1932

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Pasaron las semanas. El tiempo de Fina mirando por la ventana al exterior se había convertido en un habitual, el frío era glacial a través de los cristales. Las ramas se quejaban y apenas había algo verde que llamara la atención de algún herbívoro.

¿Porqué parecía que había pasado una eternidad dentro de aquellas paredes?

La morena pensaba que su tobillo no se iba a recuperar nunca y se apoyó sobre el sillón donde descansaba mientras llevaba la vista bastante lejos de allí. Echaba de menos muchas cosas de fuera, la brisa de la tarde, el sol saliendo, pisar charcos por la lluvia. Y por encima de todo echaba de menos el dulce aroma a lavanda por las mañanas; sobretodo cuando bajaba a desayunar a la cocina y la fragancia parecía que revoloteaba por la casa impregnando todo a su alrededor.

Echó un último vistazo al suelo y recordó aquello que no quiso. La mirada invernal de Marta era algo que devastaba su pecho, le hacía sentirse mas pequeña de lo que ya era. En cambio, pensó en su mirada en el bosque, qué mejor recuerdo que las vibraciones de su sonrisa colándose por su piel.

Quería hablar más con ella, saber a qué le gusta jugar, por qué lee tanto y siempre, siempre la ve escribir cosas en una preciosa libreta, para qué era exactamente ¿escribía un libro? ¿estudiaba? ¿escribía historias de un amor secreto que tenía en la escuela? "Buah. Eso sí que es aburrido".

La puerta se abrió a su espalda, la niña seguía mirando por la ventana. Descansó su mejilla sobre su puño asqueada por la situación.

- Por favor, no quiero más medicina Padre- haciendo un puchero miró hacía la puerta.

Y allí estaba, esos ojos, su piel blanquecina de apenas darle el sol y la expresión sería, atípica e impasible de Marta de la Reina.

- Marta... Hola- la pequeña Fina sonrió con alegría y la observó entrar en la habitación y dejar el reloj de bolsillo encima de una pequeña mesa.

No hubo ninguna reacción por parte de la más mayor. Su mirada era impasible y Fina pensaba que una tormenta se estaba desatando en la lejanía, porque nunca había conocido esa expresión en ella. Marta levantó el mentón y parecía que la estaba mirando por encima del hombro.

- Deberías aprender a cómo dirigirte a tus señores- comentó Marta por el tuteo.

No supo de dónde vino aquel puñal, pero se clavó directo en el pecho. Con aquel dolor Fina creía que había detenido el tiempo y el color de la habitación se tornó en un gris apagado. Marta la observó por última vez mientras agarraba el pomo para abandonar la estancia.

- Disculpe señorita Marta...- Marta se dio media vuelta y vio como Fina endurecía el rostro- No tiene que tomarse tantas molestias para devolver el reloj. -Fina hizo una pequeña pausa- Claro, no querrá que la tomen por una ladrona también- la mayor apretó mucho los dientes, tanto que Fina creía que los iba a escuchar romperse.

- ¡Mocosa impertinente! Me he sacrificado por ti. La próxima vez dejaré que te pierdas en el bosque.

- ¡Lo mismo digo "doña" Marta.de.la.Reina!- Fina le sacó la lengua y se mofó con los ojos.

Marta levantó el mentón y bufó. Fina rodó los ojos contestando su reacción. La mayor la dejó atrás, sin cerrar la puerta y sin mediar ni una palabra más.

- Micisi impirtininti- se burló Fina al aire mientras imitaba la pose altiva de la castaña.

Tardó unos segundos en notarlo pero un nudo se empezó a estrechar en la garganta, el agua en sus mejillas aparecía gradualmente. A la pequeña Fina ese día pareció que le habían arrancado todas las flores del alma, una a una, mientras se dejaban ver los surcos de lo que hubo y ya no está. Y esta vez, Marta de la Reina tuvo toda la culpa.


Hola! Dejo estas dos actualizaciones por aquí y me vuelvo a la cuevita. Estos capítulos son cortitos y por eso he decidido subir dos. Gracias por los comentarios bonitos y el tiempo que pasáis leyendo. Seguramente actualizaré la portada, me tengo que poner a ello.

Mi intención es actualizar cada semana, así que nos leemos pronto

El día que encontré a PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora