El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de la habitación, llenando el espacio con una luz suave y cálida. Minho se sentó en una silla junto a la cama, observando a Felix mientras dormía. Habían pasado algunos días desde que fue herido, y aunque Felix se estaba recuperando lentamente, todavía necesitaba descanso.
Minho no había salido mucho de su lado desde entonces. El mundo exterior seguía siendo tan peligroso como siempre, pero en esa habitación, todo parecía detenerse. Al principio, cuidar de Felix había sido más una necesidad que un deseo; asegurarse de que no se levantara demasiado pronto, de que comiera lo suficiente, de que no forzara su cuerpo. Pero con el tiempo, ese cuidado se había vuelto más… personal.
Había una sensación cálida en su pecho cada vez que Felix lo miraba, aunque fuera solo por un momento, y más cuando los dos compartían pequeños momentos de cercanía. Minho no estaba acostumbrado a esto. Toda su vida había sido calculada, fría en su mayor parte, y la ternura no era algo que solía permitirse.
Felix, por su parte, había aceptado esa cercanía con una mezcla de timidez y curiosidad. Nunca había sido el tipo de persona que se dejaba cuidar, y mucho menos con esa dulzura casi inusual en Minho. Pero había algo en esos momentos de silencio, en las miradas compartidas y los roces suaves, que lo hacían sentir… seguro.
Aquella mañana, cuando Felix abrió los ojos, lo primero que vio fue a Minho sentado allí, observándolo con una pequeña sonrisa.
—¿Has dormido algo? —preguntó Felix, su voz aún algo rasposa por el sueño.
Minho negó con la cabeza suavemente.
—No mucho. No podía dejar de pensar en ti —dijo sin rodeos, lo que hizo que Felix se ruborizara levemente.
Felix sonrió y se acomodó en la cama, tratando de no mover demasiado la pierna herida. Minho, al verlo moverse, se inclinó hacia él, arreglando las sábanas a su alrededor, como si el más pequeño detalle importara.
—Eres demasiado bueno cuidando —bromeó Felix, pero su voz llevaba un toque de sinceridad que Minho no pudo ignorar.
—¿Te molesta? —preguntó Minho, su tono bajo pero serio.
Felix negó con la cabeza.
—No —respondió en un susurro—. Me gusta.
Por un momento, ambos quedaron en silencio, simplemente mirándose, como si compartieran un lenguaje que no necesitaba palabras. Minho, todavía sintiendo que todo esto era nuevo para él, se inclinó hacia adelante y plantó un beso suave en la frente de Felix. Era un gesto tierno, casi cuidadoso, como si temiera romper algo frágil.
Felix sonrió al sentir los labios de Minho contra su piel. Sin pensarlo demasiado, levantó su mano y la posó sobre la mejilla de Minho, acariciando ligeramente la piel cálida. Minho lo miró, sorprendido por lo natural que se sentía todo esto, aunque al mismo tiempo era algo que nunca había experimentado antes.
—Esto es nuevo para mí —admitió Minho en voz baja—. No suelo ser así.
Felix soltó una pequeña risa y asintió.
—Para mí también —respondió—. Pero… me gusta. Y creo que no importa si no sabemos bien lo que estamos haciendo.
Minho se inclinó nuevamente, esta vez dejando un beso suave en los labios de Felix. Fue un beso breve, dulce, pero suficiente para que ambos sintieran una conexión más profunda. Cuando se separaron, Felix no pudo evitar reír ligeramente, su expresión relajada, casi feliz.
—No sé si soy muy bueno en esto —dijo Minho con una sonrisa, algo que raramente mostraba, pero Felix negó con la cabeza, sus dedos aún jugando con el cabello de Minho.