Capítulo Siete

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Cuando Fluke se despertó, la luz entraba por el ventanal y Ohm no estaba allí. Parpadeó y miró el lado de la cama donde él solía mostrar toda su perfección masculina. Sin embargo, entonces, los recuerdos se adueñaron de él y sintió dolor de cabeza. Sintió resaca, aunque sabía que no la tenía.

Le palpitaban las sienes y tenía la boca seca. Además, un pánico creciente le atenazaba las entrañas. La ducha, larga y abrasadora, no sirvió de nada, como tampoco sirvió la taza inmensa de café que se preparó en la cocina.

Recorrió el largo pasillo que llevaba al despacho de Ohm y se detuvo cuando oyó su voz firme y autoritaria.

–Ya he firmado los documentos. Consideraré que cualquier retraso o desidia es un gesto de hostilidad. ¿Está claro? Endaxi.

Su voz le transmitió una falsa sensación de seguridad, como si él pudiese hacerse cargo de cualquier cosa, incluso de él... y no podía arriesgarse a que lo hiciera. Volvió al dormitorio principal, buscó sus cosas en el inmenso vestidor y sacó la cajetilla de tabaco del fondo de su bolso con un suspiro de alivio. Estaba arrugada y los tres cigarrillos que quedaban, casi partidos, pero le dio igual. Sacó uno y rebuscó en el bolso para encontrar el encendedor. No salió a la terraza que rodeaba el dormitorio, sino que fue al ala de la villa donde estaban las suites de los invitados. Allí, en la zona más apartada de la casa, salió a un pequeño patio, se sentó en un banco de hierro que no se veía desde dentro y se entregó a su vicio más censurable.

Estiró las piernas y dejó que la cálida luz del sol lo inundara por dentro. Lentamente, fue sintiéndose mejor. El cigarrillo tenía un sabor rancio, pero le dio igual, no se trataba del sabor. Ni siquiera se trataba de fumar. Se trataba de recordarse que Ohm no podía dominarlo, que no lo conocía independientemente de lo que creyese que había oído la noche anterior, que él tenía ocultas partes de sí mismo, que él no podría conocerlas por muchas veces que comieran juntos ni por muchas pesadillas que le aliviara, que él creaba la ilusión de seguridad, pero que solo era una ilusión. Tenía que serlo o estaría perdido. Además, si había una parte de sí mismo que quería darse por vencido, entregarse a Ohm para ver si alguien tan fuerte e imponente como él podía ayudarlo a acarrear el peso de sus secretos...

–No seas ridículo, Fluke – se dijo en voz alta.

–Me temo que ya es demasiado tarde para eso.

Fluke dio un respingo, se giró y vio a Ohm, alto, sombrío y furioso, en las puertas acristaladas que daban a la habitación de invitados. Miró el cigarrillo como si no lo hubiese visto nunca y lo miró a él. Recordó que, hacía mucho tiempo, en la biblioteca de su padre, él le había dicho que aquel sería su último cigarrillo. Se le desbocó el corazón, pero no podía recular, ya había cedido demasiado.

Lo miró a los ojos, dio una bocanada y expulsó el humo hacia él. El mundo se detuvo por un instante, hasta que Ohm inclinó la cabeza hacia atrás y se rio. Era lo que menos se había esperado él. Ese sonido dorado y contagioso lo llenó todo y, quizá por eso, no se movió cuando se acercó y se quedó delante suyo. Entonces, ya fue demasiado tarde. Ohm se inclinó, lo atrapó contra el respaldo, le quitó el cigarrillo y lo aplastó con un pie. Luego, puso los brazos a los lados de él y acercó peligrosamente el rostro al suyo. Sus ojos oscuros tenían un brillo abrasador y sintió lo que él prefería llamar miedo, aunque lo derretía por dentro.

–¿No lo dejé claro? – preguntó él con delicadeza, aunque su mirada decía otra cosa– . Recuerdo haberte dicho que fumar era inaceptable. ¿Acaso soñé esa conversación?

–Nunca he dicho que fuese a obedecerte, Ohm – replicó, aunque le asombró que pudiese hablar– . Tú decidiste que tenía que obedecerte, como has decidido muchas cosas desde el día que nos conocimos. Puedes decidir lo que quieras, pero eso no significa que yo lo acepte ni que vaya a cumplirlo como si fuese el Evangelio.

Suyo por un costoWhere stories live. Discover now