8 | No quiero verte con él

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Percy se encontraba caminando junto a Rachel por las calles de Manhattan. Habían decidido salir a disfrutar de un día tranquilo, alejados de toda la locura de los dioses y los monstruos. El sol estaba empezando a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, y la ciudad estaba vibrante, llena de vida.

—Me encanta esta hora del día —comentó Rachel, su cabello rojo fuego brillando bajo la luz del atardecer—. Es como si todo el mundo se preparara para algo mágico.

Percy asintió, aunque su mente estaba un poco dispersa. A pesar de que disfrutaba de la compañía de Rachel, no podía evitar pensar en Annabeth. Habían estado distantes últimamente, y aunque sabía que Annabeth estaba ocupada con sus propios asuntos, no podía evitar sentir una punzada de inquietud en su pecho. Intentó sacudir esos pensamientos, concentrándose en el momento presente.

—Oye, ¿quieres tomar algo en ese café? —preguntó Rachel, señalando un pequeño lugar con una terraza acogedora.

—Suena bien —respondió Percy, sonriendo. Sin embargo, cuando se acercaron al café, sus ojos se agrandaron al ver a alguien que reconoció al instante.

Allí, sentada en una de las mesas de la terraza, estaba Annabeth. Pero no estaba sola. Frente a ella, un chico mortal muy guapo, de cabello oscuro y ojos brillantes, estaba sonriendo mientras le decía algo que la hacía reír. Percy sintió un golpe en el estómago al ver la escena.

Rachel también notó la presencia de Annabeth y levantó una ceja con curiosidad.

—¿No es esa Annabeth? —preguntó en un susurro.

—Sí, lo es —respondió Percy, tratando de mantener la voz neutral, aunque por dentro sentía una tormenta desatarse.

El chico con el que Annabeth estaba, parecía completamente absorto en ella, y eso hizo que la incomodidad de Percy se convirtiera en celos. Annabeth siempre había sido su mejor amiga, su compañera en las misiones más peligrosas, y ahora estaba allí, sonriendo y riendo con otro chico. Un chico mortal que, a los ojos de Percy, no tenía ni idea de lo increíble que era Annabeth realmente.

Rachel, que había notado la tensión en Percy, lo miró de reojo.

—¿Te importa si pasamos por su mesa a saludar? —preguntó con una sonrisa traviesa, claramente disfrutando un poco del malestar de Percy.

—No, no me importa —dijo Percy, aunque su tono sugería lo contrario.

Cuando se acercaron a la mesa, Annabeth levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Percy. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Annabeth pareció sorprendida al verlo allí, pero rápidamente recuperó la compostura y sonrió.

—¡Percy! —exclamó, y luego miró a Rachel—. Hola, Rachel. ¿Qué hacen por aquí?

—Solo paseando —respondió Percy, esforzándose por sonar casual—. ¿Y tú? ¿Qué tal?

—Oh, estamos disfrutando del atardecer —respondió Annabeth, lanzando una mirada cómplice hacia su acompañante—. Logan es un amigo mío. Nos conocemos de la escuela.

Logan le sonrió a Percy, extendiendo la mano.

—Encantado de conocerte, Percy. Annabeth me ha hablado mucho de ti.

Percy estrechó la mano de Logan con un poco más fuerza de la debida, sintiendo un nudo en el estómago.

—Igualmente —respondió, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Mientras continuaban la conversación, Percy no pudo evitar fijarse en cómo Annabeth y Logan parecían estar tan cómodos el uno con el otro. Cada vez que Logan hacía un comentario, Annabeth reía de una manera que hizo que Percy se sintiera incómodo. Rachel, por su parte, observaba todo con una sonrisa, claramente disfrutando de la situación.

Todas las veces antes de decirnos síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora