tan deslumbrante, tan Marta de la Reina ante sus ojos. Volvió a tragar saliva y de sus labios solo pudo salir un suspiro silencioso.

Marta con un elegante movimiento recorrió con su mirada añil a Fina, y allí estaba de nuevo, el frío invierno. Una verdadera reina metida en el bloque macizo del hielo más puro que ha podido crear un ser humano.

-Buenas tardes Fina- elevó el mentón con toda la actitud que a Fina le faltaba- Disculpa, necesitaba beber algo y refrescarme después de la temperatura que hace. Iba a volver ahora al despacho para seguir revisando estos documentos- Marta parecía que iba a emprender su viaje cuando Fina pudo mediar la palabra que quería que saliera de su boca.

-Señora, yo...- Marta giró sobre sus talones al escuchar la voz de Fina y levantó las cejas a modo de pregunta- Verá, yo solo quería felicitarla por su compromiso con Don Jaime. Espero que sean muy felices.

Marta de la Reina empezó a separar la distancia entre ellas y estando a una distancia prudencial, elevó un segundo la comisura del labio, para, a continuación volver a su expresión de siempre.

-Te lo agradezco- recogió la mano de Fina y la estrechó de la manera mas delicada que pudo- Te hablo también en nombre de Jaime. Te lo agradecemos ambos.

El pequeño roce se acabó en cuanto Marta dejó caer la mano de la morena. Volvió a encaminar sus pasos a la puerta, no sin antes dejar el vaso del que estaba bebiendo en la pila. Echó un último vistazo a Fina y salió de la estancia dejando a la joven aspirando el olor que había dejado en la sala.

El olor tan dulce de Marta de la Reina revoloteaba por todos lados.

Lavanda.

Fina cerró los ojos para que sus sentidos se impregnaran de su esencia. No tenía idea porque, pero su alma podría pasarse toda la vida contagiándose de la fragancia de Marta. De su presencia, de su delicadeza, de la pureza de su ser y de la primavera llena de lavanda que dejaba al abandonar cualquier sala, incluso siendo verano.

El día que encontré a PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora