Capítulo XXXVI

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Marta se puso firme ante la pregunta y la subsiguiente advertencia. Vivía este amor en una nube, tan ajena a la realidad que se olvidaba de que su libertad estaba condicionada, al menos por el momento. Fina le daba alas, y ella era tan feliz que no se daba cuenta de que sus acciones podían tener consecuencias. Pero, ¿por qué debía limitarse si no estaban haciendo nada malo? Se querían, y punto, aunque Jaime o alguien como su padre nunca lo entendieran. En la lotería de las familias, a ella le habían tocado números negativos.

Su silencio fue interpretado como meditación, por lo que el medico volvió a hablar.

-¿Desde cuándo lo sabes? – insistió Jaime -. ¿Desde cuándo te gustan las mujeres?

-Ella es la única – dijo claramente -. No ha habido nadie más que Fina.

-Así que es verdad, entonces – Jaime se sentó un momento y se rascó una barba que estaba menos desalineada que cuando llegó a la casa -. Cuando te fuiste esta mañana, me pregunté qué te hacía evadirme y decidí que iría a buscarte para hablarlo – comentó -. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme tu coche en esa pastelería.

-¿Me seguiste? – cuestionó Marta.

-No fue voluntario, fue casual – Jaime se quedó en silencio -. No me atreví a bajar, ¿sabes? – confesó -. Me dije que era muy invasivo, pero no salías, seguías allí dentro, y me dio tiempo de sobra para recordar que muy superficialmente me habías comentado que Fina había regresado a Madrid – se tomó unos segundos -. Pensé que estabas con tu amiga, quizás contándole el mal momento que habíamos tenido que compartir.

Marta no dijo nada. No sabía si se sentía enfada o angustiada por esta conversación. O seguramente un poco aliviada.

-Cuando saliste de allí con ella – el hombre la observó con curiosidad -, te veías como sí nuestra conversación nunca hubiese ocurrido– exteriorizó -. Tenías una sonrisa de lo más especial, una que no te había visto nunca, y todo mientras la mirabas a ella - suspiró -. Desde ese momento, sentí una vibración extraña.

-Jaime...

-No, escúchame – el hombre no sé dejo amilanar y continuó -. Vuelvo después de que tu hermano me pida un favor que decidí complaceros, solo por el aprecio os tengo a ambos, para terminar por encontrarte allí de nuevo. Y no solo eso – agregó -, esa chica, Claudia o como se llame, seguro es buena amiga, pero aquello le quedó grande – se rió entre dientes-. Sus nervios eran evidentes – soltó aire y su rostro convulsionó ligeramente -. Y lo del collar... ya para qué...

-Lo siento. Siento que te hayas enterado de esta manera – interrumpió Marta -. Debería habértelo dicho – lo vio asentir de manera exagerada -. No sabes la cantidad de veces que escribí ese mensaje y lo borré – expuso -. Las veces que estuve a punto de llamarte.

-¿Por qué no me lo dijiste ayer, Marta? – Jaime mostró su enfado con una expresión que rozaba el disgusto -. Ayer nos abrimos en canal los dos. Podrías habérmelo dicho.

-¿Crees que lo hice solo para ocultártelo?– replicó Marta -. No te lo dije porque no quería lastimarte más de la cuenta; ya bastante tenías con saber qué tenía un amante.

-¡Una amante! – Jaime enfatizó la primera palabra sobre todo.

-Lo dices como si su género cambiara las cosas, y no lo hace, Jaime – respondió la empresaria -. No hace más ni menos daño que sea una mujer – señaló con desgano -. A estas alturas de la vida y de la historia, eso ya debería estar claro.

-Que sea una mujer lo cambia todo – replicó Jaime -. Ahora todo encaja – agregó, riéndose de manera cínica -. Digamos que tus gustos van por otros derroteros, por decirlo de una manera elegante – indicó -. Por eso lo nuestro nunca acabó de funcionar.

Dulces Sueños (o Sueños Dulces...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora