Capítulo XXX

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Marta se acomodó el cabello frente al espejo y miró el reloj en su muñeca. Las siete de la mañana del jueves, y Fina no había vuelto a dormir otra vez. Ya era el tercer día en que esto sucedía.


Rememoró en silencio los días anteriores, buscando en ellos una clave sobre cómo hablar con Fina.

El primer día no se preocupó mucho, porque era eso, el primer día, pero el segundo intentó ahondar un poco en el asunto. Ese agobio que había notado desde hacía unos días, no dejaba de crecer, al punto de que la pastelera dedicaba mucho más tiempo del razonable al trabajo y estaba de un humor poco tratable. No habían discutido, pero casi. Marta advirtió esa mañana las ganas que Fina tenía de que se marchara y la dejara tranquila.

Durante ese segundo día, el miércoles, fue a ver a Carmen. Pensó en preguntarle su opinión.

-Mira, Marta, Fina está acostumbrada a arreglarse sola con todo – su dependienta fue bastante directa -. Desde que la conozco le cuesta pedir ayuda, aunque muchas veces la necesita.

-¿Por qué no me deja que la ayude entonces? – cuestionó Marta, perdiendo un poco la paciencia.

-Porque es cabezota – Carmen suspiró -. Fina ha tenido que ocuparse de sí misma, sobre todo cuando la relación con su padre no fue la mejor.

-Estuvo muy sola en esa época, lo sé – Marta recordó esas pequeñas huellas del pasado que la pastelera le había revelado.

-Sola se hizo así misma, y es lo que acostumbra a hacer. – la dependiente se encogió de hombros -. Además, sus padres la criaron pensando que pedir favores era molestar.

Marta sopesó las palabras de Carmen y recordó las veces que Isidro se disculpaba con ellos por pedirles lo más mínimo.

-Pero no te rindas, Marta – le pidió su empleada -. No dejes que te gane su carácter peleón – le sonrió -. Si hay alguien a quién Fina necesita, es a ti. Que no te intimide, por mucho que se ponga chunga contigo.

Marta asintió y dejó a Carmen volver al trabajo.

En la noche de ese día, Marta entró al obrador y allí seguía Fina con sus preparaciones. La alentó a que dejara el trabajo para mañana y fueran a tomar el aire o, al menos a descansar, pero Fina se negó en rotundo, diciendo que, cuando Marta tiene mucho trabajo, ella no se mete en sus asuntos. Desde luego, esa reacción no era propia de la morena, así que Marta se marchó al piso a preparar la cena sin decir nada más. Sin embargo, Fina subió prácticamente de inmediato y se disculpó con ella. Le pidió perdón y le aseguró que lo último que quería era trasladarle preocupaciones que no se merecía tener, que el evento se había vuelto un dolor de cabeza y que mañana estaría mejor.

Marta dejó pasar la situación porque Fina tenía mucho más necesidad de un poco de descanso que de una confrontación. Así que le preparó el baño y la dejó que tomará un largo descanso allí. Le lavó el cabello, como Fina lo había hecho unos días antes, pero este baño fue completamente inocente porque su chica necesitaba más el respiro y los mimos que cualquier emoción fuerte. La dejó que se durmiera en sus brazos después de cenar, preguntándose que rondaba en esa cabecita preciosa que no la dejaba estar como siempre, que la tenía tan inquieta. Sin más información, solo podía preguntarse si existía algo más que pudiera hacer por ella.



Hoy, la historia se repetía. Al notar la falta de la mujer en la cama por la mañana, Marta terminó de prepararse para el trabajo y bajó al obrador dispuesta a no dejarlo pasar más. Estaban juntas, y Fina debería apoyarse en ella. Debería considerarlo al menos.

Dulces Sueños (o Sueños Dulces...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora