La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por una lámpara tenue que lanzaba sombras alargadas en las paredes. Minho estaba sentado al lado de la cama, su mirada fija en el rostro pálido de Felix. Habían pasado horas desde que lo trajeron de vuelta después del enfrentamiento con los hombres de Jeon, y el rubio seguía inconsciente debido a la cantidad de sangre que había perdido.
Minho no se había movido de su lado desde que llegaron. Cada vez que veía el pecho de Felix levantarse y caer lentamente, un pequeño alivio lo invadía, pero la preocupación seguía ahí, constante y agobiante. Su mano rozaba la de Felix, como si necesitara asegurarse de que seguía allí, de que no se desvanecería en la oscuridad.
Los médicos habían hecho todo lo posible por estabilizarlo, vendarle la herida y detener la hemorragia. Sin embargo, le habían advertido que necesitaría tiempo para recuperarse por completo. Pero el tiempo era lo que más le inquietaba a Minho. ¿Qué pasaría cuando Felix despertara? ¿Volvería a alejarse de él como antes?
Con un suspiro cansado, Minho cerró los ojos un instante, recordando cómo se había sentido cuando vio a Felix en ese estado. El pánico lo había atravesado como un rayo.
Horas más tarde, justo cuando el silencio se volvía insoportable, Felix empezó a moverse ligeramente. Minho se enderezó de inmediato, sus ojos fijos en los parpadeos débiles del rubio.