Era sábado, un día en que Ayanokouji no tendría clases. El sol apenas se asomaba por las ventanas de su departamento, arrojando una luz suave y cálida sobre los muebles. Como de costumbre, Ayanokouji se levantó temprano, su rutina matutina ya grabada en su mente. Se vistió con ropa cómoda y salió del apartamento para realizar su habitual rutina de ejercicio. El aire fresco de la mañana lo recibía con una serenidad casi inquietante, las calles estaban silenciosas, y los únicos sonidos que acompañaban sus pasos eran el canto lejano de los pájaros y el suave murmullo del viento.
Tras varios minutos de carrera, sus pulmones se llenaban de aire fresco, su mente despejada y su cuerpo relajado por la actividad física. Regresó a su apartamento, donde se dirigió directamente al baño. La ducha lo revitalizó, dejándolo listo para el día. Después de secarse, se vistió con ropa limpia y cómoda, preparándose para lo que parecía ser un sábado tranquilo.
Ayanokouji se dirigió a la cocina y preparó un desayuno sencillo, pero balanceado. Mientras comía, observaba la calma del departamento, un lugar al que aún se estaba acostumbrando. Aunque era independiente, las paredes vacías y el silencio lo hacían reflexionar en su vida anterior, en la Sala Blanca, en las condiciones inhumanas en las que había sido criado. Pero ahora estaba aquí, lejos de ese lugar.
Cuando terminó de desayunar, fue a la nevera para revisar lo que le quedaba para preparar el almuerzo. Fue entonces cuando notó que le faltaban verduras y carne, lo esencial para cocinar algo decente más tarde. Con un suspiro, decidió que tendría que salir a comprar lo que necesitaba. Se colocó una chaqueta ligera y salió del apartamento, cerrando la puerta detrás de él.
El camino al supermercado era tranquilo. Mientras caminaba, su atención fue captada por una escena que, a simple vista, no parecía fuera de lo común. Una pareja joven paseaba tranquilamente por la calle, con su hijo pequeño de la mano. La madre sonreía mientras hablaba con su esposo, y el niño reía juguetonamente, agitando los brazos mientras caminaba. Ayanokouji los observó por un momento, notando la armonía en sus interacciones, algo que a muchos les parecería natural.
Sin embargo, la vista despertó un eco en su mente. Sin quererlo, recordó a su madre, la mujer que lo había traído al mundo pero que lo abandonó en la Sala Blanca. La sensación era confusa, una mezcla de vacío y desapego. No había resentimiento, solo una aceptación fría y calculadora de los hechos. Fue abandonado para convertirse en lo que es hoy, y esos recuerdos eran un recordatorio de cómo las relaciones humanas, como las de esa familia, eran algo que nunca había experimentado.
Con esos pensamientos flotando en su mente, Ayanokouji llegó al supermercado. Tomó una cesta y recorrió los pasillos con calma, seleccionando las verduras frescas y la carne que necesitaba para el almuerzo. Observaba a las otras personas a su alrededor, familias, personas mayores, jóvenes. Cada uno parecía inmerso en su propia rutina diaria, ajenos al mundo de pensamientos que se cruzaba por la mente de Ayanokouji. Después de unos minutos, pagó sus compras y salió del supermercado.
En el camino de regreso a su departamento, una voz familiar lo sacó de sus pensamientos.
—¿Ayanokouji?
Giró la cabeza y vio a Hikigaya y Yukino caminando hacia él. Ambos llevaban pequeñas bolsas de compras, y por un momento parecieron sorprendidos de encontrarse con él allí.
—No esperaba verte hoy, ¿también estabas comprando? —preguntó Hikigaya, con su expresión usualmente desinteresada.
Ayanokouji asintió, manteniendo su rostro neutral.
—Solo algunas cosas para el almuerzo —respondió.
Yukino lo observaba en silencio, con su típica expresión fría e inquisitiva. Parecía estar analizándolo, aunque no dijo nada. Hikigaya, por otro lado, pareció recordar algo y añadió con una leve sonrisa:
—Por cierto, el lunes es el cumpleaños de Yuigahama. Estábamos comprando un regalo para ella.
—Es verdad —intervino Yukino, de manera más formal—. Pensamos en comprar algo sencillo pero significativo.
Ayanokouji los observó por un momento. La relación entre Hikigaya y Yukino era interesante. Aunque no eran exactamente amigos cercanos, había un entendimiento tácito entre ellos, un tipo de respeto mutuo que, al menos superficialmente, parecía sólido. Ayanokouji asintió nuevamente, mostrando una leve señal de comprensión.
—¿Ya tienes un regalo para ella? —preguntó Hikigaya, aunque su tono sugería que no esperaba que Ayanokouji fuera del tipo que participara activamente en estas cosas.
Ayanokouji lo miró con su expresión neutral, tomando un momento antes de responder.
—No sabía que era su cumpleaños —dijo con franqueza.
Hikigaya soltó un suspiro leve, como si no estuviera del todo sorprendido.
—Lo imaginaba —respondió con una ligera inclinación de su cabeza—. Supongo que no es algo que se mencionara en clase.
Yukino, quien había estado observando la interacción en silencio, intervino de manera más directa.
—Es típico de ti no preocuparte por esos detalles —comentó, con su tono habitual, frío y analítico—. Sin embargo, si planeas continuar en esta escuela, te sugeriría que al menos intentes prestar atención a tu entorno social.
Ayanokouji asintió ligeramente, pero no añadió nada más. Su prioridad nunca había sido formar relaciones cercanas o entender los aspectos sociales como el cumpleaños de alguien. Sin embargo, tomó nota mental de esa información. Era algo que, si bien no consideraba relevante para él, tal vez tendría importancia para su relación con sus compañeros de clase, o más específicamente, con Yuigahama.
Hikigaya cruzó los brazos y, con su mirada habitual de resignación, agregó:
—No es necesario que le consigas algo grande o extravagante. Yui se contenta con gestos pequeños. Probablemente estaría feliz solo con saber que te acuerdas.
—Lo tendré en cuenta —respondió Ayanokouji, sin comprometerse demasiado.
La conversación continuó de manera casual durante unos minutos más, hasta que Ayanokouji decidió que era momento de retirarse.
—Fue un encuentro interesante —dijo Ayanokouji, mirando a ambos—. Nos vemos en la escuela.
Y con eso, se despidió y continuó su camino de regreso a su departamento.
Cuando llegó a casa, guardó sus compras y se dispuso a preparar el almuerzo. Cortó las verduras con precisión y cocinó la carne con la misma meticulosidad que aplicaba en casi todo lo que hacía. La cocina era otra rutina, una tarea mecánica que le permitía ordenar sus pensamientos mientras se concentraba en algo tangible.
Sin embargo, mientras cocinaba y luego, al comer, su mente regresaba al encuentro que tuvo con Hikigaya y Yukino. La mención del cumpleaños de Yuigahama y su intento de comprar un regalo despertaron algo en él. ¿Era importante hacer estos gestos para mantener las relaciones humanas? ¿Qué significado real tenía para ellos?
Después de terminar su comida, Ayanokouji se levantó y recogió los platos. Limpió la cocina y, con el tiempo libre aún por delante, decidió encender la televisión. Había sido la primera vez que lo hacía desde que se mudó a su departamento. No era algo que le interesara particularmente, pero en un intento de comprender más sobre las dinámicas sociales y lo que interesaba a las personas comunes, pensó que podría ser una buena oportunidad para observar.
El televisor se encendió con un parpadeo y comenzó a mostrar un programa de entrevistas sobre celebridades. Mientras lo observaba en silencio, Ayanokouji se dio cuenta de lo banal que le parecían esos temas. Las conversaciones, las risas forzadas, las historias sobre vidas que parecían estar tan lejos de su propia realidad. Y sin embargo, millones de personas disfrutaban de este tipo de entretenimiento todos los días. Era una desconexión que lo intrigaba, una ventana al mundo de las emociones humanas que aún le resultaba ajena.
Mientras pasaban las horas, Ayanokouji apagó la televisión y se quedó en silencio, contemplando su vida actual.
Fin del capitulo 6
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Ayanokouji en oregairu
FanfictionAyanokouji Kiyotaka, un joven que ha pasado toda su vida atrapado en la estricta y despiadada Sala Blanca, finalmente logra escapar con la ayuda de Matsuo, su único aliado. Ahora, con un pasado cuidadosamente fabricado, se inscribe en la secundaria...