Prólogo

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La Sala Blanca era más que un simple lugar; era un concepto, un símbolo de control absoluto y perfección inalcanzable. Dentro de sus muros impolutos, los niños eran moldeados con precisión quirúrgica para ser algo más que humanos: eran herramientas, seres cuya existencia se definía por la excelencia y la obediencia ciega. Emociones como el miedo, la tristeza o la compasión eran consideradas debilidades que debían ser erradicadas.

Ayanokouji Kiyotaka, uno de esos niños, había crecido dentro de ese entorno asfixiante. Cada movimiento, cada pensamiento, había sido monitoreado y corregido hasta alcanzar una perfección inquietante. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Ayanokouji siempre había albergado una chispa de resistencia. Sabía que no era como los demás, que había algo en él que la Sala Blanca no había podido borrar: su deseo de libertad.

Durante meses, Ayanokouji había planeado su huida con una precisión meticulosa. Estudió los horarios de los guardias, los patrones de las cámaras de seguridad y las rutinas de todos los que lo rodeaban. No había margen para el error. Sabía que si fallaba, su destino sería aún más sombrío que la prisión en la que había crecido.

La noche de su escape, el silencio envolvía los pasillos de la Sala Blanca. Ayanokouji se movía con la misma frialdad y precisión que le habían inculcado, sus pasos apenas audibles mientras se deslizaba por las sombras. Llevaba consigo solo lo imprescindible: ropa simple, un teléfono prepagado y un pequeño dispositivo USB con información crucial. No planeaba usarlo, pero sabía que estar preparado para cualquier eventualidad era esencial.

Matsuo, el hombre que había sido más una figura paterna que un mero cuidador, había sido su único aliado en esta arriesgada empresa. Matsuo, con una determinación silenciosa, había hecho lo imposible para ayudarlo, desactivando temporalmente las cámaras y desarmando las alarmas. Había arriesgado su vida para darle a Ayanokouji una oportunidad, y ahora ambos sabían que no habría segundas oportunidades.

Cuando Ayanokouji llegó a la salida, una puerta que nunca antes había cruzado, sintió una emoción que nunca había experimentado: la anticipación de lo desconocido. Sabía que al otro lado de esa puerta no solo dejaría atrás la Sala Blanca, sino que también entraría en un mundo que no comprendía del todo. Pero esa incertidumbre era, en sí misma, un tipo de libertad que anhelaba.


Fuera de la Sala Blanca, Matsuo esperaba en un coche discreto, estacionado en un callejón oscuro. Al ver a Ayanokouji acercarse, una mezcla de alivio y preocupación cruzó por su rostro. Habían llegado tan lejos, pero el peligro aún no había pasado.

-Kiyotaka, ¿lo lograste? -preguntó Matsuo en un tono apenas audible, aunque su mirada ya le confirmaba la respuesta.

Ayanokouji asintió con un leve movimiento de cabeza. No había tiempo para intercambiar palabras innecesarias; ambos sabían lo que debía hacerse.

-Todo está listo -continuó Matsuo, entregándole un sobre a Ayanokouji-. Te he inscrito en una escuela secundaria en Chiba, la secundaria Sōbu. Es una escuela pública con un entorno lo suficientemente tranquilo como para que puedas pasar desapercibido.

Ayanokouji tomó el sobre y lo guardó con cuidado. Dentro estaban su nueva identidad y los documentos necesarios para mantener su fachada. A partir de ese momento, sería un estudiante ordinario, un rostro más en la multitud.

Luego Matsuo sacó un pequeño llavero de su bolsillo y se lo extendió a Ayanokouji.

-Estas son las llaves de tu nuevo departamento -dijo Matsuo en voz baja mientras se las entregaba. Sus dedos rozaron brevemente los de Ayanokouji, un contacto que simbolizaba más que la simple entrega de un objeto. Era una señal de confianza, un último acto de protección en un mundo que ya no podría controlar.

Ayanokouji tomó las llaves sin decir una palabra, pero su mente ya estaba analizando la situación. Matsuo había pensado en todo: un lugar donde podría estar a salvo, donde podría empezar su nueva vida lejos del control de la Sala Blanca. El llavero tenía solo dos llaves, ambas sencillas, sin adornos ni marcas distintivas, adecuadas para pasar desapercibidas.

