|CAPITULO ~ XXIII|

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IAN

10 AÑOS

Las notas de jazz inundaban la casa, era algo típico y ameno que se podía disfrutar todas las tardes en mi hogar. No era una casa tan grande, pero tampoco tan pequeña era un espacio suficiente para que los dos nos sintiéramos cómodos allí.

Cuando me cansé de jugar con aquellos pequeños carros que había traído mi padre. Me levanté en busca de mi madre.

Antes de dirigirme hacia ella tomé la pequeña flor que había arrancado antes de aquel jardín que ella se esmeraba cada día en cuidar.

Espere encontrarla tarareando las canciones mientras tejía o solo verla sentada mientras miraba a la distancia a través de la ventana como si esperara a alguien. Pero no fue así no había nadie ahí, entonces me dirigí al único lugar donde podría estar. A pasos silenciosos caminé aquel cuarto que cada vez que entraba me impresionaba, aquel cuarto donde ella guardaba cada una de sus obras colgadas en la pared, donde se dedicaba a dibujar, un lugar donde expresaba su arte y su mirada se veía tan llena y complacida.

Al entrar observé la figura arrodillada de mi madre en el suelo, rebuscando en una caja de madera. Corrí lo más rápido que podría un niño a esa edad, dispuesto a entregarle la pequeña flor en mi mano.

—¡Mamá! —Exclamé como cualquier niño emocionado por ver a su querida madre.

—Joshua —me llamó con aquel típico tono dulce que usaba conmigo.

—La he cortado correctamente —Expliqué—. Esta vez trate de no lastimar las flores.

Mi madre trató de mantener un rostro sereno aun así no pudo evitar reír ante mis palabras, aunque no entendí la razón. Tomó el clavel blanco entre sus manos e inspiro su aroma, me agradeció regalándome una gran sonrisa para luego acariciar mi cabello.

—¿Cuál es el significado de esta flor? —pregunté curioso.

Gran parte del lenguaje de flores lo aprendí de ella.

—Los claveles están relacionados con los sentimientos como el amor, el aprecio, la buena salud —Su mirada se mostraba fascinada—. El clavel blanco puede representar bondad o pureza.

Asentí estando de acuerdo, pero levanté mi mano llamando su atención.

—También significan buenos deseos —Completé orgulloso de mis palabras—. Mi buen deseo para ti es que tu salud mejore, esta flor en nuestra esperanza para que mejores.

Aquellas fueron palabras ingenuas de un pequeño niño pensando que de esa manera su madre se podría recuperar y seguir junto a él por más años. Ella pudo continuar conmigo un poco más, pero no el suficiente no fue el deseado, la extraño todos los días. Quería verla sentada mientras exponía mis pinturas, que conociera a la persona con la que yo decidiera compartir mi vida, mis futuros hijos, solo la quería a ella ahí, a veces en la soledad de la noche me pregunto ¿Por qué? ¿Por qué suceden este tipo de cosas? Soy demasiado joven ¿No es así?, entonces ¿Por qué mi madre no está junto a mí?

Recuerdo que vi sus manos temblar un poco ante mis palabras, sus hermosos ojos azules se llenaron de lágrimas aquel velo cristalino cubrió la mirada de ternura e inquietud que la formaba.

—Gracias cariño —Susurró—. Mamá hará el mejor esfuerzo para quedarse contigo —Su voz se quebró ligeramente.

Por instinto aproveché que estaba aún arrodillada en el suelo y la cubrí con mis brazos, en un abrazo cálido.

—Mamá no tiene que prometer nada —Sonreí—. Porque sé que mamá nunca me abandonara.

Sus brazos me cubrieron, me pegaron a ella, sentí sus manos temblorosas y un pequeño sollozo de su parte.

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⏰ Última actualización: Aug 14 ⏰

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