Capítulo Cinco

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Fluke, sin embargo, se largó.

Corrió por toda la villa, pasó de largo esos cuadros sobrecogedores y no los miró por miedo a que pudieran decirle algo que no quería saber sobre su dueño. Corrió hasta el dormitorio principal, donde estaba la cama inmensa que no quería compartir con él, y se encerró en el cuarto de baño.

Como un niño otra vez.

Esperó con el corazón acelerado a que Ohm aporreara la puerta, gritara e, incluso, la tirara abajo. Sin embargo, no pasó nada de todo eso. Fluke no sabía siquiera si seguiría sentado donde lo había dejado con sus seductores labios haciendo una mueca y su voz grave tentándolo. «Finge que me deseas casi tanto como me temes».

Fluke no tenía que fingir nada con él y le daba un miedo espantoso que lo supiera como parecía saber todo lo demás. Todavía no entendía cómo lo sabía, cómo lo había sabido siempre. La bañera, enorme, estaba sobre una tarima y delante de un ventanal que daba al mar. Se acurrucó dentro para que la porcelana le tranquilizara un poco. Miró el sol que se ocultaba por el horizonte entre tonos naranjas y rojos y vio que empezaban a salir las estrellas.

Acabó quedándose dormido, hasta que se despertó con la agitación de siempre, con la pesadilla atenazándole las entrañas. El choque. El espanto.

Las horas atrapado en el asiento trasero con la cara pegada al cuero y Chase abrazándolo mientras los dos temblaban... Se frotó los ojos, esperó volver al presente y se quedó dormido otra vez.

Cuando se despertó por la mañana, se quedó deslumbrado por la luz y tardó un rato en darse cuenta de que no estaba en la bañera. Estaba en la cama del dormitorio principal y Ohm, su marido, estaba tumbado a su lado, como todas las mañanas desde que habían llegado a la isla. Sin embargo, esa vez, no recordaba que él lo hubiese llevado allí. Solo recordaba la pesadilla.

¿Cómo lo había transportado sin que él se enterara?

¿Le habría dicho la verdad mientras estaba dormido? ¿Qué más había pasado que él no podía recordar?

Se sentó y se destapó para cerciorarse de que seguía llevando el traje de la boda y no disimuló el suspiro de alivio cuando comprobó que también llevaba los mismos calzoncillos y la misma camisa.

–Te tranquilizaré – comentó Ohm en ese tono burlón que parecía quemarlo por dentro, sobre todo, cuando estaba tan cerca– . Si algo así hubiese pasado, no tendrías que comprobarlo.

Fluke tragó saliva al sentirse más frágil de lo que le gustaría. Buscó su rabia y su furia, pero solo encontró el mismo pánico que sentía siempre con él, aunque más mitigado, o más resignado. Casi, como si no fuese pánico, sino algo completamente distinto.

–Entonces, no voy a tener la más mínima intimidad.

–Lo siento – replicó él no sintiéndolo en absoluto– . ¿Estabas cómodo en la bañera? Me he equivocado, pero parecía que tenías frío y, además, creo que estabas teniendo pesadillas.

Se quedó helado. Nadie había estado cerca de él durante una de sus pesadillas y no podía permitir que sucediera otra vez. ¿Qué pasaría si le dijera lo que había pasado y él supiera lo que había hecho? Se sentía enfermo solo de pensarlo y no quería pensar en la contradicción que eso suponía.

–Nada de intimidad. Amenazas. Azotes como solución racional a los conflictos. Tengo que bailar para satisfacerte y hacer las tareas que me ordenas – lo miró fijamente– . Comprenderás que la bañera me pareciera más apetecible.

–Organizaste un estropicio, príncipe – lo miró con esos ojos oscuros e inflexibles que lo estremecían por dentro, pero no podía engañarse, no era por miedo– . Estaba dispuesto a que lo recogieras y lo limpiaras.

Suyo por un costoWhere stories live. Discover now