-El departamento está en Chiba, cerca de la secundaria Sōbu. Es un lugar discreto, en un edificio que no llama la atención. Lo elegí porque te permitirá mantener un perfil bajo -continuó Matsuo, asegurándose de que Ayanokouji comprendiera la importancia de su nueva vivienda.

El departamento no era lujoso ni particularmente espacioso, pero tenía lo esencial: una cama, una pequeña cocina, un baño y un escritorio. Ayanokouji sabía que no necesitaría más. Su vida en ese lugar sería simple, enfocada en su objetivo de pasar desapercibido y adaptarse a su nueva realidad.

-No habrá nadie esperándote. El lugar está completamente amueblado y tiene todo lo que necesitas para comenzar -agregó Matsuo, observando cómo Ayanokouji guardaba las llaves en el bolsillo interior de su abrigo-. A partir de ahora, estarás solo, Kiyotaka. Pero sé que estás preparado para esto.

Ayanokouji asintió una vez, entendiendo que este era el último regalo de Matsuo, una última muestra de apoyo antes de que sus caminos se separaran definitivamente. Aunque no lo expresó con palabras, sabía que ese simple juego de llaves representaba mucho más que un lugar para vivir: era su entrada a una nueva vida, una vida en la que finalmente tendría la libertad de decidir su propio destino.

-Gracias, Matsuo -dijo Ayanokouji, su voz sin inflexión, pero cargada de significado. Sabía cuánto había arriesgado Matsuo por él, y lo que eso significaba.

Matsuo asintió en silencio, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y esperanza. Sabía que era la última vez que vería a Kiyotaka. Todo lo que había hecho era para darle una vida donde pudiera elegir su propio destino, lejos de la Sala Blanca. Pero ambos comprendían que el pasado no era algo fácil de dejar atrás.

-Cuídate, Kiyotaka. Y recuerda, si alguna vez necesitas ayuda, estaré allí -dijo Matsuo antes de darle una última mirada. Luego, sin esperar respuesta, se marchó, desapareciendo en la noche.


La secundaria Sōbu, en Chiba, era todo lo contrario a la Sala Blanca. Era un lugar donde los estudiantes podían ser ellos mismos, donde la rutina diaria estaba marcada por amistades, estudios y, a veces, pequeños dramas que para ellos eran de suma importancia. Para Ayanokouji, ese entorno era tan desconocido como un planeta extranjero.

Al día siguiente, Ayanokouji se encontraba frente a las puertas de la secundaria Sōbu, vestido con su nuevo uniforme. El edificio era ordinario, sin nada en particular que destacara, y eso era exactamente lo que él necesitaba. Un lugar donde pudiera mezclarse con la multitud, donde no llamara la atención.

Al ingresar a la clase 2F, notó las miradas curiosas de sus nuevos compañeros de clase. Los susurros y las miradas furtivas eran inevitables para un estudiante transferido, pero Ayanokouji estaba preparado. Se presentó de manera cortés, sin dejar que su verdadera naturaleza se revelara. Sabía cómo manipular las percepciones de los demás, cómo pasar desapercibido y convertirse en un enigma que nadie pudiera resolver.

En la secundaria Sōbu, pronto identificaría a aquellos que, aunque diferentes de él, también se destacaban por no encajar del todo. Uno de ellos era un chico de aspecto apático, con una mirada que parecía ver a través de la fachada de la vida escolar ordinaria. Otro era una chica que irradiaba una energía contagiosa, aunque sus ojos traicionaban una profunda soledad. Sin embargo, Ayanokouji no estaba allí para hacer amigos, sino para sobrevivir.

A medida que los días pasaban, Ayanokouji comprendió que escapar de la Sala Blanca había sido solo el comienzo. La secundaria Sōbu presentaría desafíos completamente nuevos, algunos de los cuales ni siquiera él había previsto. Pero si algo sabía con certeza, era que estaba preparado para enfrentarlos. Después de todo, la libertad venía con sus propios riesgos, y Ayanokouji estaba dispuesto a asumirlos.




Fin del prólogo

Ayanokouji en oregairuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora