Capítulo XXXIV

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Terminar de bailar la canción y sentarse en la cama, con Fina a horcajadas encima de ella, fue tan necesario como decir aquellas palabras. Había una necesidad implícita en la piel, más potente que el cansancio que sentían después de un día lleno de emociones. Si le hubieran preguntado a Marta, habría dicho que se sentía en una nube. Estar en esa ciudad, lejos del mundo que conocían, les dio algo más que un momento para desconectar. Les abrió la puerta a la aventura de vivir el día sin condicionamientos, pudiendo caminar de la mano cuando lo deseaban o compartir un beso delante de cualquiera que pasara por allí. Les liberó los sentidos y el deseo de profesarse amor, arrastrándolas al momento en que las palabras comenzaron a sentirse cortas, insuficientes.

Sostuvo a Fina fuertemente de la cintura y disfrutó de las caricias que le dejaba en su rostro y en su cuello, antes de que la sorprendiera con uno de esos besos que solo puedes dar cuando te tomas el tiempo para disfrutar de cada roce, con calma y con ardor. Porque un beso a veces no se trata solo del contacto, sino también de compartir el aliento, la aceleración de la respiración, las energía entre los cuerpos, y el corazón palpitando enajenado por la fricción y por el deseo. Ya no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban solo besándose, pero no importaba, porque lo necesitaba como necesitó decirle a Fina que la amaba. Adoraba esos momentos en que se lamían mutuamente los labios, se mordían, compartiendo la humedad de sus bocas con la lengua. Beber de los besos de Fina era un llamado a tocar el cielo.

Se separaron después de algún tiempo así.

-No nos besamos lo suficiente – susurró Fina contra sus labios, soltando un suspiro largo y quejumbroso.

-Con lo que me encanta besarte...

Marta volvió a la carga y Fina gimió contra su boca. La sostuvo con las rodillas, que le sirvieron de apoyo, y se dispuso a quitarle la camiseta, logrando hacerlo, aunque obligándolas a cortar el beso. Marta la observó desde abajo, recordando la primera vez que hicieron el amor, como Fina se había subido así sobre ella y la había guiado, asegurándole que era un espacio seguro.

Desde entonces, todo entre las dos había crecido como la masa del pan antes de hornearse. Marta había descubierto la fuerza de su deseo y su amor, y Fina no dejaba de mostrarse como el combustible perfecto para su lujuria y su devoción.

La morena se lamió los labios mientras repasaba los suyos con el dedo índice y medio, dándole la oportunidad de lamerlos y morderlos también. Hizo un movimiento con la curva de cadera y vio a Fina tirar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos. Le gustó y lo repitió varias veces. Se movían de una forma muy sensual y pausada, y Marta llevó sus manos a la cintura de Fina, acariciando la piel desnuda y agradeciendo por las camisetas y shorts para dormir.

Era una combinación sencilla que Fina le había contagiado a medida que pasaba las noches con ella. Dejó a un lado sus camisolas de seda y se dejó llevar por la premisa de la comodidad, disfrutando del hecho de que cada vez que hacía más calor, menos ropa las separaba. Se estaba alienando a la simplicidad de Fina en muchas cosas, mientras que en otras a la morena se le contagiaba su búsqueda de elegancia. Como en la vestimenta que llevaba esa noche en la ópera: aquel vestido color azulado, precioso, con una pequeña chaquetilla que le tapaba los hombros.

-Estabas guapísima esta noche – le dijo, acariciando con mayor energía su estómago.

Fina soltó un suave suspiro.

-Anda que tú... - contestó -. Ese vestido negro con las trasparencias en los hombros te quedaba como un guante – tomó las manos de Marta y las desplazó hacia arriba por su propio cuerpo -. ¿Por qué nos cambiamos de ropa tan rápido al llegar? – preguntó -. Hubiera disfrutado quitándotelo.

Dulces Sueños (o Sueños Dulces...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora